A cuatro manos: Vacaciones familiares con hijos adolescentes
Las vacaciones familiares se complican cuando los hijos crecen y hay que contar con su opinión
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Ana Barreales
Tener pueblo es hipster
Woody Allen y Mia Farrow pusieron de moda cuando ... eran pareja lo que los americanos llaman LAT (Living apart together), que España denominaríamos 'estamos juntos, pero cada uno en su casa'. No son los únicos, aunque a ellos la fórmula no les salió tan bien por lo que se vio luego. Cuando se tienen hijos adolescentes se corre el riesgo justo de lo contrario: ser una familia que vive junta separadamente, es decir, que están todos en la misma casa, pero fuera de las horas de las comidas cada uno va a lo suyo. Es lo que tienen los adolescentes:mucho mundo interior y exterior.
Viendo lo que se nos podía venir encima hace tiempo que en mi casa se estableció hacer al menos un plan familiar (obligatorio) a la semana, que tampoco tiene que ser nada especial, simplemente compartir algo más que el frigorífico y el baño. Puede ser desde ir de excursión, a la playa, al cine a jugar una partida de jenga. El caso es hacer juntos algo lúdico. Porque con esto pasa como con la conciliación, o la igualdad, que si se deja en manos de la buena voluntad y la inercia, siempre cae todo el peso del mismo del mismo lado y cada uno tiende a buscarse el entretenimiento por su cuenta. Así que es habitual escuchar preguntas como:¿Esto cuenta como plan familiar? Y ahí te intentan colar cualquier cosa que les venga bien y que les ocupe poco tiempo. Aunque a veces protesten, en el fondo lo disfrutan. Pero ¿qué tipo de adolescentes serían si no estuvieran quejándose continuamente de lo que les obligan a hacer sus padres?
Las vacaciones son otra historia. A partir de los 15 sacarles de su círculo de amigos lo llevan regular tirando a «me aburro». Una frase que yo me cuidaba mucho de pronunciar cuando tenía su edad, porque, inmediatamente mi madre decía: «Eso es porque no tienes nada que hacer. Yo te voy a dar una tarea y ya verás cómo se te pasa». Así que sí me aburría procuraba hacerlo en silencio.
La colaboración en tareas domésticas ha cambiado bastante. La primera vez que les expliqué a mis hijas que ellas ya tenían edad de limpiar el baño miraban la bayeta como si fuera un meteorito que había caído en la habitación.
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«Cuando se tienen hijos adolescentes se corre el riesgo de vivir juntos, pero por separado»
Y las vacaciones de ahora también son diferentes. Hay niños de 8 años que ya han viajado más que mucha gente mayor en toda su vida, así que entre tanto destino glamuroso y exótico es imposible competir en originalidad. Lo más moderno es lo vintage:tener un pueblo. A ser posible de esos en los que se conoce todo el mundo y hay que identificarse por quiénes son tus padres o tus abuelos.
Leía hace unos días un blog de una pareja que contaba su experiencia de cómo habían logrado vivir sin plásticos, generando el mínimo de residuos y sus consejos para hacer compost con la basura orgánica, como si hubieran descubierto algo que no se hiciera en cualquier casa de pueblo con animales. Ahora eso es hipster.
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En el mundo del postureo y puestos a ser originales, con lo que iban a flipar los amigos de mis hijas es cuando vieran su foto en Instagram fregando el baño con guantes.
Pablo Aranda
El verano son tres días
Cuando éramos hijos hacíamos lo que decían papá y mamá, y ahora que somos papá y mamá hacemos lo que dicen los hijos. Menuda generación de pringados. Una parte del verano está solucionada con los multideportes de lunes a viernes. La mayor sale y entra sin problemas porque el alcohol ni lo prueba, mamá, si es que no me gusta. El sábado y el domingo nos tragamos un rato de caravana y a la playa, con las medusas. Ya no se ponen sandías en la orilla así que la marea no se las lleva. En el coche ahora hay aire acondicionado, pero los niños siguen preguntando cuánto queda. Y hasta eligen la emisora. Cualquiera se habría atrevido a tocarle los botones del dial a los padres de antaño. El fin del verano siempre es triste, cantaba Danza Invisible, pero la mitad del verano qué. Un calor de muerte y habrá que irse a algún sitio. Hasta ahí todos de acuerdo; o casi todos, pues la mayor lo primero que pregunta es cuándo volveríamos: es que tengo un cumple importantísimo. Pero qué narices, son las vacaciones y qué son las vacaciones sin fotos que enseñar a la vuelta. La madre tiene una idea genial: ahora que todos los colegios son bilingües podríamos ir a un país donde los niños puedan practicar inglés. Yes y eso. Irlanda es muy verde y tiene acantilados. Y vuelos baratos. No suena mal, pero conducen por la izquierda. Como para confundirte en una rotonda. Estampar el coche y acabar con la boca llena de tréboles. Trébol es problema en inglés. O bajarte mareado en la cuneta para vomitar y que sea uno de los acantilados (la cuneta quedaba al otro lado). Escuchar mientras caes papaaaaaaá. O que sea el otro carril y justo pasase un tractor irlandés que viene de arar un campo de patatas.
«Somos una generación de pringados, pero con pactos se arregla casi todo»
La mayor propone Nueva York. El padre y la madre intercambian una rápida mirada y en las pupilas de ambos se percibe el signo del euro. ¡Cinco billetes a Nueva York! Los dos chicos se alían y aseguran que les prometimos llevarlos a Eurodisney. Colas de hora y media para subirte a una noria con Cenicienta y después comerte un perrito caliente por 6 euros 6. Leemos a tiempo las noticias de la huelga de pilotos irlandeses, de controladores aéreos de Francia, de personal de tierra de los aeropuertos españoles. La familia reunida geyper de vacaciones en un aeropuerto. El estrés anterior al viaje y el de después. Quizá la solución sea pactar un tiempo corto. Tres días en una casa cerca de la playa. De otra playa que no sea nuestra playa. En el auto de papá (no me importa porque llevo tortas). Aceptar que las vacaciones no serán espectaculares, pero no necesitarán recuperarse nuestro corazón ni nuestro bolsillo. Desayunaremos juntos, comeremos juntos y cenaremos juntos. Si la mayor hace los selfies saldremos todos en la foto. Quién dijo que las vacaciones fueran fáciles. No hay que apurarse: el verano son (esos) tres días.
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