Borrar
La cola del pan. Numerosas personas esperan para comprar el pan en Cheliábinsk, en el año 1985. Muebles y enseres en la escalera. imágenes del libro 'el siglo soviético'
Conquistar el espacio, vivir en la pobreza

Conquistar el espacio, vivir en la pobreza

Un país de contrastes Un libro relata la vida cotidiana en la URSS, donde eran pioneros en algunos campos y tenían enormes carencias en otros

césar coca

Domingo, 10 de octubre 2021, 00:34

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

El 12 de abril de 1961, mientras la URSS celebraba la hazaña histórica de poner a un hombre en el espacio, humillando a EE UU y asombrando al mundo, familias completas de Moscú y Leningrado vivían en reducidas habitaciones de pisos compartidos. El 60% de los residentes en las dos ciudades mayores del país tenían su alojamiento organizado de tal manera que era habitual que de 40 a 60 personas ocuparan un piso expropiado en los primeros meses de la Revolución a familias pudientes.

En esos inmuebles, las cocinas eran de uso común -cada familia tenía una mesa donde dejaba sus enseres- y el espacio era tan escaso que resultaba habitual verse obligado a dejar algunas cosas en el descansillo de la escalera. Y los retretes estaban más transitados que la Perspectiva Nevski en una tarde de primavera. Tanto es así que quienes podían permitírselo tenían su propio asiento para el inodoro. Todo eso sucedía en la patria de Gagarin. El historiador alemán Karl Schlögel cuenta en 'El siglo soviético' (Ed. Galaxia Gutenberg) cómo era la vida cotidiana en la URSS, el país de los más asombrosos contrastes.

El primero de ellos fue que el Estado que aspiraba a crear al hombre nuevo decidió prescindir de muchos de sus mejores cerebros. En los años veinte, entre 1,5 y 2 millones de rusos salieron camino de Berlín, Praga, París y otras grandes ciudades del continente. Muchos eran aristócratas, burgueses, empresarios o profesionales liberales que dejaban tras de sí bienes valiosos que terminaron en mercados irregulares. Fue allí donde un Rubens se cambió por una hogaza de pan. La Historia europea reciente no conoce un éxodo semejante.

Pero el símbolo de lo que iba a suceder estaba en los dos barcos que en el otoño de 1922 zarparon de Petrogrado: en ellos iban filósofos, científicos, escritores y artistas a los que se había 'invitado' a marcharse. Tuvieron suerte, porque sobrevivieron a todo aquello. Algo que no lograron muchos de quienes los obligaron a irse. No pocos de ellos fueron enviados a las grandes obras (presas, siderurgias, vías férreas) que se hicieron con trabajadores esclavos en programas de 'reeducación'.

Bajo estas líneas, la cubierta del libro de cocina de 1953, que llevaba prólogo de Stalin.
Bajo estas líneas, la cubierta del libro de cocina de 1953, que llevaba prólogo de Stalin.

Relata Schlögel en su libro que el derroche de recursos y el desprecio al medio ambiente fue una constante al menos en la primera mitad de la historia soviética. El contraste fue el heroísmo de los 'liquidadores' de Chernóbil. La estampa de grandes centros industriales abandonados y contaminando ríos ha sido habitual durante décadas. Incluso los bosques estaban llenos de basura orgánica porque los soviéticos se deshacían de ella de esa manera.

Perfume, cola y fiestas

Y no es que hubiera muchos restos porque la escasez fue una constante durante casi toda la vida del país. Aunque también lugar para inmensas ironías. Una de ellas, no la menor, fue un libro de cocina del que se publicaron varias ediciones, algunas con un prólogo de Stalin: en la portada del mismo, que se puede ver en esta página, aparece una mesa con manjares propios de la más alta cocina. Manjares que un par de generaciones de soviéticos no probaron nunca.

El libro desvela aspectos muy poco conocidos de la Historia de aquel país. Por ejemplo, el enorme fracaso de una ley de divorcio que pretendía liberar a la mujer y tuvo el efecto contrario, y el vaticinio de que a medida que aumentara el nivel cultural la cosmética sería un recuerdo del pasado. Muy al contrario, uno de los iconos del supuesto acceso a los lujos burgueses para toda la población fue un perfume propio, 'Krásnaia Moskvá', con aromas de bergamota, azahar, pomelo y cilantro, creado por perfumistas franceses residentes en la URSS, que recordaba vagamente al Chanel Nº 5.

Tampoco se ha escrito demasiado sobre la existencia de una prostitución que operaba en los centros de poder. Cuenta Schlögel que los balnearios en los que pasaban las vacaciones los dirigentes del partido en todos sus niveles eran lugares de sexo desenfrenado, con Yalta como centro principal. «Siempre hubo prostitución, aunque lo negaran», explica. «Consentida en los años veinte y en los treinta, fue objeto de 'limpieza' junto a los restos del clero y la aristocracia. Pero era muy frecuente en las casas de los sindicatos, los balnearios, en lugares en los que era más fácil acceder a una vida ligera». Muchos de quienes no podían ir a los balnearios tenían al menos una dacha, que ofrecía además la posibilidad de cultivar algunas hortalizas para al abastecimiento propio.

En los balnearios no se veían las colas que eran tan comunes en las ciudades. Relata Schlögel que a veces estaban formadas por ciudadanos que no sabían lo que se podía conseguir en el establecimiento pero se quedaban porque podía interesarles para consumo propio o intercambio. Entre quienes esperaban solía haber agentes de la Policía política, con la doble misión de contar cuánta gente había («unas 8.000 personas haciendo cola a las nueve de la mañana ante el almacén Dzerzhinski», anota uno de ellos) y escuchar las conversaciones.

El libro da cuenta de la terrible burocracia del país, la bajísima productividad (Stajánov se revolvería en su tumba), el pésimo funcionamiento de los servicios, la habilidad para organizar fiestas con las que mejorar el ánimo de los ciudadanos y el experimento de un nuevo calendario que estuvo en vigor con algunas correcciones entre 1929 y 1940. En un intento de aumentar la producción, se estableció la semana de cinco días. Cada mes tenía seis semanas y se ajustaba el calendario anual introduciendo cinco jornadas festivas.

Las fiestas de origen religioso fueron sustituidas por otras, vinculadas al espíritu de la Revolución: el Día de las Tropas de Ingenieros, el de las Fronterizas, el de la Radio, el de los Geólogos, el de los Metalúrgicos, el de Pushkin y otros más. También había una fiesta (el 20 de diciembre) del NKVD, la temida Policía política. ¿Quién dijo que el régimen soviético no tenía sentido del humor?

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios