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Cuando la ciencia decidió acabar con las epidemias

Cuando la ciencia decidió acabar con las epidemias

A mitad del siglo XIX Londres se enfrentaba a problemas de nueva índole y en plena era industrial eran necesarias innovadoras soluciones en tiempos de cólera

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Sábado, 1 de agosto 2020, 23:51

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Londres era la gran ciudad del siglo XIX. Su densidad poblacional no se había visto desde la Roma de los césares y en la segunda mitad del siglo superaba los 2 millones de personas en un perímetro de apenas 50 kilómetros. Esto suponía que las condiciones de salubridad eran, en el mejor de los casos, deplorables. Londres se enfrentaba a problemas de nueva índole y en plena era industrial eran necesarias innovadoras soluciones.

Un político preocupado

Edwin Chadwick era un eficiente y preocupado miembro de la administración. Gran artífice de que se promulgara la primera ley de salud pública, a nivel mundial, en 1848 que suponía responsabilizar a los gobiernos de la salud de sus ciudadanos. Esto le propició no pocas críticas debido a las cuantiosas inversiones que debía de afrontar el Estado.

Chadwick se mostraba como un firme defensor de la teoría miasmática que era la explicación más aceptada, en la primera mitad del siglo XIX, para explicar las epidemias que asolaban con regularidad a muchas ciudades europeas. La teoría miasmática defendía que las enfermedades se trasmitían a través de los miasmas, el conjunto de emanaciones fétidas procedentes de suelos y aguas impuras. Esto significaba que el saneamiento era fundamental de forma que en tan solo 6 años se vaciaron 30.000 fosas sépticas al rio Támesis. Pero nadie tuvo en cuenta que las enfermedades se podían transmitir de otras formas y que el río Támesis suministraba agua a las fuentes de Londres.

Tiempos de cólera

El siglo XIX fue propicio para que esta enfermedad campara a sus anchas por Europa, de hecho, provocó el derribo de las murallas medievales de la ciudad de Barcelona y su posterior ensanche.

En 1854 se desarrolló una de las temidas y recurrentes epidemias de cólera en Londres. Lo de convertir el Támesis en una cloaca no había sido buena idea aunque se hubiera realizado con la mejor de las intenciones, pero esta vez las cosas serían diferentes. Un libro publicado recientemente en España «El mapa fantasma» cuenta como El doctor John Snow (nada que ver con «Juego de Tronos») y el reverendo Henry Whitehead cambiaron para siempre la forma de afrontar las epidemias.

El Dr. Snow se las había visto anteriormente con esta enfermedad y la teoría miasmática no le terminaba de convencer. Sabía que se podía convivir con un enfermo moribundo de cólera y no padecer ningún síntoma, por lo que pensar que era algo que flotaba en el aire o que se contagiaba de enfermo a enfermo no le cuadraba. Lo curioso es que un médico que atendía a los enfermos podía verse indemne pero la enfermedad podía extenderse rápidamente a otros vecinos.

La teoría miasmática parecía un traje a medida para enfermedades como la viruela pero el cólera no encajaba con ese perfil de transmisión. ¿Y si el cólera no era algo que se respirara sino algo que se tragara?

John Snow se las tuvo que ver con sus colegas que desdeñaban su punto de vista y, sobre todo, con la mentalidad de la época. En este punto es donde el reverendo Henry Whitehead utilizó su influencia para que las autoridades se tomaran en serio a este científico marginado y se pudiera acabar, de una vez por todas, con la superchería y con los supuestos castigos divinos.

Estos dos personajes suelen llevarse la fama pero no habrían conseguido nada de no ser por un epidemiólogo que estaba haciendo cosas muy raras.

Llega el 'Big Data'

El epidemiólogo William Farr (pionero en la recolección de datos sobre enfermedades) presentaba estadísticas semanales sobre el lugar y el número de decesos por cólera, algo que se mostró fundamental para que el Dr. Snow pudiera seguir el rastro de la muerte. Esta manera de actuar era revolucionaria, fundamentarse en los hechos y abandonar las elucubraciones personales. Tratar los datos con rigor y extraer de ellos toda la información posible sin que ninguna idea previa intoxique este proceso. Nada menos que el método científico utilizado para salvar vidas, una de las revoluciones más importantes en la historia de la humanidad.

Gracias a los datos de Farr, John Snow pudo desarrollar una labor detectivesca y trazar un mapa que cambiaría el destino de las ciudades. El brote de cólera procedía de una fuente pública en el barrio de Spitafields y su clausura fue suficiente para solventar esta grave crisis. Pero fue mucho más.

Las ciudades se transforman

El descubrimiento de Snow supuso un cambio radical en el desarrollo de las ciudades. La propia Londres estaba edificada sobre 3 metros de excrementos lo cual obligaba a planificar el saneamiento desde un punto de vista global impensable hasta ese momento. Esto dio lugar al impulso de una red de alcantarillado que sería copiada por el resto de grandes urbes, pero sobre todo a un cambio de mentalidad en las autoridades, sin el cual, sería impensable el modelo urbanita que domina hoy en día y el bienestar del que gozan muchas ciudades donde, por ejemplo, la esperanza de vida suele ser mayor que en el campo.

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