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Carolina Cancanilla
Asco

Asco

Hasta el C* ·

No solo hace falta el feminismo. Es preciso que los hombres se sumen a la lucha, porque muchos, lo sé, comparten el mismo asco.

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Domingo, 13 de agosto 2017, 00:32

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Me gustaría saber qué les pasa por la cabeza a esos hombres que se pasean por el centro de la ciudad, o por cualquier parte, con una mujer esposada, y enana, aunque la palabra sea tan dura. ¿Qué diversión le ven? Porque de eso se trata,de pasarlo bien. Si lo logran, de verdad y no por pose, creo que necesitan ayuda.

Se trata, como sabrán, de una evolucionada forma de despedida de soltero, esa casposa costumbre que ha pasado de ser una noche de juerga a extenderse en un viaje de varios días y que ha derivado en epidemia de la que huyen los ayuntamientos. Pues las tales despedidas, que recuerdan tiempos peores, en los que el hombre se veía obligado a una última ‘cana al aire’ antes de someterse a la fidelidad del matrimonio,o bien una excusa más para darse un gusto, alcanzan con esto una punta de machismo y de brutalidad ya insoportables. Me dirán que las mujeres también se han subido al carro de estas fiestas y contratan ‘boys’, a veces también enanos,y se desmadran, pero eso no lo hace mejor, sino al contrario. Es curioso comprobar, una vez más, cómo los estándares masculinos son asumidos por las mujeres, a poco que se descuiden, como si fueran logros, por ese aire de poder que impregna todo el mundo patriarcal.

El caso de esta ‘antistripper’ de menos de un metro y medio de altura, que ha contado de manera impresionante en estas mismas páginas el periodista Alberto Gómez, repugna por muchos motivos, además del rechazo a las ‘despedidas’ en sí. La imagen de la mujer esposada, como una esclava o una carga para el hombre, la mujer sometida, es un icono del machismo más ancestral. Parece que al novio y sus compinches les traiciona el subconsciente. Solo por eso la comitiva de machitos debería ser rechazada. Pero al unirle la imagen de una mujer que rompe los cánones de belleza es de una crueldad insólita que le ofende a ella y nos ofende a todas que, en el fondo, es lo que también se pretende.

Pero aún más, la víctima no se reconoce como tal y ni siquiera detecta los abusos sexuales a los que es sometida y minimiza las agresiones que ha sufrido. Qué triste, qué indigno.

No solo hace falta el feminismo. Es preciso que los hombres se sumen a la lucha, porque muchos, lo sé, comparten el mismo asco.

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