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La red de activistas clandestinos

La red de activistas clandestinos

Valencia reúne a más de mil de 130 países en el IFF, un festival donde está prohibido hasta hacerles una fotografía

fernando miñana

Domingo, 7 de abril 2019, 00:42

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El sol empieza a caldear Valencia y de un hotel, como si fuera la boca del metro, empiezan a salir jóvenes. Visten con zapatillas, pantalones negros y camisetas negras. Sobre la espalda, acarrean mochilas negras adornadas con chapas reivindicativas: 'Freedom needs fighters', 'I love privacy'. Les definen: dos de sus rasgos, más allá del fervor por el negro, son el activismo y la obsesión, en muchos casos justificada –algunos son perseguidos por los gobiernos de sus países de origen–, por el anonimato.

Ellos, con su acreditación colgando del cuello y el lazo, también acreditativo, en la muñeca, son algunos de los más de mil individuos, procedentes de 130 países, que participan en la quinta edición del Internet Freedom Festival (IFF), un certamen que se celebra en Las Naves, un centro de innovación del Ayuntamiento de Valencia, que se apoya sobre el andamio de la tecnología, los derechos humanos y la libertad en Internet. Allí se dan charlas a todas horas de los temas más diversos, pero lo que más se aprecia es sentarse al solecito en el patio, o en lugares más discretos como un pasillo, y hablar con otros entusiastas para tejer la red del activismo con la que atrapar las injusticias.

Muchos van con el ordenador portátil a cuestas. Todos han cegado la mirilla de la 'webcam' y han adornado la cubierta con pegatinas reivindicativas que sirven, de paso, para tapar las manzanas mordidas. Guillermo Peris se lía un cigarrillo antes de salir pitando hacia el aeropuerto de regreso a su hogar, en Bruselas. Él trabaja para EDRI (European Digital Rights), que extiende una red de defensores de los derechos digitales por toda Europa, pero que aprecia la proyección mundial del IFF y «la gran presencia de gente del sur global y Asia». Guillermo se dedica a reclutar nuevos miembros. «Y esto es una oportunidad única», dice.

Ali Gharavi participó en la inauguración. Hace dos años estuvo preso en una cárcel de Turquía

La génesis del IFF se encuentra en los proyectos, de menor calado, que realizaba hace seis o siete años Sandy Ordóñez, una mujer latina, hija de español y cubana, que nació en el Bronx. Estaban destinados a evadir la censura digital y como le habían encantado España y, especialmente, Valencia, durante un viaje al que le invitó la Fundación Carolina, hizo una búsqueda en Google con la idea de organizar un nuevo evento a orillas del Mediterráneo: introdujo tres palabras –'comunidad, tecnológica, Valencia'– y le salió, el primero de todos, un nombre: Pepe Borrás. Sandy le llamó por teléfono en un momento providencial, una semana antes de que fuera a mudarse a Berlín. Le explicó su idea y, después de escucharle, aquel dijo: «Mola».

Pepe Borrás, entonces, solo tenía 25 años, suficientes para acabar dos carreras –Publicidad y Relaciones Públicas, y Comunicación Audiovisual–, completar un máster sobre Digital Media en una escuela creativa llamada Hyper Island, en Estocolmo, «haciendo cosas muy locas con gente muy buena con creatividad y tecnología», y trabajar en BBH, una de las mejores agencias de publicidad del mundo, desarrollando campañas para Virgin, Google, Audi...

Ahora ya tiene 30 años, vive entre Nueva York y Valencia y se dedica a tiempo completo al IFF, que maneja un presupuesto de un millón de dólares y que ha convertido, en su ámbito, en el mejor congreso del mundo, pese a que, en Valencia, nadie, o casi nadie, sepa qué se ha hecho esta semana, de lunes a viernes, en esas imponentes naves, unos antiguos graneros, que hay a un paso del puerto. «Pues ahora mismo es la capital mundial de los derechos digitales. Hemos convertido la ciudad en sinónimo de libertad en Internet», presume, antes de deslizar que, si ese interés no aumenta, si nadie más arrima el hombro para evitarlo, el IFF puede acabar en el futuro en otra urbe europea.

Activismo norcoreano

Borrás se fijó un reto desde el primer año: la seguridad de los activistas. Por eso está prohibido hacer fotos sin su consentimiento, grabar una nota de audio o, ni por asomo, un vídeo. Muchos, tras pasar un filtro previo en su país de origen, se registran con un 'nick'. Porque aquí, por ejemplo, está el programador de la 'deep web'. Y el año pasado, y quién sabe si quizá este también, estuvo Jung Gwang-il, un hombre empeñado en quitarles la venda a los ciudadanos de Corea del Norte. Para ello –su manera de hacer la contrapropaganda– cuela, con la ayuda de drones, memorias USB que contienen desde películas de Hollywood a la versión coreana de Wikipedia. Su objetivo es romper la burbuja que les impide ya no ansiar sino simplemente saber que existe un mundo mucho más apetecible que el que conocen, constreñido por la censura extrema del Gobierno del líder supremo, Kim Jong-un.

La mejor prueba del prestigio y el potencial del IFFes que la lista de espera para participar es mayor que la de los inscritos. A algunos, muchos de los que vienen desde países en vías de desarrollo, les costean el viaje para que puedan predicar en Valencia su valiosa y valerosa labor, encontrar alianzas o, simplemente, gente que entienda y aplauda lo que hacen.

Un asistente observa una de las camisetas del 'merchandising' del festival.
Un asistente observa una de las camisetas del 'merchandising' del festival.

Borrás relata su historia mientras está sentado, cruzado, en un sillón de manera que le cuelgan los pies por el reposabrazos. Y recuerda cuando, en 2013, pergeñó la primera campaña de recaudación de fondos en Spotify. «Me pregunté qué pasaría si detrás de un 'track', en vez de una discográfica, estuviera una ONG. Subimos un 'track' de audio porque solo con hacer eso estás logrando una gran audiencia. Y cruzamos los dedos para que Spotify no la retirara. Pero empezaron a llegar correos de trabajadores de Spotify felicitándonos y, al fin, un día, el fundador de la compañía tuiteó que le había encantado».

Siempre tuvo esas inquietudes. Por eso ahora, mientras balancea los pies colgantes, incide en que las medidas preventivas no son esnobismo. Por eso retrocede otra vez al primer año, a 2015, cuando lograron localizar a un representante del Gobierno de Irán que se les había colado en el festival y al que invitaron a marcharse. Otros años los filtros frenaron a espías de China y de otros países.

Ali Gharavi participó en la ceremonia inaugural de aquella primera edición. Este activista sueco lleva 18 años trabajando con defensores de los derechos humanos en más de cincuenta países. En 2017 viajó a Turquía para impartir un taller y allí fue arrestado, acusado de apoyar a tres organizaciones terroristas, y encarcelado. Permaneció tres meses en prisión. El lunes regresó al IFF para participar en el 'Opening' junto a Sharmin Hossain, una mujer que tiene sus orígenes en Bangladesh y trabaja en Queens (Nueva York). Más conmovedora fue la noticia del asesinato, el 2 de marzo de 2016, de la ambientalista hondureña Berta Cáceres mientras su amiga Hedme Sierra Castro participaba en un taller en defensa de la libertad de expresión.

Como en un guiño del destino, el promotor del IFF nació a la vez que internet, que cumple 30 años «con 4.000 millones de usuarios y la otra mitad de la población mundial viviendo en países en vías de desarrollo, así que estamos en pleno colonialismo digital». Por eso, quizá, es importante la labor de algunas organizaciones sin ánimo de lucro (ni de poder, cabría añadir). En el patio, mientras unas mujeres maquillan con purpurina a todo aquel que le apetece cambiar de aspecto, Jean Carlo divulga la labor de Accessnow, una línea de ayuda en seguridad digital gratuita para la sociedad civil. «Defendemos los derechos digitales en todo el planeta. Nos envían las peticiones por correo y las atendemos sin costo».

Por allí también pulula Stéphane Grueso. Este cineasta entregado al activismo advierte que los derechos que parecen obvios en la calle «no se cumplen en internet». Su asociación, PDLI (Plataforma en Defensa de Libertad de Información), se esfuerza en crear «una red de alerta para aquellas personas que se están jugando la vida por luchar contra la censura» en el ciberespacio.

Muchos de esos activistas, angustiados por hacer más y más, explotan en el festival de Valencia. Por eso hay un equipo de psicólogos, encabezado por la doctora María Pérez. Y no es una pose. «Un joven asistió ayer (por el miércoles) a una charla, se le removieron cosas por dentro y sufrió un ataque de pánico», desvela. Otros ven caer el sol, a última hora de la tarde, mientras se relajan, beben cerveza, abren una botella de ron y ríen. Un respiro antes de volver a la lucha.

Ariel Barbosa. Experto en ciberseguridad

La fragilidad del usuario que no ofrece barreras

Su cajita roja encima de la mesa es un cebo irresistible. Dentro de este 'kit de seguridad digital' hay un par de dados rojos, unas pegatinas para tapar la 'webcam' y hasta lo que llama «un condón USB», un chip que permite que cuando enchufas el teléfono móvil al ordenador se cargue pero no fluyan los datos de un dispositivo al otro. Con estos artilugios, Ariel Barbosa, de Colnodo, pretende llamar la atención sobre la creciente importancia de la ciberseguridad. También incluye una llave para conectarla a un puerto USB y poner en marcha el Tails, que capa el sistema operativo del ordenador al que te conectas y te permite funcionar con uno alternativo que no deja rastro, quedando todo almacenado en el USB.

Los dados rojos sirven para que este colombiano hable de la seguridad de las claves, el punto débil de millones de usuarios. «Es para reflexionar», advierte antes de explicar que existe una página web donde uno puede averiguar cuánto de resistente es tu contraseña. Y que la más utilizada –aunque parezca increíble–, '123456', le dura a un pirata informático menos de una décima de segundo. El problema se multiplica cuando, además, compartimos esa barrera en todas las plataformas que utilizamos a diario. Durante su estancia en Valencia, prevendrá sobre el 'malware', el sistema que te espía, para hacer entender que no es ciencia ficción, «sino algo real y cotidiano que debería explicarse en las escuelas».

Elodie Vialle. Reporteros sin fronteras

Internet, un arma a favor y en contra del periodismo

No es un buen momento para ejercer el periodismo, pero quizá por eso es, precisamente, el momento en que los reporteros son más necesarios. En 2018 fueron asesinados ochenta periodistas, 348 fueron encarcelados y otros 60, secuestrados. Elodie Vialle es la directora de Periodismo y Tecnología de Reporteros Sin Fronteras, una organización con trece oficinas y 130 corresponsales por todo el mundo. Está en Valencia porque el oficio «precisa más herramientas para trabajar con seguridad», y apunta que una de las armas de los gobiernos autoritarios «es internet». Pero ese arma, a veces, se les puede volver en contra. «Es una muy buena oportunidad para el periodismo porque la gente que sufre la censura tiene un medio para expresarse».

Vialle sostiene que internet es una vía rapidísima para desacreditar a un profesional de la información. «En muchos países, alientan a los 'trolls' para que amenacen a los periodistas, para que cojan una foto suya de Instagram, por ejemplo, y la coloquen en un portal porno para desacreditarlo. Es muy importante para la comunidad de internet luchar contra estas prácticas». Y el IFFayuda a fortalecer esa lucha. «Esta mañana he podido hablar con gente de Vietnam, uno de los peores países en términos de libertad». Aunque a Vialle también le preocupa el periodismo en los regímenes democráticos, donde muchos gobiernos «fomentan el odio» hacia los periodistas.

José Luis Cervera. Estadístico

El equilibrio entre compartir datosy la privacidad

José Luis Cervera es un funcionario en excedencia del Instituto Nacional de Estadística. Hace quince años quiso dejar el sistema más convencional para contabilizarlo todo y montar su propia consultoría. Ahora trabaja para la ONU y ha desarrollado sus métodos en decenas de países donde la falta de métodos más modernos y tecnológicos limita la toma de decisiones. Como un modelo de estimación de la pobreza en Brasil, por municipios, que es reproducible cada año. El motivo también por el que, en África, los informáticos actualizados trabajan por 2.000 euros en grandes multinacionales y los que no, por 200 para el Gobierno.

Cervera, director general de DevStat, multinacional valenciana de la estadística, cuenta también el ejemplo de Moldavia. El país tenía un censo irreal, que no registraba la cantidad de niños que emigraron tiempo atrás con sus familias. Él realizó un cálculo utilizando imágenes de satélite de las luces nocturnas en los edificios, que luego cruzó con las cifras de consumo de agua y electricidad.

Este estadístico nada a contracorriente en el IFF, donde muchos quieren ocultar su identidad y pelean por escatimar los datos. Cervera cree que en algunos casos se equivocan, porque registrarse en Haití, por ejemplo, puede salvar un montón de vidas si se produce una catástrofe. «¿O acaso no está bien compartir tus datos para tener la tarjeta CIP?», lanza.

Maddish. Activista

Dar acceso libre en la red a los 'correos de Blesa'

Maddish va a todas partes con un portátil forrado de adhesivos que pregonan su rebeldía vital. Lleva una década en la pelea con Xnet y cuenta con un indisimulado punto de orgullo que en todo este tiempo han logrado sacar a la luz los excesos que cometía la SGAE, un escándalo que ellos rebautizaron como 'XGAE', o cómo promovieron también el proyecto '15MpaRato', que impulsó el juicio a la cúpula de Bankia con una primera campaña de 'crowdfunding' que recaudó 20.000 euros en 24 horas. «Hemos demostrado que la ciudadanía puede hacer algo y que si no lo hacemos nosotros, no lo va a hacer nadie».

A menudo habla en primera persona del plural porque lleva años, primero en el ámbito artítico y ahora en el combativo, junto a otra italiana, Simona Levi. Y le brillan los ojos cuando recuerda el día que recibieron un enlace anónimo, o eso cuenta, a los correos electrónicos de Blesa. Aquello le llevó a plantearse que algo que era de interés general debería ser accesible a todo el mundo y creó el dominio correosdeblesa.com.

Es fundadora y directora de MaadiX, una empresa que ofrece soluciones informáticas orientadas a preservar la privacidad, la confidencialidad y la autonomía en el ámbito digital. Aspira a romper la brecha tecnológica para que nadie tenga que depender de terceros ni grandes compañías. En el IFF se permite cerrar el ordenador para «ponerle cara a la gente que ya conocías por internet; da otra calidad y confianza a la relación y te permite enterarte de cosas nuevas».

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