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Fernando Torres

La Expiración en las venas de una guardia civil

El día que Maite llevó sobre sus hombros al Cristo de la Expiración se forjó un vínculo infinito que la acompaña en las tristezas y en las alegrías

Fernando Torres

Miércoles, 28 de marzo 2018, 01:23

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La Fe es caprichosa. A algunos les viene heredada, a otros les toca aferrarse a ella por los giros del destino. Maite Sánchez lleva desde que nació vinculada al Cristo de la Expiración y a la Virgen de los Dolores, aunque la vida le ha puesto retos por delante en los que su fervor por ambos titulares se ha convertido en el oxígeno con el que seguir adelante. Es Guardia Civil, hija, viuda y hermana de miembros del cuerpo, y ha acompañado a su Cristo de uniforme, con túnica y capirote e incluso portándolo sobre su hombro, creando una conexión interminable que a día de hoy, 25 años después del momento en el que trasladó la cruz, sigue sin poder explicar con exactitud. “Fue algo único, un momento íntimo entre él y yo”.

Maite vive con sus dos hijos en Alhaurín de la Torre y trabaja en la Comandancia de Mijas. Las paredes de su hogar están vestidas con decenas de imágenes del Cristo de la Expiración y la Virgen de los Dolores, así como con objetos de la Benemérita, escenificando la unión histórica entre el cuerpo y la cofradía, protectores el uno de la otra y viceversa. Recuerda que su vinculación con la Expiración existía desde que nació, por sus padres, que “vivían” por la hermandad. “Mi padre era polilla –hijos de miembros del cuerpo que estudian en la escuela de Valdemoro–”. Sin embargo, esa unión no se fraguó definitivamente hasta el Viernes de Dolores de 1992, año en el que Maite ingresó en la Guardia Civil y participó en el traslado del Cristo portando al crucificado. “Mi padre, mi marido y mis hermanos llevamos al Cristo por las calles de su barrio”.

Ese año era la cuarta promoción en la que las mujeres podían acceder a la Guardia Civil, por lo que cuando Maite llegó al Viernes de Dolores lo hizo viviendo un sueño por partida doble: el de escoltar a su titular y el de estrenar uniforme y tricornio. Recuerda la experiencia con la misma intensidad y emoción que el día que nacieron sus hijos, porque le pudo devolver los favores, “conversar con él, sentir su aliento” bajo su hombro. Para Maite, ese día comenzó una relación infinita que la ha acompañado a lo largo de todos los momentos de su vida, “los buenos y los malos”.

"Mirada fulminante del Cristo"

El primer gran obstáculo en el que se encomendó al Cristo de la Expiración fue cuando nació su segundo hijo. Tras presentarlo en la capilla, volvió a Algeciras, donde estaba destinada en aquellos años. Ese mismo día recibió una llamada del Hospital Materno Infantil en la que le informaron de que su bebé sufría una patología congénita. “La doctora me dijo que era un milagro que pudieran haberme localizado, porque me buscaron en la Seguridad Social y no me encontraban hasta que pudo encontrar mi teléfono llamando a la Comandancia”. Recuerda que cuando estaba escuchando la noticia, además de llorar por la angustia, recordó la “mirada fulminante del Cristo”, y sintió que había sido él quien allanó el camino de la doctora. Su hijo recibió el tratamiento adecuado en el momento preciso y a día de hoy vive sano, procesiona junto a la Expiración y ha desfilado con la banda de música en varias ocasiones. Sus dos hijos participan activamente en la hermandad y quieren ser guardias civiles, “aunque todavía tienen tiempo de pensárselo”.

Otro episodio en el que la relación que se forjó en 1992 estuvo presente fue cuando falleció su padre, a quien le diagnosticaron cáncer y falleció a los cuatro meses. “Ahí le pedí que me diera fuerzas para soportar el bache, porque sabíamos que difícilmente se podría curar”. Su padre, que llevó a la Guardia Civil y a la cofradía en el corazón hasta el último día, recibió con lágrimas la noticia de que su hija quería ingresar en el cuerpo.

El último golpe en la vida de esta luchadora llegó hace poco más de un año, cuando su marido falleció en 48 horas por una enfermedad fulminante. “Me encomendé al Cristo de la Expiración y a la Virgen de los Dolores para que me dieran fuerzas, y lo sigo haciendo cada día”, asevera.

La vida de Maite sigue, conectada con su Cristo desde la Guardia Civil. En la actualidad, tras haber portado el titular y haber desfilado en la representación del cuerpo que cada Miércoles Santo acompaña al cortejo, prefiere ir de “nazareno con vela”, una de las figuras en la que la reflexión y la introspección son más propicias. Pese a ello, su vinculación con la hermandad, donde forma parte de la parte organizativa, hace que sea jefa de la sección del Cristo, por lo que tiene algo menos de tiempo para pensar.

También en los momentos duros

Además de en los baches personales, el Cristo de la Expiración ha estado presente en ciertos momentos duros fruto de la profesión de Maite. En su etapa de Algeciras, en la que trabajaba en la sala de prensa, actuó principalmente “contra el narcotráfico y la inmigración”. Una noche en la que desembarcaron nueve embarcaciones a la vez, la agente acudió a la zona acompañando a varios medios de comunicación. Al llegar, “un compañero llegó llorando con un bebé que parecía estar muerto; al cogerlo parecía realmente que estaba muerto”. El agente le entregó el pequeño a Maite para que lo llevase hasta el puesto avanzado de la Cruz Roja. Cuando lo sostuvo, recuerda que volvió a hablar con su crucificado: “Clamé al cielo y le pedí al Cristo de la Expiración, porque no era posible”. Según recuerda, “gracias a Dios la Cruz Roja pudo sacarlo de la hipotermia tan grande que sufría el bebé y salió adelante”. En otro día similar el que Maite relata –por desgracia bastante habituales durante su etapa en Algeciras–, se encargó de cuidar a un bebé, que se agarró a la hombrera de su uniforme. Un compañero le hizo una fotografía y la instantánea recorrió los medios de comunicación locales y nacionales por la ternura del momento.

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