La creación de la Hermandad de la Buena Muerte
La cofradía, de nuevo cuño, se erigió el 13 de octubre de 1862 en la parroquia de San Carlos y Santo Domingo, en El Perchel
ELÍAS DE MATEO
Domingo, 16 de noviembre 2014, 01:02
Nadie pone en duda actualmente que el reinado afectivo de Isabel II entre 1843 y 1868 coincide felizmente con una revitalización de las cofradías pasionistas, ... así como por una recuperación significativa de las estaciones de penitencia.
En Málaga van a crearse entre 1862 y 1864 dos nuevas hermandades pasionistas: la de Nuestro Padre Jesús de la Misericordia, en la parroquia de San Pedro (El Carmen), y la de Nuestro Padre Jesús Crucificado de la Buena Muerte y Ánimas, en la de Santo Domingo.
Parece claro el paralelismo entre ambas iniciativas. Las dos tienen lugar en el populoso barrio de El Perchel y en los antiguos conventos desamortizados, ahora convertidos sus templos en parroquias. En el caso de la Misericordia, el impulso vino, al parecer, de la mano del entonces párroco, Antonio Fiandor. Era preciso fomentar la piedad popular hacia la imagen de un Nazareno que ya contaba con gran devoción. Era, claramente, un instrumento eficaz para atajar la incipiente propaganda descristianizadora que se comenzaba a extender entre el proletariado y las clases populares de la ciudad.
La creación de la Hermandad de la Buena Muerte no debió ser ajena a la acción pastoral del entonces párroco, el antiguo fraile exclaustrado Padre Vicente Pontes Cantelar.
El padre Pontes nunca olvidó su condición de agustino. De todos es sabida la predilección tradicional del clero regular por las cofradías como instrumentos de evangelización. Es, por tanto, bastante verosímil suponer que en su plan de acción pastoral no debía faltar el impulso para crear una corporación pasionista de nuevo cuño que fomentase la devoción popular de los percheleros de entonces hacia un Crucificado que se veneraba en el camarín de la segunda capilla del lado de la Epístola con un busto de Dolorosa de vestir a sus pies, la actual ubicación de la Cofradía de la Humillación.
Grupo de feligreses
Seguramente reunió a lo largo del verano y del otoño de 1862 a un grupo de treinta y dos feligreses, antiguos devotos de la imagen y del culto a las «benditas ánimas del Purgatorio». Les cedió el cuidado de las dos imágenes y de la propia capilla y una «sala de sesiones» aneja a la misma. Pronto se redactaron unos estatutos, erigiéndose canónicamente de la nueva hermandad el 13 de octubre de 1862 y aprobándose sus primeros estatutos el 3 de noviembre de 1864.
Los primeros hermanos de la Buena Muerte y Ánimas fueron: Salvador Martínez, Camilo Enríquez, Fernando Martínez, José Ruiz, Pedro Ruiz, Ramón Giménez, Miguel Silva, Eduardo Velasco, Rafael Muñoz, José María de los Reyes, Antonio Navajas, José Gutiérrez, Francisco Bernal, José de Luque, José Martín, Rafael de la Plana, Tomás Rubert, Juan Solero, Félix Moyano, Francisco Uria, Francisco Alcalá, Rafael García, José de Luna, Manuel Luque, José Sánchez, Miguel Barrera Antonio Suarez, Francisco Martín, Juan Rabanal, Pedro de Cobos y Francisco Criado.
Los primitivos estatutos dejaban claramente definidos los fines de la nueva corporación nazarena: «() aumentar el culto de la Pasión y muerte de nuestro divino Redentor y procurar subir con nuestra meditación al monte de la Mirra y de la Amargura, para ver al Hijo de Dios en una madero infame, padecer la muerte, solo por espiar el pecado de los hombres, y conocer allí, por el precio infinito de esta Sagrada Víctima la justicia suprema que la inmola, y por la medida de la satisfacción que Dios ha exigido algo de la gravedad y malicia de nuestra culpa además de a las Ánimas benditas».
Admisión
Podían ingresar en la nueva cofradía «todas las personas de uno y otro sexo que lo soliciten, mayores de doce años () católicos, apostólicos romanos, de buena vida y costumbres». Los nuevos hermanos recibían «una patente litografiada» (carta de hermandad) en la que se expresen las obligaciones contraídas mutuamente entre este y la hermandad. Además podían «asociar» a la cofradía a «su esposa, madre, abuela, hija, hermanos o parienta».
La cuota anual se establecía en cuarenta y ocho reales de vellón «dividida en mensualidades de cuatro reales». La de entrada variaba, en función de la edad y estaba condicionada por el derecho a entierro. La mínima, si no se habían cumplido los cuarenta años, era de veinticuatro reales.
La nueva hermandad se regía de la siguiente forma: el Cabildo General debería reunirse obligatoriamente tres veces al año. «El primer domingo de junio, para la elección de los oficiales que la han de dirigir», nombramiento de los Censores de Cuentas (dos hermanos no pertenecientes a la Junta y el Fiscal-contador) y entrega de las mismas a estos. El segundo Cabildo tendría lugar el domingo siguiente, para la aprobación de las cuentas y la toma de posesión de la nueva Junta. Y el tercer Cabildo, el primer domingo de Cuaresma para tomar decisiones sobre la procesión.
La Junta de Gobierno estaba formada por los siguientes miembros: hermano mayor, mayordomo, fiscal-contador, tesorero, secretario, albacea y cuatro vocales. La duración de estos cargos era por dos años. Se renovaban solo la mitad en cada votación y se contempla la reelección «con la aprobación del ordinario». La nueva hermandad dedicó, como era habitual entonces, una gran atención a los hermanos enfermos, y sobre todo, a los difuntos.
Cuando alguien enfermaba gravemente y llegaba a producirse el desenlace fatal, la hermandad se encargaba de todo: «Cuando haya de administrarse el sagrado Viático a los Hermanos, se avisará oportunamente al Albacea, quien facilitará y hará conducir a la casa del enfermo el Altar que debe estar preparado para estos casos, y veinte y cuatro ciriales para acompañar a su Divina Majestad, los que deberán llevar igual número de hermanos si posible fuera reunirlos y diese tiempo para ello. Siempre que se verifique la muerte de algún Hermano, se avisará también al Albacea, quien cuidará se vista el cadáver y coloque en caja forrada de bayeta negra, poniéndosele en la camilla con cuatro cirios hasta su conducción a la iglesia. El entierro será de Parroquia, trece niños de providencia con cirios y el Guión de la Hermandad que llevará la persona nombrada al efecto. Luego que el entierro llegue a la Parroquia donde se celebrarán las exequias correspondientes con Misa y Vigilia, estando el cadáver en el túmulo, alrededor del cual arderán doce cirios y en el Altar de nuestro Padre Jesús y Ánimas habrá otras seis luces. Concluido el funeral, acompañarán al cadáver al campo santo los mismos niños de la providencia y nuestro Guión, dejándolo colocado en nicho que la Hermandad lo tiene de propiedad. En el Altar del Señor se dirán ocho misas rezadas».
Panteón
Se adquirió al Ayuntamiento un terreno en el Cementerio de San Miguel donde se construyó un panteón con cuarenta y cuatro nichos. Durante sus primeros años de vida, se celebraba un solo culto anual: «Todos los años en el día de la Conmemoración de los fieles difuntos, se celebrará una Misa cantada y Sermón; y el altar del Señor y Ánimas precisamente se adornará de la manera más decente posible, iluminándose la Capilla desde las primeras vísperas en que se cantará la Vigilia, hasta terminase las misas de dicho día».
Función
Con frecuencia la prensa se hacía eco de la solemnidad de los mismos. En 1867, El Avisador Malagueño reseñaba : «La Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Buena Muerte y Ánimas de la parroquia de Sato Domingo celebra su función de estatutos el día 2 de noviembre a las 10 de la mañana, siendo el orador el señor don Manuel María Llera, predicador de S.M. y canónigo de la Santa Iglesia Catedral. Habrá misas por los difuntos de dicha hermandad desde las seis hasta la una. La víspera, por la tarde, a las cuatro y media habrá vigilia y maitines».
La estación de penitencia prevista por los fundadores de la nueva hermandad, no se llevaría a cabo hasta 1883 cuando de sustituyó la primitiva imagen titular por el simpar Crucificado de Pedro de Mena.
Según los estatutos de 1864, ésta debía tener lugar el Viernes Santo por la tarde: «() saldrá procesionalmente, su sagrada Efigie acompañada de los Hermanos que irán vestidos en traje de penitente, color negro, escapulario blanco con vivos negros, y en el centro el escudo de metal blanco, cíngulo negro y corona de espinas, llevando cada uno un cirio cuyo costo será de su cuenta: no se permitirá adorno de ninguna clase por ser procesión de penitencia. Los gastos de procesión serán costeados por suscripción entre los Hermanos. La música será de cuenta de los correonistas y campanilleros quienes a prorrata cubrirán su importe. Para el mejor orden y compostura de los asistentes a la procesión irán cuatro o más bastones. Todos los Hermanos que deseen llevar la Sagrada Efigie, tendrán derecho a ello, a cuyo efecto se hará un sorteo. La efigie será llevada a correón, siendo estos y las horquillas de propiedad de la Hermandad».
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