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El oráculo de Rajoy
EL NUEVO MAPA POLÍTICO

El oráculo de Rajoy

El sociólogo Pedro Arriola, voraz lector de manuales de estrategia militar y de novelas policiacas, le ha marcado el camino de La Moncloa

PÍO GARCÍA

Sábado, 26 de noviembre 2011, 14:18

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Quizá usted no haya oído hablar jamás de Pedro Arriola. O tal vez su nombre le suene vagamente, como uno de aquellos apellidos que deambulan sueltos por nuestra memoria sin que podamos recordar qué cara tienen ni dónde los escuchamos por primera vez. No se culpe por ello. Pedro Arriola no da ruedas de prensa. No sale en fotografías. No concede entrevistas. No habla en la radio. No se presenta a las elecciones. No es diputado ni senador. No aparece en televisión. No participa en tertulias. Y, sin embargo, este andaluz huidizo, de barbas recortaditas, pelo gris y ligero acento sevillano, acaba de entregar a Rajoy, en bandeja de plata, su primera y abrumadora victoria electoral.

Inquirir sobre la vida de Pedro Arriola Ríos (Sevilla, 1948) supone rasgar una cortina opaca y ponerse a caminar entre sombras chinescas, casi a tientas. Arriola entiende que la discreción es la materia prima de su oficio y no le gusta salir en los papeles. Licenciado en Ciencias Empresariales por la Universidad de Sevilla y en Ciencias Políticas y Sociología por la Complutense, mantiene heroicamente su silencio público pese a estar casado con Celia Villalobos, diputada del PP, exalcaldesa de Málaga, exministra de Sanidad y política de presencia cotidiana en periódicos y platós. Celia y Pedro se complementan bien. «Es un hombre sencillo y extrovertido; un tipo normal», confiesa su mujer. Llevan juntos desde la adolescencia, tienen tres hijos y otros tantos nietos.

Su voluntad de anonimato es tan extremada que sorprendió su participación, el pasado martes, en una conferencia organizada por el Fórum Europa. Pedro Arriola, presidente del Instituto de Estudios Sociales y asesor personal de Mariano Rajoy, compareció junto al presidente de Metroscopia, Juan José Toharia, para ofrecer una lectura sociológica de las elecciones generales. Todas las declaraciones entrecomilladas de Arriola incluidas en este reportaje proceden de aquella charla, en la que se le fueron cayendo algunas frases que permiten reconstruir su trabajo. «Nosotros ya la conocemos como ley Arriola bromeó Toharia: las elecciones las pierde el Gobierno, no las gana la oposición. Y éste ha sido un caso paradigmático».

Con los sondeos de opinión en la mano, Pedro Arriola calculó hace varios meses que una distancia tan gruesa entre el PP y el PSOE era imposible de recortar. Su recomendación, seguida a pies juntillas por Rajoy, era clara: no hacer ruido. «Ha habido partidos que le han echado tranquilidad al asunto porque les convenía. Y otros que han intentado mover la barca porque les convenía. Al final, combate nulo. Aquí no se ha movido una hoja desde septiembre». La calma chicha que se respiraba en el PP no era, en realidad, fruto de la pereza: Arriola dirigió durante la campaña continuos tracking de opinión. Fueron más de 12.000 entrevistas desarrolladas en un mes por toda España. «Los tracking explicó no sirven para medir la temperatura, sino los cambios de temperatura». Y las líneas del PP y del PSOE fueron siempre paralelas. La oposición contemplativa, ambigua e incluso pasota de Rajoy cuadra con su carácter gallego, pero es fruto de los consejos del sociólogo sevillano. «Yo creo que la idea básica de esperar y ver, sin hacer gran cosa, es básicamente de Arriola», concluye el periodista Graciano Palomo, autor del libro El hombre impasible. Historia secreta del PP de Rajoy camino al poder.

«Aquí no hay sorpresas»

El campo de juego estaba listo desde el año 2008. También entonces Pedro Arriola recomendó prudencia al candidato, pero entonces no funcionó... o no le hicieron tanto caso. Zapatero todavía ejercía de demiurgo fascinante y la crisis, aunque ya evidente, parecía un nubarrón pasajero. Cuando el PSOE ganó aquellas elecciones, algunos prohombres del PP reclamaron a gritos la cabeza de Arriola. Le culparon de equivocar la estrategia, de fomentar la blandura del candidato Rajoy, de no echar más leña al fuego. Arriola, sin embargo, siempre ha sostenido que los caladeros de votos del PSOE son mucho más amplios que los del PP. De hecho, el número de votos populares apenas se ha incrementado en los últimos comicios. Lo que ha determinado la victoria ha sido el colosal hundimiento socialista: «En esta partida, uno debe jugar con sus cartas y con las del contrario», apostilla. Arriola llegó a establecer una regla casi matemática: «Desde hace tiempo, habíamos apreciado una correlación inversa y exacta entre el número de parados y el de votantes del PSOE. Cada vez que el paro subía 3 ó 4 puntos, bajaba la intención de voto socialista». Por eso el PP tenía que estarse quietecito. Debía sentarse en el portal de la calle Génova a ver desfilar el cadáver de su enemigo. Nada más acabar las elecciones de 2008, Arriola aconsejó a Mariano Rajoy centrarse durante la siguiente legislatura en las únicas comunidades que se le habían resistido: País Vasco, Cataluña, Aragón y Canarias. «Haz eso le dijo y se acabó. Voy a por ellos, avanzo en ellos, me las meto en el bolsillo y me voy a tomar una copita el 20-N por la noche».

Dicho y hecho. Alguien podría objetar que el PP se ha estancado en el País Vasco (se ha quedado con los tres escaños que ya tenía); pero, según Arriola, esa es una lectura falsa: «Hemos avanzado, sí, porque la distancia con el PSOE se ha reducido de 6 diputados a uno. Y nosotros vamos buscando el 186-111. Es nuestra única cuenta». El resto de los partidos, desde el estricto punto de vista de su contabilidad electoral, resultan irrelevantes.

El estratega militar

La vida de Pedro Arriola cambió para siempre en 1984, en una cena que compartieron Rodrigo Rato, José María Azar, Celia Villalobos y sus respectivas parejas. Sobre el mantel de una tasca de la calle Fundidores de Madrid, Rato y Aznar descubrieron la brillantez y la conversación chispeante de aquel economista y sociólogo que entonces asesoraba a la CEOE en la negociación de convenios colectivos. Los tres se hicieron grandes amigos. Dicen que Arriola había sido comunista en su juventud, pero aquel sarampión ideológico se le pasó pronto. Poco a poco se fue imponiendo su carácter pacífico de hombre cerebral y poco extremista.

Nunca ha sido militante ni ha estado en nómina del PP o del Gobierno. José María Aznar lo incorporó como asesor externo, con un contrato mercantil, y jamás ha dejado de serlo. Ni siquiera cuando el expresidente lo escogió para integrar la terna de negociadores con ETA, en las conversaciones de Zúrich. Su prudencia llega a tales cotas que Pilar Cernuda y Fernando Jáuregui narran en uno de sus libros (El sequerón) cómo el director de un medio de comunicación nacional le contó a Pedro Arriola con pelos y señales cómo había sido aquella reunión con los etarras... ¡sin saber que el propio Pedro había estado en ella!

Su independencia le deja libertad para decir sin tapujos lo que cree necesario, aunque sea a costa de hacerse (muchos) enemigos. «Nosotros dice no nos podemos engañar, trabajemos donde trabajemos». Algunos dirigentes del PP, por lo bajini, le apodaban Rasputín, para trazar un malévolo paralelismo con el sacerdote ruso que le tenía sorbido el seso a los zares. La comparación puede resultar más o menos ingeniosa, pero existe una diferencia capital: Rasputín era un iluminado místico; Arriola, un científico. «Entre los que nos dedicamos a este oficio de los sondeos d opinión, está considerado como uno de los mejores expertos resume Toharia. Tiene dos cualidades: lo sabe casi todo; y es una persona absolutamente discreta».

En sus ratos libres, Arriola disfruta de sus nietos y de la literatura. Escribe (a lápiz) y es un apasionado lector de manuales de estrategia militar, alguna de cuyas enseñanzas aplica a la política. Para despejar la mente, prefiere las novelas policiacas, especialmente las de John Le Carré o Ann Perry. En el Partido Popular, el sociólogo sevillano hace muy buenas migas con Cristóbal Montoro (con quien coincidió en los lejanos tiempos de la CEOE), con Javier Arenas y últimamente con Soraya Sáenz de Santamaría.

Así que, de ahora en adelante, recuerden su nombre: Pedro Arriola Ríos. No será ministro, pero tendrá el poder difuso del arúspice que susurra vaticinios al oído del césar.

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