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Halcones en cielo libio
operación odisea del amanecer

Halcones en cielo libio

F-18 que vuelan a casi 2.000 por hora, una fragata que vigila 600 kilómetros a su alrededor... Así es el armamento que España ofrece a la coalición

FRANCISCO APAOLAZA

Martes, 22 de marzo 2011, 04:03

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Por fortuna, la mayoría de los civiles españoles no se hace una idea de lo que es un F-18 como los que España ha enviado a Libia, en combate. Tendrían que imaginarse un halcón de doce metros de envergadura y varias toneladas capaz de volar a 1.915 kilómetros por hora a esa velocidad, es difícil verlos, de quebrar y fintar el aire por encima de las leyes de la física, de despegar, viajar, destruir instalaciones militares del tamaño de un barrio entero y volver sin un rasguño. Dos de ellos ya patrullan el cielo de Libia desde ayer, bajo el mando de la coalición internacional. Su misión, mantener la zona de exclusión del espacio aéreo que impone la Resolución 1973 de la ONU aprobada la semana pasada y que busca parar los pies de los desmanes de Muamar Gadafi. Además, para completar su encomienda, el gobierno de Rodríguez Zapatero cede al mando del Africom con sede en Stuttgart y al cargo, hoy en día, de la misión un avión de reabastecimiento y otro de vigilancia, una fragata, un submarino y las bases de Rota y Morón. El despliegue militar español es el cuarto más potente de todos los países que intervienen, detrás de Estados Unidos, Francia y Reino Unido. «Se trata de una presencia importante», según el general de División del Ejército, Jesús Argumosa, ya retirado.

Ayer, los libios pudieron ver las panzas de dos de los cuatro F-18 españoles del Ala 12 del Ejército del Aire con base en Torrejón de Ardoz que completaron su patrulla desde la Base de Decimomannu, en la isla de Cerdeña, «sin novedad». Su misión es mantener a raya a la aviación de Gadafi, compuesta por aviones Mig-23 y que se encuentra «a años luz» del despliegue español, según el general Argumosa. «Están poco entrenados y son muy inferiores», confió ayer el militar.

Los pájaros españoles son temibles y sus datos quitan el hipo. Son capaces de volar a 15.000 metros de altura y tienen capacidad para un arsenal en pleno vuelo. Además de miles de kilos de bombas, arman nueve soportes para 6.200 kilos que pueden cargar misiles Sidewinder (armas supersónicas aire-aire de corto alcance guiadas por infrarrojos), misiles Sparrow y Amraam de medio alcance y Maverick, proyectiles aire-superficie. Para esta misión están dotados solamente con Sidewinders y Amraams, pues en sus reglas de combate no está contemplado que ataquen objetivos en el suelo como tanques o baterías antiaéreas. Su cometido es, por ahora, controlar que no vuele ningún aparato libio.

Los cuatro cazabombarderos forman parte de los 86 F-18 Hornet que tiene España a su disposición. Patrullan el cielo español desde que en 1983, el Ejército buscase nuevos aparatos para sustituir a sus Mirage III y Phantom, mucho más obsoletos. Así le llegó el encargo a los americanos de McDonnel Douglas para fabricar sus aviones que entonces suponían un alto nivel tecnológico y un bajo coste de mantenimiento. Dicen los expertos que se trata de un avión muy sencillo en su concepción aunque tecnológicamente muy avanzado. Desde entonces, se fueron modernizando hasta los actuales Hornet, considerados de cuarta generación, como todos los que se han desplegado en Libia. La joya de la corona de la aviación europea, el Eurofighter, aún no ha participado en ninguna operación militar. No han salido del hangar en situaciones de combate y se espera que no lo hagan en Libia para facilitar la compatibilidad de los sistemas tecnológicos de la misión con las demás aeronaves. Tampoco viajan esta vez los Harrier de despegue vertical.

No es la primera vez que los F-18 españoles salen al ruedo del aire en situaciones de guerra. En 1993, se estrenaron en el bloqueo aéreo de Bosnia Herzegovina. Más tarde, participaron en los bombardeos de la OTAN en Bosnia, y más tarde en la Allied Force en su operación contra la Ex Yugoslavia sobre Kosovo. El resto del tiempo, descasan en las bases de Torrejón de Ardoz, Zaragoza y Las Palmas, y entrenan en las Bardenas Reales de Navarra.

En el aire, beberán combustible de uno de los aviones cisterna de la coalición como el Boeing 707 que ha enviado España y contarán con un avión de vigilancia A-325, capaz de detectar aviones libios que los desniveles tapan a la vista de otros radares.

La fragata que todo lo ve

En el mar actúa una de las joyas de la Armada Española. Anteayer zarpaba de El Ferrol la Méndez Núñez, una fragata modelo 104, clase 100, un engendro naval que está en la primera línea de las naves más modernas del mundo. Dispone de un helicóptero Seahawk propio, se mueve a 28 nudos y embarca una tripulación de 216 hombres y mujeres, la mayoría de ellos gallegos. Carga lanzaderas con misiles Harpoon antibuque, dos lanzaderas de torpedos, un cañón de cinco pulgadas que dispara 20 proyectiles por minuto y otras lindezas, aunque su principal arma no tiene balas. Ve mucho y se le ve poco. Su motor no transmite el ruido al casco, con lo que reduce el ruido por el que la pueden detectar los submarinos. En su interior esconde el sistema Aegis, de guía de misiles. Fabricado por Estados Unidos, es capaz de detectar cualquier proyectil o aeronave que vuele en un radio de más de 600 kilómetros. Además, la fragata que ya intervino en el segundo intento de secuestro del Playa de Bakio en 2008 y en las patrullas antipiratería frente al cuerno de África, puede neutralizar los ataques: es capaz de seguir 90 blancos móviles al mismo tiempo. El radar SPY-1 de la fragata construida en los astilleros Izar de El Ferrol y botada en 204 controla todo lo que ocurre en la costa Libia.

Debajo de la quilla de la Méndez Núñez se mueven más españoles. Bajo las aguas circula hacia costas africanas el submarino S-70 Tramontana, un aparato que sumergió sus 70 metros de eslora en las aguas por primera vez en 1985. En sus minúsculas estancias de menos de 1,80 metros de altura viven 70 tripulantes, seis de ellos mujeres, que se pueden pasar hasta un mes sin salir a la superficie.

En esta ocasión, no está previsto que ataque a ningún barco. De hecho, carga cinco torpedos su capacidad es para 20. Su misión es patrullar los fondos marinos y vigilar que ningún barco cargado de armas o material militar rompa el embargo impuesto por la ONU. Es difícil que se tope con un submarino libio y si detecta un barco sospechoso, no hará otra cosa que informar a los buques de superficie y a los aviones con los que se comunica. De hecho, desde que se botó, no ha pegado un tiro en combate. En su historial figuran, a modo de anécdota, haber participado en la misión de liberación del islote de Perejil en 2002 y ser el escenario de la película Navy Seals, protagonizada por Charlie Sheen, en 1990.

No todo son armas y tecnología. Las guerras son cuestiones de estrategia y en el plano de las operaciones hay dos puntos clave. Son las bases de Rota y Morón de la Frontera, compartidas con Estados Unidos y que España ha puesto a disposición de la coalición. En Rota, Cádiz, en las cercanías de la desembocadura del Guadalquivir está la puerta de entrada de las operaciones de Estados Unidos al Mediterráneo y al norte de África. En 1953, EE UU acordó con España varias bases, entre ellas este gigante de 27 kilómetros cuadrados, clave para alimentar a los gigantes del mar que navegan con la bandera de la Sexta Flota (además de ser la base del Príncipe de Asturias). Si en Morón aterrizan los aviones de combate, en Rota atracan los barcos y se aprovisionan de repuestos, armamento y centenares de millones de litros de combustible.

En las tripas de la base viven más de 8.000 personas, un cuarto de ellas norteamericanas. El resto son españoles. Cuando no se trabaja, hay supermercados americanos, bolera, cine, teatro, escuelas y hospitales. Tienen hasta su propia radio, para sentirse en casa a la vuelta de la guerra.

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