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CENTENARIO

Ayala, un joven anciano marcado por la chispa de la brillantez

Nacido en Granada el 16 de marzo de 1906, el intelectual reconoce la influencia en su vida de Freud, Picasso, Einstein y Proust

EFE | MADRID

Martes, 11 de abril 2006, 02:00

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"¿A qué edad es uno lo que se dice un viejo?", se pregunta Francisco Ayala en Días felices, segunda parte de El jardín de las delicias, uno de sus libros más celebrados. Y hoy, transcurridas décadas y con cien años a sus espaldas, la respuesta sigue en el aire, o al menos no es de carácter biológico. Y es que Francisco Ayala siempre ha sido el mismo: un joven maduro a fuerza de la dura experiencia de la vida o un joven anciano, que ahora, cuando festeja su centuria, sigue manteniendo el espíritu joven, la mirada fresca e intacta y la mente lúcida para analizar con fina ironía todo lo que acontece a su alrededor.

Si no fuera por su pelo cano, ese rostro surcado por líneas y arrugas y por sus piernas que se mueven más despacio que su mente, el narrador, ensayista, académico y crítico que nació en Granada el 16 de marzo de 1906, parecería un árbol centenario a punto de dar frutos eternamente cada primavera.

Porque cada vez que Francisco Ayala habla públicamente, y desde hace unos meses lo hace a menudo porque el hombre accede gustosamente a someterse a todo tipo de entrevistas y homenajes para celebrar su centenario, da una lección de humildad. No cede a la pasión que rodea a los elogios y su mesura consigue que su ánimo nunca se perturbe.

Tres guerras, dos dictaduras, una república...

Y más allá de sus más de sus cincuenta libros publicados, entre literatura, ensayos, cine, política o sociología, Ayala tiene una personalidad tan sustantiva, construida a base de "pura experiencia", que pasa por las dos guerras mundiales, la dictadura de Primo de Rivera, la República, la guerra civil, en la que mataron a su padre y a su hermano, y el exilio, que su vida es un ejemplo de dignidad para todos.

La vida de Francisco Ayala cruza toda un centuria, un siglo XX convulso y sangriento, en el que también se han dado las grande corrientes filosóficas y artísticas y donde cuatro grandes figuras, como recuerda la hispanista y esposa de Ayala, Carolyn Richmond, en el epílogo de Toda la vida. Relatos escogidos, "han enriquecido intelectual y estéticamente" la obra de Ayala: Freud, Picasso, Einstein y Proust.

Exilio

Una existencia que también ha estado marcada por las ciudades, las ciudades de su exilio: Argentina, Puerto Rico, Chicago, Nueva York, hasta que en 1976 se instala en su querido Madrid, y donde hasta hace poco se le podía ver en el autobús o en el cine, una de de sus grandes pasiones.

Los críticos siempre han destacado sus cuentos como el trabajo más destacado en su narrativa, su "La cabeza del cordero", "Historia de macacos", y, como no, su historia personal recogida en "Recuerdos y olvidos". Pero también Muertes de perro, El fondo del vaso o El jardín de las delicias.

Testigo de excepción y aceptando, como ha dicho estos días, que su vida "ha terminado", que no tiene futuro, y que sólo le queda el presente "congelado" y la constante revisión del pasado, Ayala no deja de leer ni un solo día la prensa, una actividad que en ocasiones le enciende porque vuelve a planear uno de los grandes asuntos con los que ha sido muy crítico: el de los nacionalismos.

Y es que además de "la enfermedad" del nacionalismo, la degradación del poder, el envilecimiento al que pueda llegar el ser humano, y en definitiva la condición humana, son los temas constantes por los que ha transitado la obra de Ayala. "En este mundo de descomposición", la única salvación que podemos encontrar es la revolución moral", ha explicado el intelectual en numerosas ocasiones.

Así, el escritor dice en la nueva edición de Recuerdos y olvidos, que publica ahora Alianza, y que incluye una parte que no figuraba en ediciones anteriores, que "la humanidad ha alcanzado un punto en que no sabe uno qué pensar acerca de nada. Y me pregunto qué sentido puede tener, siendo así, el trasladar al papel, como lo hago en el momento presente, un tal estado de ánimo, puesto que en verdad ni espero confrontación, ni mucho menos invoco esclarecimientos intelectuales que sería demasiado temerario esperar".

Palabras marcadas por el estoicismo y la poca ambición pero que no quitan para que su obra se caracterice por un deseo de trascendencia estética y moral constante.

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