Jason Sudeikis y Nick Mohammed, como Ted y Nate, en el último episodio.

Hasta la vista, Ted Lasso

La serie protagonizada por Jason Sudeikis se despide con una notable y emotiva tercera temporada que ratifica que otra ficción más amable y menos descarnada y cínica es posible

Iker Cortés

Madrid

Viernes, 2 de junio 2023

Vaya por delante que quien escribe estas líneas no podría pasar más del fútbol. Y, sin embargo, ahí me tienen: enganchado a 'Ted Lasso' y un pelín triste porque la ficción ha llegado a su fin. La serie de Apple TV+ se despidió definitivamente de la audiencia este miércoles -si no la han visto, dejen de leer porque se vienen 'spoilers'- con un capítulo muy emotivo, que juega al despiste en un primer momento -no, Rebecca y Ted nunca han tenido un interés amoroso y eso, en el intrincado mundo de las tensiones sexuales no resueltas, es digno de elogio-, para luego cerrar, con precisión casi quirúrgica, cada uno de los arcos argumentales que ha desarrollado la ficción en esta temporada y que ya venían de lejos.

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El inicio del último capítulo ya sienta las bases de por dónde irá su trama: Ted (Jason Sudeikis) regresará a Kansas tras el último partido del Richmond en la Premier League y Rebecca (Hannah Waddingham) no ha reunido aún el valor suficiente para abordar tamaño asunto. Luego descubriremos que está pensando en vender el club al que llegó de rebote. Los primeros compases del último episodio muestran a un grupo cohesionado deportivo, algo impensable cuando la serie arrancaba en 2020 y el vestuario era un manojo de egos, con la estrella Jamie Tartt (Phil Dunster) a la cabeza y siempre en constante rivalidad con el veterano Roy Kent (Brett Goldstein), que acabaría colgando las botas y sumándose al equipo de entrenadores. Nate (Nick Mohammed), apodado por la prensa el chico maravilla, ha regresado al vestuario como adjunto del utillero, después de haber desempeñado el papel de villano durante buena parte de la temporada. Un papel que regresa a las manos de quien siempre fue la gran pesadilla del Richmond, Rupert (Anthony Head), el dueño de West Ham y el ex de Rebecca, acusado de abusos sexuales en el último capítulo de la temporada. Ya nos lo imaginábamos pero resulta que el malo podía ser aún más malo.

Antes del último partido tiene que haber un último entrenamiento. El de 'Ted Lasso' tiene un final brillante, cuando los miembros del equipo cantan a pleno pulmón sobre el cesped el 'So Long, Farewell' de 'Sonrisas y lágrimas', coreografía incluida. La pieza ya adelanta la emoción de la despedida sobre la que pivotará el capítulo. Despedida de Keeley (Juno Temple), que en un plano secuencia bastante excepcional para la serie entregará a Beard y a Ted un par de regalos que solo pueden abrir en el avión de vuelta, despedida de Rebecca -la primera, porque la otra tiene lugar antes de que Ted embarque en el avión y encoge el corazón-, que expresa a Ted el deseo de dejar el equipo si él no va a estar, y -aquí se me hace un nudo en la garganta porque Nick Mohammed traspasa la pantalla con una sinceridad aplastante- despedida y petición de perdón por parte de Nate después de haberse marchado al West Ham al sentir que no se le reconocía de la forma en la que él exigía.

Tres fotogramas de la ficción.

Y llega el día del partido. No hay arenga ni palabras motivacionales. Ted y los suyos deciden poner a los muchachos un vídeo con algunas de las mejores imágenes de todas las temporadas, en un guiño a las sitcoms de toda la vida, y el equipo sale al partido totalmente emocionado. Lo cierto es que no es el mejor talante para disputar un partido que podría dar al Richmond la liga, así que al descanso el equipo va perdiendo. Y ahí sí. Un discurso de Ted en el que habla de lo orgulloso que se siente del equipo y la reconstrucción del cartel de 'Believe' (cree) -de nuevo la emoción- que el míster pegó a la pared en la primera temporada y que Nate, en un arranque de furia, destrozó en la anterior, lleva al equipo a darlo todo en el terreno de juego.

¿El resultado? Es lo de menos. 'Father and Son', de Cat Stevens, suena en la coda final que muestra el destino de los personajes. Beard (Brendan Hunt) decide quedarse en Londres y se casará en Stonehenge -terrible el croma-, Roy se convierte en el manager del Richmond, Jamie se reconcilia con su padre; nada más salir del aeropuerto, Rebecca se encuentra con el tipo con el que vivió una noche mágica en Ámsterdam, Keeley propone a Rebecca un equipo femenino en el Richmond y el periodista Trent (James Lance), que había seguido al equipo durante toda la temporada para escribir un libro, ya lo ha sacado a la calle bajo el título 'El método Richmond' y no 'El método Lasso', como en un principio tenía pensado, siguiendo el consejo que Ted le dejó tras leer el borrador.

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Porque, y esto ya lo apuntaba la temporada hacia el capítulo seis, punto de inflexión de la ficción, la figura de Ted se ha ido diluyendo en favor del resto de personajes. Ted, claro, vuelve a Kansas con su hijo, pero como Mary Poppins o la niñera McPhee, se va con los deberes hechos, dejando atrás a un excelente equipo de personas a los que impregnado de su buen talante. Y queda solo un interrogante: la relación de Keeley con Jamie o Roy, que a pesar de competir por el amor de la misma persona, han acabado siendo grandes amigos.

Los temas, un acierto

Por el camino, la tercera temporada, que ha contado con los cameos de Thierry Henry y Pep Guardiola, entre otros, ha tratado todo tipo de asuntos, tanto dentro como fuera del campo: la gestión del fracaso, del éxito y de los egos, la intromisión de la política en los campos de fútbol, la superliga, el machismo que rodea este deporte, la superliga, el deseo de ser madre, los celos profesionales, la salud mental, el orgullo herido, las relaciones... Incluso ha tenido la valentía de abordar un asunto tan delicado como el de la homosexualidad en los campos de fútbol, con un desarrollo y un desenlace estupendos y tocando todas las aristas: desde el trabajo de ocultar la condición sexual a sus compañeros de equipo, hasta los insultos desde la grada, pasando por el enfado de los amigos a los que, en realidad, les importa más bien poco con quién se acueste uno.

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Todo ello desde el buen rollo y un humor blanco que ratifica que una comedia más amable y menos descarnada, virulenta y cínica es posible sin caer en lo ñoño o en lo cursi. El único pero que se le puede achacar a la ficción ha sido su tendencia a desarrollar capítulos cada vez más largos, tras una primera temporada en la que ningún episodio superaba los 33 minutos. En esta última, varios capítulos han pasado de la hora de duración. ¿Era necesario? Puede, pero eso ha restado la agilidad que se le presupone a toda sitcom. En todo caso, hasta la vista, Ted, y muchas gracias por todo.

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