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Vuelta al negro

JUAN GÓMEZ-JURADO

Sábado, 3 de febrero 2018, 10:26

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Me van a permitir que parafrasee el magnífico álbum de la malograda Amy Winehouse (Back to Black) para el título de mi columna de hoy. Para entenderlo debemos remontarnos a la manera en la que se componía en aquella época en la que el único soporte era el vinilo. Los discos se estudiaban en función de la manera y del orden en la que iban a ser consumidos. Se pasaban horas pensando en cual iba a ser el tema que abriese el disco, el que le seguiría, en qué posición exacta iba a estar el tema fuerte que luego aparecería de single, cómo se abriría la cara B y de qué manera iba a cerrarse la obra. Porque los discos, hasta mediados de los 80, se concebían como una obra total, una composición completa. Basta escuchar cualquiera de los discos de Beatles (salvo el Album Blanco) o el Songs in The Key of Life de Stevie Wonder, o el The River de Bruce Springteen, para apreciar la manera en que se ha ido distribuyendo el contenido como un escritor dosifica los puntos de giro de su libro, como un autor de teatro elige muy bien sus entreactos para que la obra no pierda ritmos. Todo comienza con el disco In The Wee Small Hours of the Morning de Frank Sinatra, el primer intento de disco temático en el que se pretende, más que acumular un tema detrás de otro, crear un clima de escucha total, completo, una experiencia que comenzase en el primer tema y del que no salieras hasta el último. Nace ahí el disco temático que nos daría joyas como el Tommy de los Who o The Wall de Pink Floyd, nacen así los discos concebidos como una gran sinfonía compuesta, más que de canciones, de movimientos y variaciones de una misma idea. De un mensaje que no puede ser fragmentado. En las listas que escuchamos hoy en día en Spotify -o Tidal, Apple Music o cualquiera de los sistemas de suscripción con millones de canciones permanentemente a disposición de los usuarios- te encuentras con que arrancan con una del Elvis gordo, luego otra de cuando aún no había explotado... y solo porque son famosas, conocidas, pero no estás, en realidad, escuchando nada como deberías. Es el equivalente de leer un trocito de una novela de Tolstoi, y luego otro trocito de otra novela de Tolstoi. No está toda la experiencia. Esto suponiendo, claro, que de verdad estuviéramos escuchando música, algo que ya ha dejado de hacerse. Ahora somos afortunados si somos capaces de distraer la atención de lo que estamos haciendo durante el tiempo suficiente como para prestar atención a la música que tenemos de fondo. Por eso creo que esta vuelta al negro, incluso con todo lo que tiene de moda, pasajera o no, es algo positivo. Abandonar la sencillez digital en favor de las sensaciones reales conseguidas con cierto esfuerzo es algo muy positivo y que nos ancla en la realidad. Aunque solo sea durante unos minutos a la semana.

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