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El voto y la economía

El fantasma de la crisis planea sobre el 10-N y tendrá su reflejo en las urnas, aunque por ahora no existen motivos para el alarmismo

Lunes, 14 de octubre 2019, 08:01

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Las elecciones del 10 de noviembre se celebrarán en un escenario de indiscutible deterioro de la economía. Los indicadores resultan tan apabullantes que el Gobierno se ha visto obligado a reconocer que se avecina un «otoño inestable» y que la desaceleración es más aguda de lo que esperaba, por lo que prepara una corrección a la baja de sus previsiones de crecimiento (el 2,2%). Las mismas que planteaba elevar hace unos meses en un ejercicio de insensato optimismo rectificado por la realidad. España, al igual que el conjunto de la UE, asiste a un final de ciclo sin que la expansión de los últimos años, pese a su intensidad, haya sido suficiente para cicatrizar las heridas que dejó la reciente crisis. Diversos organismos nacionales e internacionales han coincidido en los últimos días en detectar un apreciable frenazo de la actividad que se prolongará a corto plazo. Pero también en que el país está lejos de asomarse a una nueva recesión, aunque el incierto panorama internacional no invita a la tranquilidad ni a la inacción. El porvenir de la economía, rodeado de un clima de inequívoco pesimismo, se ha convertido en uno de los principales argumentos de los partidos para mejorar sus expectativas electorales. El enfriamiento del PIB y sus efectos colaterales han despertado una evidente inquietud ciudadana que tendrá su reflejo en las urnas, aunque es más que dudoso que vaya a resultar determinante en el resultado final. Ni cabe atribuir a Pedro Sánchez la paternidad del sombrío panorama actual; ni el PP salió con la imagen indemne, sino más bien con un profundo desgaste, de una gestión que permitió salir de la última crisis con severos recortes; ni los demás partidos ofrecen recetas mágicas y creíbles a la vez. Las principales incertidumbres que amenazan a la economía proceden del exterior: la guerra comercial, el 'brexit' y un frenazo del crecimiento global que inevitablemente afecta a España. El 10-N medirá la confianza que suscitan las distintas fuerzas políticas en una coyuntura compleja, que hoy por hoy no justifica un alarmismo tremendista. Tan cierto es que la creación de empleo ofrece claros síntomas de agotamiento y que se han estancado el consumo y la inversión como que el aumento del PIB, pese a moderarse, duplica el de la Eurozona. No obstante, sería ingenuo ignorar los riesgos que acechan a una España con serios desequilibrios estructurales y necesitada de reformas de calado. Y aún más de un Gobierno estable que ponga en marcha sin más demora medidas anticíclicas para fomentar la actividad y guíe con mano firme la economía en medio de aguas turbulentas.

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