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Venecia se hunde

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Jueves, 1 de noviembre 2018, 00:10

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Hace miles de años, cuando los dinosaurios dominaban la tierra, cuando yo era joven, justo el año en que marché a estudiar Derecho a Granada, escribí un poema sobre el Grand Tour italiano de Byron, y lo imaginé en Venecia, admirando, desde una altana de un viejo palacete, tanto las estatuas como los sinuosos cuerpos de las damitas y efebos de la ciudad, y puse en sus labios un verso trágico, Byron exclama, al final del poema -trasunto del 'Ravenna' de Wilde-, una sentencia: «Y a pesar de la belleza acumulada en cada esquina, no hay remedio: Venecia se hunde»; y ahora, después de algunos años, releo el poema, que tiene buenos momentos, pero en general es un ejemplo de los estragos que puede causar el consumo apresurado de literatura decadentista en un joven de diecisiete años, y llego a la conclusión de que mi Lord tenía razón: Venecia se hunde, no sólo porque lleva hundiéndose desde su fundación, dos o tres milímetros por día, sino, esta vez, por la enorme tromba de agua que ahora mismo car sobre el mármol repulido de la Plaza de San Marcos y que golpea el Lido y avanza por Terra Ferma, y que si no lo remedia una conjunción de arquitectos, ingenieros, historiadores y arqueólogos, ayudados por la diosa Razón, Terra Ferma, la propia Venecia, se convertirá en una nueva Alejandría Lágida, donde, bajo el agua, reposarán los tesoros de los dogos, ¿de qué le sirvió a la República Veneciana administrar con avaricia sus tesoros? Venecia se hunde. Una voz anónima en la radio afirma que el Acqua Alta, como le llaman allí a este fenómeno, ha subido metro y medio. Los frescos del zaguán del Hotel Danieli han sufrido desperfectos, en el café Florian Madame de Staël hubiera preferido morir guillotinada a verse con el tocado humedecido. En estos momentos sigue lloviendo y las góndolas acceden directamente a las habitaciones de los turistas a los que no les importa nada porque nada saben y en su retina se refleja el vacío de la Historia de Europa. En cambio, los viajeros de verdad, aguardan con tristeza que el lento vaporetto les acompañe en su triste égida hacia horizontes lejanos.

Mi amigo el escritor y viajero Ignacio Peyró -autor de 'Pompa y circunstancia' o el reciente y también recomendable 'Comimos y bebimos'- me comentó, el otro día en la terraza del Hotel Miramar, que mis artículos tenían la virtud de describir hasta terremotos en China, como Harold Acton, y le respondí que una de mis obsesiones es trasladar a los lectores a los confines del mundo, que es un pañuelo, frente a los fanatismos nacionalistas, o localistas, que pretenden reducir el vasto universo a la masía, al cortijo, al hórreo...; en definitiva, los símbolos son universales, se pueden compartir, y los fenómenos atmosféricos causan tanto placer como daño. Lo ideal, según Paul Bowles, es «estar saliendo cuando se está entrando», y por eso, mientras observo que cae sobre Málaga una lluvia torrencial pienso que siempre nos quedará París/Austerlizt, ciudad-estación sobre las que también llueve.

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