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Antonio Gala dijo una vez que la dictadura se presenta acorazada porque ha de vencer, y la democracia se presenta desnuda porque ha de convencer. Puede que las cosas hayan cambiado mucho desde entonces, pero después del carrusel pseudodemocrático de esta semana me cuesta bastante, por desgracia, estar de acuerdo con el escritor. Tiendo, más bien, a empatizar con Frank Underwood, el protagonista prepotente y descreído de 'House of Cards', cuando afirma que la democracia está sobrevalorada. Al menos, añadiría yo, si entendemos el término tal y como lo hace la clase política actual: como un arma arrojadiza que pretende señalar a unos como vencedores y convencer a otros de que han sido vencidos.

No hay más que echar un vistazo a los últimos días en Londres: el lunes, Boris Johnson, en medio de una purga y una avalancha de dimisiones, decidió bajar la verja del Parlamento británico y llevarse el balón del 'brexit' a otra parte; el miércoles, tres jueces escoceses declararon que esta jugada era ilegal; y el jueves sus sentencias y una serie de documentos filtrados dejaron ver que el primer ministro mintió a Isabel II acerca de su motivación para disolver el legislativo. Malas artes para vencer: esta asignatura debe de cursarse en primero de democracia.

Y tampoco es que las aguas de la Europa continental hayan estado más tranquilas. En las españolas, concretamente, aún ondea la bandera roja. Se ve que Sánchez ha aprendido del movimiento feminista lo que le ha dado la gana: 'no es no'. Toma apropiación cultural, Rosalía. ¿Qué pasará este fin de semana? Puede que se impongan los vencedores o que se rebelen los vencidos. Hasta cabe la posibilidad de que, por una vez, alguien consiga convencer a alguien. Teniendo en cuenta que este domingo se celebra el Día Internacional de la Democracia, la verdad es que sería precioso.

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