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MARGARITA SÁENZ-DIEZ
Martes, 2 de enero 2018, 07:45
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El Ártico se derrite. Ahora mismo, una ola de frío azota Canadá y la costa este de Estado Unidos en donde la sensación de frío sobre la piel puede alcanzar hasta 30 grados centígrados bajo cero. En el año que termina, los huracanes 'Harvey', 'Irma' y 'María' han sido devastadores. El cambio climático no es ajeno a los movimientos poblacionales que, por esta causa, se intensificarán en los próximos años salvo que se produzca un gran cambio, según un reciente estudio de la Universidad de Columbia (EE UU).
Todo esto y mucho más parece importarle un comino al presidente norteamericano Donald Trump, un auténtico desastre para la humanidad: ignora las duras secuelas concretas que se registran a consecuencia del cambio climático. Hace oídos sordos a las advertencias de la mayoría de científicos que se horrorizaron ante el anuncio de la retirada de Washington del Acuerdo de París sobre el cambio climático, que entró en vigor el 4 de noviembre de 2016. A pesar de ser un pacto de mínimos, intenta que el aumento de la temperatura en el planeta a final de siglo no suba más de entre 2 y 2,5 grados. Así se evitaría una espiral incontrolable de desastres naturales.
A pesar de que un reciente informe de la ONU sugiere que el objetivo es insuficiente, Trump lo despachó así en Twiter: «El calentamiento global es literalmente un cuento chino». Mientras Trump hacía esas burlas, se ha cuantificado que en Europa existen grandes cantidades de energías renovables, aún no aprovechadas.
Empresas pequeñas y medianas, hogares, cooperativas, estarían dispuestas a revolucionar el sector de la energía, produciendo electricidad a partir del viento, la luz del sol y el agua. Según un informe encargado a CE Delft, más de 112 millones de europeos tendrían capacidad para participar activamente en el sector eléctrico en 2030.
En África, en distinta medida, hay iniciativas que llaman la atención. El proyecto Rebibir, por ejemplo, pretende devolver la vida a pozos (en árabe, bir quiere decir pozo), lo que ha ayudado a sectores del pueblo mauritano a mejorar sus condiciones de vida, en lugares en los que el no aprovechamientos de esos recursos por falta medios, es igual a hambre. Allí hay agua, pero a mucha profundidad. Su extracción se consiguió con energía solar fotovoltaica según la técnica del bombeo solar directo. El mismo sol que había secado los campos se convirtió en el sol que conseguía proporcionar agua a un país sediento. Así, nacieron huertos regados por goteo. Aquella zona de color amarillo, cambió al verde. Y se pudo hacer porque algunos ciudadanos de nuestro país se empeñaron, muy en serio, en conseguirlo.
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