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El triunfo de la medicina

El triunfo de la medicina

El sistema médico actual ha conseguido que todos seamos unos enfermos potenciales y que todos estemos bajo la mirada escrutadora de la medicina

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Lunes, 17 de febrero 2020, 07:46

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En 1924 Jules Romain escribió una obra de teatro, 'El Dr. Knock o el triunfo de la medicina', en la que el joven médico que sustituye al viejo titular consigue, en algún momento, meter en la cama a toda la población de Sant Maurice. ¡Es el triunfo de la medicina!, exclama entusiasmado el Dr. Knock.

La obra, de un humor aparentemente naif (cuya relectura debo al Dr. Alonso Gallardo), se ha convertido en una verdadera profecía. El sistema médico actual ha conseguido que todos seamos unos enfermos potenciales y que todos estemos bajo la mirada escrutadora de la medicina. En la historia de la medicina hay muchos antecedentes, pero en su versión moderna todo comenzó el día que la OMS redefinió el concepto de salud no (solo) como la ausencia de enfermedad sino como un permanente estado de bienestar. La salud pasaba de ser un asunto privado a convertirse en un asunto público. En realidad no otra cosa es lo que ya había sugerido el gran Wirchow en el siglo XIX, cuando afirmó que «la medicina es una ciencia social y la política no es más que medicina en una escala más amplia», iniciando así la era de la medicina social.

A lo largo de mi vida profesional he asistido a la transformación de la medicina, desde el antiguo sistema médico en el que la gestión era una palabra que se usaba despectivamente y en donde los médicos tenían todo el poder para decidir hasta el nuevo sistema tecnogerencial en el que los médicos son solo unos asalariados de una empresa sanitaria, ya sea pública o privada. Un sistema que ha llevado, entre otras muchas cosas, a la transformación del enfermo en cliente. Y el cliente como en cualquier otra empresa, manda. Al menos en teoría. Para los médicos no ha sido fácil la convivencia con los gestores económicos del sistema.

Ahora, que tras la jubilación veo pasar las procesiones desde el balcón, aquellos economistas tan sabios, tan seguros de sí mismos, tan autoritarios y ejecutivos, me producen una cierta ternura. Habían olvidado muchas cosas, entre ellas la sorpresa de los primeros economistas de los sistemas nacionales de salud, con el gran Bedverige a la cabeza, quienes creyeron que, como en cualquier otro modelo económico, si aumentamos la inversión sanitaria lo lógico sería que en poco tiempo se podrían recoger las ganancias en forma de una disminución del número de enfermos. Se equivocaron. No solo no disminuyeron, sino que siguieron aumentando a lo largo de todo el siglo XX. Aquellos economistas no habían leído a Jules Romain, pero sobre todo ignoraron que los humanos no solo enfermamos sino que 'inventamos' enfermedades, y, muy especialmente, que la salud, como la felicidad, es un desiderátum, en última instancia imposible de satisfacer. Y así hemos llegado al siglo XXI, en donde los sistemas sanitarios están desbordados no por enfermedades nuevas sino por demandas de salud insatisfechas. ¿Hemos aprendido algo? Pues me temo que no mucho. La prueba es que desde hace no demasiado, las promesas transhumanistas de curaciones bio-tecnológicas ilimitadas, de rejuvenecimiento e incluso, de inmortalidad recorren como si de un nuevo fantasma se tratara el horizonte del mundo sanitario.

Definitivamente, con o sin transhumanismo, en la segunda mitad del siglo XXI todo estará bajo 'la protección' de la medicina. Al fin y al cabo, la salud en el siglo XXI puede ser definida a la manera liberal como la «apropiación por el sujeto de su propio cuerpo». Es la victoria del principio de autonomía (individual) sobre el de justicia que presidió toda la política sanitaria de la segunda mitad del siglo XX. Es el triunfo del subjetivismo, de la experiencia personal y del identitarismo, sobre la solidaridad y el empeño de objetividad. Es el comienzo del fin de los estados de bienestar y de una era en la que la generación de conocimiento comienza a parecerse más al que surge de los nuevos modelos de diseño industrial que del anticuado método científico basado en la experimentación y el principio de precaución. ¿Exagero? ¿Miedo al futuro de un viejo médico jubilado? Pues si les soy sincero, de todas estas cosas que nos anuncian lo único que me da miedo son las prisas.

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