Borrar

Transición

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Jueves, 14 de diciembre 2017, 07:42

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

El 4 de diciembre de 1977 marchaba con mis padres, y miles de personas, por la Alameda Principal para festejar la autonomía de Andalucía, cuando se oyeron unos tiros, todos nos lanzamos a correr en una estampida peligrosa, y no pudimos hacer más que lo que mandaba la masa aturdida y atemorizada: huir hacia ninguna parte. Unas horas más tarde nos enteramos de que un muchacho había sido abatido por las balas de aún no se sabe quién en Alameda de Colón, se llamaba Manuel José Caparrós y se convirtió en un símbolo de la libertad y los derechos que, directa o indirectamente, el ex falangista Rodolfo Martín Villa, a la sazón Ministro del Interior, y parte de sus fuerzas de seguridad, persistiendo en los usos represivos del régimen franquista, pretendían aplastar. Al día siguiente mi padre me llevó en coche a la antigua estación de autobuses, que se hallaba al final de Muelle de Heredia, y que emanaba un olor rancio mezcla de gasolina y humanidad que aún tengo en la pituitaria, porque debía coger el autobús a Granada, ciudad donde a la sazón cursaba el primer año en la Facultad de Derecho. Recuerdo que la ciudad ardía, las calles estaban alfombradas de piedras, muchos escaparates habían sido arrasados, las cristaleras rotas, y este desasosiego se completaba con la súbita aparición de patrullas policiales recorriendo las calles a toda velocidad y con las sirenas dislocadas; una mezcla de miedo y odio invadía la atmósfera de aquella urbe indignada. Málaga, la roja, retornaba por sus propios fueros.

El fondo de aquel lienzo trágico fue un periodo de nuestra Historia que para muchos aún no ha terminado y que se conoce con el término de Transición, periodo que unos elevan a la categoría de modelo y otros vilipendian, años de la restauración monárquica, amparada por la constitución del 78, de la que nace la actual España de las autonomías, un régimen de difíciles equilibrios, ahora en crisis, pero que en su momento abrió las ventanas de aquella sociedad autárquica en blanco y negro, un país atrasado con una minoría intelectual brillante y utópica que fracasó en todas y cada una de sus propuestas políticas. España, había sido secuestrada por un ejército intervencionista y africanista, por una Iglesia reaccionaria, por una rancia oligarquía terrateniente, aislada internacionalmente, pasó en poco más de veinte años de ser una nación postrada a una nación emergente, retomó los pasos perdidos y volvió a su 'ser europeo', como escribió Salvador de Madariaga. Por ese motivo, cuando en estos días escucho, reiteradamente, desde distintos sectores sociales, cómo se liquidan frívolamente los años de la Transición, que por supuesto tuvieron sus más y sus menos, pero que en general fueron positivos, me entra una enorme congoja y pienso en la fragilidad de los usos políticos consensuados, en los fundamentos corrosivos que embargan la reconciliación que tanto costó conseguir, y en la política no solo como juego de alianzas sino como amarga pócima que envenena generaciones enteras.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios