Titanic
¿Habrían puesto los gobiernos de estos países los mismos medios para rescatar a cinco migrantes?
A la hora que uno escribe esto se supone que los cinco pasajeros del pequeño submarino Titán se están quedando sin oxígeno. Una tragedia. Un ... doloroso drama para los cinco aventureros y para sus familias y allegados. El mundo en estos momentos está pendiente de su posible rescate. Varios buques y aviones especializados de distintas nacionalidades se han desplazado hasta aquellas aguas e intentan desesperadamente encontrar al pequeño batiscafo. Los medios de comunicación abren los informativos o tienen colgadas en sus primeras páginas los datos sobre los cinco pasajeros así como detalles técnicos del submarino y de las sofisticadas tecnologías que se han dispuesto para su salvamento.
Y ante eso, una sola y sencilla pregunta. ¿Estaría medio mundo pendiente del posible rescate de una patera perdida en la que viajaran cinco subsaharianos? La pregunta, naturalmente, da pie a otras subordinadas. ¿Estarían los medios de comunicación tan interesados en conocer su suerte? ¿Habrían puesto los gobiernos de esos países los mismos medios para rescatar a cinco migrantes? ¿Lo habrían hecho si en vez de cinco fuesen cincuenta? Por desgracia, a todas esas preguntas hay que suponerle una respuesta negativa. Ni siquiera recordamos cuántas decenas de muertos se produjeron en el último naufragio de migrantes rumbo a Italia. ¿Cuántos niños, cuántas mujeres? Y para qué necesitamos saber sus nombres ni ver sus caras. Ellos y los que los precedieron en otros naufragios y los que los sucederán forman una fúnebre cadena de nombres sin sentido, una siniestra guía telefónica del hambre y la precariedad.
El Titanic en cambio exuda mitología. Y quienes se acercan a sus restos comparten ese aura de distinción, refrendada además por la riqueza. Lo que movió a las cinco personas que en este momento están perdidas -y que ojalá sean rescatadas- a iniciar su viaje al fondo del mar fue la aventura, no la necesidad, que es lo que lleva a esos miles de desarrapados a embarcarse en precarias pateras o en desvencijados buques. Y eso, la aventura, tiene un prestigio. Esos cinco pasajeros viviendo una desesperada cuenta atrás ante la falta de oxígeno están envueltos en un drama hollywoodiense. Rodeados por un despliegue de medios militares y aeronáuticos altamente cualificados que proporcionan el suspense, el espectáculo, por muy triste que este pueda ser. Qué intriga y qué espectáculo pueden proporcionar cien o doscientos indigentes apiñados en un barco mohoso, con mujeres embarazadas -quizá por una violación producida a lo largo de su penoso peregrinaje- y hombres desesperados que además ni siquiera saben lo que es el Titanic.
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