Los tímidos
El Partido Popular actúa con timidez. Ahora firma los pactos poniéndose de perfil o, a ser posible, sin acudir a la firma. Enviando a un ... representante de segundo orden para no mancharse de tinta. Y no salir en la foto. Aquí no vale aquella frase de Alfonso Guerra. El que se mueva no sale en la foto. Aquí es al revés. Los irrelevantes son los que salen en la foto. Retratados con Vox. No saben cómo actuar. Los tímidos tienen ese problema. Cada acto, cada palabra que van a decir, pasa primero por doce filtros. Se analiza y se vuelve a analizar la repercusión, el modo en que va a quedar la cosa. Se da un paso atrás. Se piensa en dar dos. O tres, hacia adelante. Sí, mejor. O no, quizás sea peor.
No se trata del dilema de Hamlet. El príncipe de Dinamarca no era tímido. Vagaba por las almenas de Elsinor decidiendo el camino a seguir y sabiendo que una vez tomado sería terminante, categórico. Un momento de reflexión, de contrapesar las opciones. Y después una única vía de acción. Nada de medias tintas. Más o menos lo que hizo Pedro Sánchez en la madrugada del 29 de mayo. Calibrar fuerzas, vislumbrar las diversas alternativas y sus posibles resultados y elegir una. Así apareció, ojeroso y derrotado en la mañana del 29 de mayo para agriarle la fiesta a un PP efímeramente victorioso. Cansado pero decidido.
En vez de inglés, Núñez Feijóo debería tomar clases de esta materia. Pareció haber hecho un cursillo acelerado de cara al debate electoral. Le sacó rendimiento. Entre otras cosas porque un Sánchez acostumbrado a derrotarlo en el Senado acudió al debate con la guardia baja. La jugada salió tan bien que en el electorado del PSOE sonó la voz de alarma. La ausencia en el segundo debate vino a demostrar que el cursillo de Feijóo estaba cogido con pinzas. Dudando de que una segunda victoria fuese posible ante un Sánchez rearmado, optó por escabullirse. No es país para timoratos. Ni para gallitos de salón, que es lo que vino a ser María Guardiola, hoy presidenta de Extremadura gracias a Vox, alardeando de liberalismo y de líneas rojas con las que hubo de hacer un lazo al tiempo que engullía con una mínima dosis de ricino su cacareado liberalismo. Y así va la cosa. Haciendo novillos -rabonas se decía por estas tierras- en la firma de pactos y esgrimiendo un argumento, el de la lista más votada, que todo el mundo sabe que no es válido en unas elecciones a cortes. Mientras, Pedro Sánchez hace ostentación de su intrepidez. Se pasea por Marruecos cuestionando gratuitamente la hermética relación con ese país, marca el paso a los posibles socios de investidura y se comporta como la única alternativa al caos.
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