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FEDERICO ROMERO HERNÁNDEZ. JURISTA
Sábado, 11 de enero 2025, 01:00
El inicio de cada año que Dios me da, me supone el reto de enfrentarme con una realidad, a partir de esa convención temporal que ... son las fechas, sabiendo que el cambio de un día a otro es el producto de un presente, que se renueva en un instante y se alimenta de un pasado sorprendido por el incesante futuro que llega. Esta sucesión escurridiza de 'presentes' puede desembocar en un año crucial para el mundo, o en una anodina anualidad, con la rutina de tantos acontecimientos, faustos e infaustos, que inevitablemente acompañan a ese punto azul brillante que, lleno de vida, está en una esquina del universo. En lo que concierne al mundo de las ideas, he vivido en el zigzagueo entre los tiempos modernos y postmodernos, sin saber muy bien qué se quiere decir con ambos términos. Y he aquí que, cuando trataba de entender a los pensadores que querían explicar sus diversos contenidos filosóficos, aparece lo que inicialmente se empezó a denominar post-postmodernismo, o también metamodernismo. Me decido por este último, porque me temo que, como esto siga así, se nos van a acabar los prefijos o quizás llevarnos a la enajenación mental.
En el siglo pasado, que yo sepa, hubo dos obras geniales llamadas así: 'Tiempos modernos'. Una, la película de cine mudo que interpretó y dirigió Charles Chaplin. La otra, el monumental ensayo histórico de Paul Johnson que analiza tres cuartos del Siglo XX. En la obra cinematográfica citada, Charlot hace una sagaz y demoledora crítica de la sociedad industrial, en la que un obrero metalúrgico acaba perdiendo la razón, extenuado por el frenético y repetitivo trabajo que realiza en una cadena de montaje. En el ensayo histórico, Johnson destaca su acertada crítica del relativismo, la ausencia de responsabilidad personal, la crisis de los valores judeo-cristianos y, en definitiva, la arrogante creencia de que las mujeres y hombres podemos resolver todos los problemas y misterios del universo. Y la arrogancia continúa y, con ello, el peligro de volvernos locos. Si uno lee el manifiesto postmodernista redactado por Luke Turner en 2011, el metamodernismo parece que hay que entenderlo como «una serie de mediaciones que oscilan entre aspectos del modernismo y el postmodernismo» (Sic. En la definición de Wikipedia). Horrorizado, sigo sin entender nada y antes de que me haya hipnotizado tanta oscilación, me decido por el método de Charlot, antes aludido, para describir a estas alturas del presente artículo en qué consiste mi crítica social en los inicios del año que comienza. Es decir, observar, sin propósito exhaustivo, algunos comportamientos actuales:
a) La sustitución de los logros de la humanidad en la forma de comunicarnos. De la palabra escrita o hablada a la utilización de los emoticonos. Se ha equivocado el sentido de la frase 'más vale una imagen que mil palabras' -oportuna en ciertos casos- y se ha simplificado y estereotipado, por comodidad muchas veces, la riqueza de lo que las palabras son capaces de transmitir, sobre todo si se trata de conceptos. Vamos a tener que volver a una 'piedra Rosetta' del Siglo XXI para desentrañar jeroglíficos. A ello debe añadirse la pobreza y simpleza de las expresiones verbales.
b) En materia de educación, me remito a un magnífico artículo de Andrés Amorós: El descrédito de la cultura del mérito y del esfuerzo. El desprecio de la memoria y de la cronología. El desconocimiento de la historia y geografía generales en beneficio de las locales. El desprestigio y desautorización del profesorado. La igualación antepuesta a la excelencia. Todo ello por razones políticas, es decir, para conseguir los votos de los niños que lleguen a los 16 años.
c) El exceso de la utilización de eufemismos y diminutivos innecesarios en vez de llamar a las cosas por su nombre. Yo soy un viejo y no necesito que me llamen 'mayor' ni perteneciente a 'la tercera edad'. Ya mismo perteneceré a la 'cuarta' y me quedaré 'sentadito' o 'acostadito'. Son formas de 'buenismo'.
d) La aversión a un patriotismo bien entendido. Eso de que somos una nación de naciones es confuso y un intento de olvidar que con Isabel y Fernando se consiguió fundar el primer estado moderno de la historia. No fuimos un país colonizador. Nos extendimos, descubriendo territorios y ampliando el número de pertenecientes a España, incluyendo el mestizaje. No solo no me avergüenzo, sino que respeto y venero mi bandera española, andaluza y malagueña, cuando corresponda.
e) La inmoderada utilización de extranjerismos y, singularmente, anglicismos, sí es una forma de ser colonizados en el campo de la lingüística. Por tal de resultar 'hombres y ciudadanos del mundo' utilizamos palabras o frases de otros idiomas que podrían expresarse igualmente o mejor con palabras españolas. Y esto es también patriotismo bien entendido.
f) Finalmente -aunque la lista podría ser ampliada- la conversión del mundo real por otro virtual o representado en pantallas. La utilización moderada de la digitalización es una formidable herramienta, pero también un arma de dos filos de un daño que ya empezamos a vislumbrar en la educación de los descendientes.
Termino deseándonos un año en el que busquemos y encontremos la verdad de lo que somos, en el lugar y época en que vivimos, porque eso es lo que ciertamente nos hará más libres.
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