Tiempos interesantes
Dicen que es una maldición china, esa que te desea vivir tiempos interesantes. La gente de mi generación parecía destinada a no vivir nada de ... interés. En la adolescencia, de pronto, sí, algún profesor, algún familiar, hacía pronósticos sobre lo que sucedería en España cuando Franco muriese. La bola de cristal, correspondiendo con aquel tiempo, era bastante opaca y los augurios iban desde la reanudación de la Guerra Civil a la permanencia en un limbo dictatorial que, con Juan Carlos de marioneta, los pitonisos no sabían muy bien cómo iba a ser dirigido una vez que Carrero Blanco subió al cielo.
La Transición. Mítines, cartelería, megáfonos, ilusión. La peluca de Carrillo y el retorno de la Pasionaria. Sí, pero aquello parecía el tiempo interesante de otros, la estela de lo que habían vivido décadas atrás. El 23-F. Una noche interesante contestada con la exaltación de la democracia, y luego aquella depresión que se llamó el Desencanto. Entrábamos en Europa, en la OTAN, pero sin el sobresalto extremo que parece indispensable para calificar a una época como interesante. Cayó el muro de Berlín, se centrifugó la Unión Soviética, pero aquello ocurrió de un modo casi burocrático. Más allá de los lógicos baches del camino, la maldición china no aparecía por ningún lado, incluso se llegó a decir que habíamos alcanzado el fin de la Historia. Hubo algún incauto que se lamentó.
Pero hubo un rotundo despertar. A los que creyeron a Fukuyama y el final de las ideologías enfrentadas les sonó estrepitosamente el despertador el 11 de septiembre de 2001. Ese día comenzaba realmente el siglo XXI. 19 suicidas nos recordaban que existían más ideologías que la liberal y la comunista. Madrid, Atocha, 11-M. Isis o Daesh. La depresión económica de 2007-2008, la mayor desde el Crack del 29, el mundo entero tambaleándose y Europa sin saber qué hacer con Grecia. El populismo y la extrema derecha de nuevo campando por un planeta superpoblado y recalentado. Y en China, justamente en China, huido de un laboratorio o viajando por la cadena animal hasta el sistema inmunológico de los humanos, un virus mortífero que confinó a la población mundial y puso en crisis todo el marco social y económico del planeta. La ciencia enfrentó este episodio con solvencia. La epidemia se controló, nos encontrábamos a las puertas de un periodo sin interés, pero ahí estaban la política y los odios enquistados, el residuo de aquellos viejos bloques que Fukuyama dio por liquidados, y nos encontramos con la guerra de Ucrania, a la que ahora se suma la de Israel, para seguir viviendo unos tiempos tan interesantes como un desastre nuclear.
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