El tiempo inexorable
El fallecimiento en los últimos días de dos antiguos concejales de Marbella que pertenecieron a las primeras corporaciones democráticas sirve para reflexionar sobre la evolución ... de la política local en las cuatro últimas décadas y mirar con perspectiva algunos acontecimientos. El tiempo trascurrido desde que se volvió a acudir a las urnas en los municipios puede parecer demasiado lejano, sobre todo a aquellos más jóvenes que no pudieron vivir unos momentos que se abordaban con ilusión ante las posibilidades que se abrían de tener capacidad de decisión propia y de planearse nuevos retos. Por contra, a los más veteranos, muchos con participación activa en la vida local, les parece que el tiempo se les disparó y que los años se les han hecho cada vez más cortos, porque ven demasiado cercanos algunos hechos que quedarán siempre para la historia de su ciudad.
Primero se nos fue Francisco Gómez Pizarro, al que todo el mundo llamaba «Currichi», apellido que iba a juego con su campechanía. Fue teniente de alcalde de San Pedro Alcántara cuando formaba parte de la corporación municipal entre los años 1987 y 1991, aunque no estuvo en el cargo todo el tiempo por los desacuerdos con el alcalde, el también socialista Francisco Parra. El final de la década de los ochenta fue un periodo complicado en la política local de Marbella, sobre todo en el seno de algunos partidos. La dimisión del alcalde Alfonso Cañas planteó la cuestión de quién le tenía que suceder. El número dos de la lista era Gómez Pizarro, del comité local de San Pedro Alcántara, pero por entonces ya estaba delicada la situación política entre Marbella y San Pedro, con el asunto de la independencia de por medio, y se prefirió saltar al número dos para nombrar a Paco Parra. De hecho, durante unos días, el alcalde en la práctica fue «Currichi», pero al final terminó en el grupo mixto, por decisión propia.
No fueron los únicos vaivenes políticos de aquel tiempo, porque se sucedieron dimisiones, mociones de censura y acusaciones diversas, lo que hacía muy complicada la gobernabilidad. Entonces no sabían que al acecho se encontraban otras fuerzas que pocos meses después aprovecharían las circunstancias para conseguir el poder con un apoyo masivo.
Estos días también se nos marchó para siempre Felipe Diez de Oñate, que entró en el Ayuntamiento en 1979, dentro de la primera corporación democrática, perteneciendo a la UCD de Adolfo Suarez. El alcalde fue también ese año Alfonso Cañas, que, ante la diversidad de grupos que consiguieron en las urnas representación municipal, repartió las delegaciones entre todos ellos, en un consenso que después no ha llegado a verse. De esta forma, Díez de Oñate consiguió hacerse con una tenencia de alcaldía y la responsabilidad del urbanismo local, siempre de gran importancia en este municipio. Entonces, además, se planificaron las normas de actuación para los siguientes años, aunque no para tantos como al final ha ocurrido. Se trabajó en lo que sería el Plan General de Ordenación Urbana de 1986, que (quién lo iba a decir) es el que está vigente actualmente, treinta y cuatro años después, tras los intentos fallidos de aprobar uno nuevo.
Los apellidos Diez de Oñate siempre han tenido una gran relación con Marbella y, entre otras cosas, el bisabuelo de Felipe llegó a ser alcalde de la ciudad en dos ocasiones. Felipe destacó siempre por su caracter afable, lo que no era impedimento para tomar decisiones que podrían no gustar a algunos, pero que pretendían seguir la norma con rigurosidad, algo que no siempre ha sido fácil en política, sobre todo cuando en el urbanismo surgían tantos intereses poco claros.
Los dos fallecidos, cada uno con su personalidad y su pensamiento político se adaptaron al tiempo que les tocó vivir y creyeron contribuir a la labor pública de la mejor forma que creyeron. No lo tuvieron fácil.
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