Habrá sido suerte

Con sus aciertos y sus errores, nuestra sanidad pública es totalmente irrenunciable

Ignacio Lillo

Málaga

Miércoles, 18 de diciembre 2024, 00:01

Hablar bien de lo público y públicamente, como pretendo hacer en estas líneas, será motivo seguro de escarnio y de sospechas. Si es de sanidad, ... me pongo la armadura. Pero mi experiencia de nuestra vapuleada sanidad es excelente, y no puedo decir otra cosa, por más que a muchos les escueza. Si es su caso, deje de leer aquí, que no quiero darle malrato, y menos tan cerca de la Navidad.

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Pues habrá sido suerte, cuando llegué a la puerta de mi centro de salud con mis maltrechos pulmones pidiendo la hora, una tos mareante y una sospecha: que había signos que me hacían preocuparme más que si fuera un simple catarro. Habrá sido suerte, pero me atendieron al instante y tras una simple pregunta y comprobar mi tarjeta sanitaria –que ya me dirán cómo se renueva porque la tengo hecha polvo– me encontré con una cita para una consulta no demorable para esa misma mañana, aunque, lógicamente, tendría que esperar un poco.

Todavía sorprendido por mi buena suerte, que no será verdad que al perro flaco todo se le vuelven pulgas, salí a tomar el aire y al poco subí a la salita de espera de mi centro de salud. Y menos mal que subí. Allí había algunas personas, pacientes potenciales como yo, aunque con su cita previa. Y fíjate tú que el médico salió a preguntar si estaba esperando, así que entré bastante antes de la hora apuntada en mi volante. Ya en la consulta, un profesional joven, muy amable y cordial, me reconoció y no sólo se interesó por la dolencia que me traía, sino que ya que estaba repasó mi historial y se interesó por mis otras goteras, que los años no pasan en balde.

Así es como, un cuarto de hora después, salí con un arsenal de recetas de medicamentos, cargadas en mi maltrecha tarjeta, y las instrucciones detalladas a nivel parvulitos de cómo debía tomarlas, que para estás cosas me confieso muy torpe. Pero, sobre todo, con la tranquilidad de saber lo que me estaba pasando, y que ya estaba en el camino de curarme. De allí, directamente a la farmacia, donde obtuve la medicación prescrita y apenas pagué algunos euros, algo mínimo.

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Y ahora, mientras escribo estas líneas, no puedo menos que pensar en lo que ha pasado en Estados Unidos, donde a un colgado lo tratan como a un héroe porque le ha pegado un tiro a un directivo de una de las mayores aseguradoras, en un país donde la gente se muere, literalmente, por no poder pagar la consulta ni los medicamentos que yo he recibido, gracias a nuestros impuestos. También me he acordado del sablazo que me han metido alguna vez, cuando he tenido que comprar medicamentos en alguno de mis viajes por el mundo. Pero bueno, lo mío, habrá sido suerte...

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