La sostenibilidad o la vacuidad de las palabras
LUIS UTRILLA NAVARRO. PRESIDENTE PROVINCIAL DE CRUZ ROJA
Lunes, 3 de noviembre 2025, 01:00
Hace unas semanas, mi buen amigo Salvador Moreno Peralta pronunciaba una elocuente conferencia en el Ateneo en la que, entre otras muchas cosas, señalaba que ... la actual normativa medioambiental haría irrealizable la construcción de la Alhambra de Granada o el Jardín de la Concepción, entre otros muchos monumentos naturales.
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No deja de ser un auténtico contrasentido que dos de las joyas medioambientales de Málaga y Granada no pudieran obtener el correspondiente certificado de impacto ambiental, al tratarse de jardines en los que la mayoría de las plantas son alóctonas, algo que, para las autoridades medioambientales y algunos ecologistas de salón, suponen un auténtico peligro para el desarrollo de las plantas autóctonas.
Bastaría una lectura somera de los mecanismos de evolución que han seguido las plantas en los últimos miles de años, apoyada en alguno de los numerosos tratados de técnicos y profesionales competentes en la materia, para desmentir esta falacia, y explicar cómo hemos llegado hasta el momento actual.
Para la Real Academia Española el adjetivo sostenible se circunscribe a la cualidad de poderse sostener. Una segunda acepción apunta a la propiedad de aquella actividad que puede mantenerse en el tiempo sin agotar los recursos naturales ni causar graves daños al medio ambiente. Es por ello sorprendente cómo el mal uso de la atribución de la sostenibilidad a actividades contaminantes de todo tipo han vaciado de contenido el susodicho adjetivo. La atribución de la sostenibilidad a procesos que no tienen nada de sostenibles, pero que cuentan con el beneplácito de las autoridades medioambientales que les otorgan los correspondientes certificados, sellos y marchamos que así lo acreditan, ha creado un trampantojo que impide a los ciudadanos conocer realmente qué actividades son beneficiosas y cuáles son perjudiciales para nuestra salud.
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Porque, más allá de que los recursos que se utilizan tengan un horizonte finito, es evidente que la explotación de los recursos naturales, la manipulación de plantas y animales y, sobre todo, la producción de bienes innecesarios orientados a incrementar una economía de consumo, son los catalizadores de problemas que afectan a la salud, la alimentación, la habitabilidad, y en definitiva la calidad de vida, cuando no a la vida misma, de las personas más vulnerables.
La sostenibilidad que pudieran tener los procesos de producción de ropa de todo tipo, especialmente de tela vaquera, oculta el desproporcionado consumo de agua que conlleva. La sostenibilidad de los procesos de producción de elementos electrónicos oculta la inasumible generación de residuos de materiales nocivos y metales pesados que se incorporan a la cadena alimenticia. Véase la terrible proliferación de microplásticos que ya se han incorporado a la dieta humana. Valga como último ejemplo reseñar que la sostenibilidad de las producciones agrícolas de transgénicos oculta la perversa utilización que las multinacionales hacen de las patentes de semillas que empobrece a millones de personas en el sudeste asiático y Sudamérica, y que también ha llegado a nuestro país.
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No deja de resultar, al menos curioso, que los ciudadanos de las sociedades desarrolladas, de las que afortunadamente formamos parte, nos vanagloriemos no sólo de la sostenibilidad de nuestros sistemas productivos, sino también de nuestra conciencia medioambiental en el reciclaje de nuestros residuos. Nos ocultamos que la mejor medida de preservar los recursos naturales del planeta sería reducir drásticamente el consumo de bienes innecesarios de todo tipo, dejando de lado la máxima comercial de comprar, usar y tirar. También nos tapamos los ojos ante el vergonzoso camino que siguen nuestros residuos, mientras miles de montañas de desechos textiles inundan los países africanos y millones de toneladas de plásticos van formando islotes de varios kilómetros cuadrados en las aguas oceánicas, al tiempo que las emisiones que nosotros presumimos de no realizar, las llevan a cabo en situaciones de riesgo para plantas y personas, los terceros países donde fabrican los bienes que consumimos.
Es, por tanto, hora de devolverle su sentido a las palabras, de entender que una parte sustantiva de nuestro estado de bienestar se sustenta en una agresión inaceptable a la naturaleza. Una agresión que tiene un efecto nocivo en millones de personas que se ven obligadas a vivir en condiciones de insalubridad inaceptables; que ven cómo su mundo agrícola y ganadero sufre las consecuencias de las políticas que se adoptan a miles de kilómetros de su granja. Y aunque nadie dispone de una bola de cristal para predecir el futuro, algunas fuentes académicas señalan que en el año 2050 el número de migrantes y desplazados forzados por el cambio del clima superará los 200 millones de personas.
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Más allá de otras consideraciones, tan relevantes o más, es necesario afrontar con decisión la verdadera sostenibilidad de nuestra actividad humana. Una sostenibilidad no sólo exigible a los procesos productivos, sino también a nuestra actitud como consumidores.
Ya que, sea cual sea la real o mediática sostenibilidad de los productos que llegan a nuestra mesa, o que inundan nuestro sistema de comercio, una seria reducción del consumo de bienes no necesarios podría propiciar, de forma importante, una mejora de nuestra calidad de vida, y muy especialmente la calidad de vida de las personas más vulnerables, aquí y en todos aquellos países que sufren las consecuencias de nuestra insostenible y depredadora actividad consumista.
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