El sofalito
Iba uno a escribir sobre el sofalito -ese diminutivo imposible que oí por primera vez en boca de Juan Maldonado, ese amigo enfermo de cinematografía-, ... cuando aparece Concha Velasco en la pantalla del ordenador. Esas fotos en primera página son de mal agüero. La enciclopedia de una vida ya se da por supuesta. El sofalito se nos queda pequeño como se le quedó a Puigdemont y Cerdán en la primera foto del cónclave PSOE-Junts.
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No sabe uno sobre qué escribir. Concha Velasco o el sofalito. El equilibrismo del columnista. Optar. O encontrar un vínculo entre lo aparentemente dispar. La chica yeyé de los titulares o el sofalito, que uno supone ampliado en la reunión suiza, al menos para que el mediador internacional pueda asentar sus salomónicas posaderas y estirar las piernas. La reunión primera parecía celebrarse en la salita de espera de un dentista de barrio. Más que una cumbre, parecía que a Cerdán le iban a sacar la muela del juicio (cosa que por otra parte tal vez ocurriera). Pero la ironía se disipa por el sentimiento de nostalgia que supone la muerte de Concha Velasco. La melancolía de una página más arrancada al libro de lo que un día fue habitual y nos parecía que sería si no eterno, al menos tan perenne como las hojas de un abeto, siempre cubierto de agujas hasta la hora de la tala.
Puede que ese sea el lazo que une la reunión ginebrina y la muerte de la actriz. Enviar al pasado algo que hasta ayer mismo era un trozo de presente, un gajo de lo cotidiano. La parodia de cumbre en Ginebra no es una mera reunión de trabajo como el hosco Cerdán la ha querido calificar. Es la culminación de un movimiento que deja atrás a la vieja guardia del socialismo. Que rabien Felipe, Guerra, Rodríguez de la Borbolla o Leguina. Son carne de otro tiempo y así nos lo dicen los dirigentes actuales del PSOE con más o menos desdén, con una condescendencia que no es otra cosa que la muestra de un desprecio evidente. Los yeyés, los de la pana, los del cambio y la manida Transición no caben en el sofalito de Cerdán ni en los sofás de Ferraz. Gente del destape, de las bufandas y las humaredas de tabaco de los setenta. Garbanceros, agroprogres. Los yeyés. Los que querían ser artistas de la política y las actrices que al lado de Sacristán o Fernán Gómez hacían política con el celuloide y le ponían cara a la tristeza de la guerra y la posguerra. El sol machadiano del invierno todavía calienta a la vieja guardia, pero los otros, los que hinchan el pecho y aprietan el puño con la rosa, nos dicen que son lagartos antediluvianos y que su tiempo, como el de los dinosaurios o la dama de Valladolid, ya pasó.
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