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Sobre turismo, sobreturismo

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Jueves, 29 de noviembre 2018, 00:07

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El director de la Organización Mundial del Turismo vino a visitarnos y a explicarnos unas cuantas perspectivas de la nueva era del turismo. Uno recuerda aquella cosa que se llama Mano Corriente. Una especie de sábana de papel en la que los recepcionistas de los hoteles anotaban un minucioso registro de gastos, datos y balances de cada habitación. Solo faltaban los manguitos y la visera para darle a aquello un aire novecentista. Pero no hay que remontarse demasiadas décadas atrás para encontrar aquellos pliegos interminables, habituales en la década de los setenta y muy corrientes en la de los ochenta. Ahora nos parecen cosas de la edad de piedra. Del mismo modo han evolucionado otros aspectos relacionados con el turismo, solo que nos negamos a aceptarlo.

La permanente movilización de cientos de millones de personas viajando por placer, o algo parecido, es un fenómeno que ha crecido en los últimos años de forma vertiginosa. El estado del bienestar pareció llevar incorporado el acto viajar, con o sin rumbo. Los clásicos y amantes de la cosa distinguen perfectamente entre viajeros y turistas. Individuos que se confunden con los lugareños y gente transportada sin ton ni son que se limita a volar unos cuantos miles de kilómetros sin tener muy claras cuáles son las esencias del sitio en el que han aterrizado y del que se irán llevándose un bibelot, una insolación y una especie de lobotomía que le hará confundir el lugar en el que han estado un año u otro.

La ciudad de Málaga se ha convertido en lugar de peregrinación. Visitantes culturales, viajeros, almas borreguiles, feriantes en despedidas de solterías, despistados, concienzudos amantes del arte, cruceristas, coleccionistas de lugares, amigos de amigos de amigos que aquí vivieron días de gloria. Todo un caudal de visitantes ha situado Málaga como destino de moda. Con sus enormes ventajas y sus inconvenientes. Los italianos, con Venecia y Florencia a la cabeza, fueron los padres del sobreturismo, de la saturación, de ese empacho de gente desorientada que colapsa las calles mientras miran estrábicos un plano que no acaban de entender o siguen mansamente la banderita del guía de turno. Barcelona y San Sebastián también han soltado coces sobre aquellos que abarrotan las Ramblas o el paseo de la Concha. En Málaga hay una mirada crítica en distintas capas de la población. Unos a los que les molesta la invasión, siempre considerada bárbara, y otros porque pensamos que la gallina de los huevos de oro padece algunos síntomas de asfixia. Confundir la personalidad de una ciudad, eso que germinó su atractivo, con un parque temático tiene riesgos muy serios. La muerte de éxito puede ser muy luminosa pero no deja de ser muerte. El director de la Organización Mundial del Turismo hizo una defensa del turismo de sol y playa. Aquí podemos ofrecerlo. También el turismo cultural, y el gastronómico. Los recursos son muchos, pero no infinitos. Tampoco lo es la paciencia del turista víctima de colas, masificación, esperas interminables, rodeado casi en exclusividad por gente de su misma y extraviada especie.

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