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Baltasar Cabezudo Artero
Biólogo
Sábado, 28 de diciembre 2024, 01:00
Descubrí la Sierra de las Nieves (Málaga) siendo estudiante de Biología en la Universidad de Sevilla. Mi profesor de Botánica, Emilio Fernández Galiano, nos llevó, ... en la primavera del año 1969 a la sierra con el fin de hacer, como trabajo de fin de curso, un transecto altitudinal de la vegetación de la zona. Para mí, acostumbrado a las llanuras del bajo Guadalquivir y el paisaje humanizado de los alrededores de Sevilla, la visita fue un afortunado y espectacular encuentro. Entramos por Las Conejeras y terminamos subiendo, por la Cañada del Cuerno, al pie del Pico Torrecilla. Aprendí la importancia de la altitud y el tipo de suelos en la distribución y composición florística de las distintas comunidades vegetales que conformaban aquel espacio natural. Encinares, alcornocales, pinares, pinsapares, quejigales, sabinares y enebrales aparecían en un puzle perfectamente definido, junto con sus respectivos matorrales de sustitución y sus pastizales correspondientes.
Aquel afortunado encuentro me supo a poco, pero marcó mi futuro profesional. Decidí hacer la especialidad de Biología Vegetal (Botánica) y me propuse volver algún día para patear y estudiar esta maravillosa zona de la provincia de Málaga y de Andalucía, intentando seguir los pasos de excelentes botánicos como P. E. Boissier, P. Prolongo, F. Haenseler, S. Rojas Clemente y M. Laza Palacios, entre otros. Terminada la licenciatura comencé mi andadura profesional, como becario (1971) de la Universidad de Sevilla, en la realización de una tesis doctoral en la entonces Estación Biológica de Doñana, otra de las joyas naturales de Andalucía. Posteriormente fui Prof. Ayudante (1974) en la Universidad de Córdoba, y volví a Servilla como Prof. Adjunto (1978). Durante todo este tiempo siempre busqué la oportunidad de volver a Málaga y estudiar en profundidad todos los aspectos botánicos de la Sierra de las Nieves y su entorno.
La docencia y mi participación en los numerosos proyectos del departamento sevillano me complicaron el volver a visitar la sierra. Por fin, y estando como Prof. Agregado (1980) en la Universidad de La Laguna, surgió la oportunidad. Se convocó en 1981, por concurso de méritos, una plaza de Catedrático de Botánica en la recientemente creada Universidad de Málaga. Llegó mi momento, la oportunidad soñada para volver a Andalucía y a Málaga. En un par de días preparé y presenté toda la documentación. Saqué la plaza sin problemas y tomé posesión de la cátedra en mayo de 1981. Por fin la idea de aquel afortunado encuentro de 1969 empezaba a tomar cuerpo. Solo algunos miembros de mi nuevo departamento, J. Guerra, J. M. Nieto, M. M. Trigo y F. Conde entre otros, se alegraron de mi llegada, siempre se los agradeceré, me ayudaron en los primeros y complicados momentos de mi incorporación. Para otros miembros de la comunidad científica-forestal malagueña siempre he sido un intruso, problemas del carácter humano. A los unos y a los otros les prometí trabajar por mejorar el conocimiento del mundo vegetal de Andalucía en general y sobre todo de la provincia de Málaga, potenciando el departamento de Botánica y dos de sus instrumentos más importantes para la difusión y apoyo a la investigación, la revista Acta Botanica Malacitana y el Herbario MGC.
Mi primer contacto con la sociedad malagueña, fuera del ámbito universitario, fue con José Ángel Carrera Morales, Ingeniero de Montes y, creo recordar, miembro destacado de la entonces Sociedad Malagueña de Ciencias, hoy Academia Malagueña de Ciencias, por cierto, entidad a la que nunca, en mis 43 años en Málaga, he sido invitado a pertenecer, quizás no tenga suficientes méritos, procuraré mejorar. Con J. A. Carrera mantuve una buena amistad en lo personal y en lo científico. Con él recorrí parte de la Sierra de las Nieves y en alguna de ellas nos confabulamos para intentar, desde nuestras respectivas atalayas, poner nuestro granito de arena para que la Sierra de las Nieves fuera algún día parque nacional.
Los dos teníamos claro dos premisas. Una, que tenían que ser los habitantes de los pueblos, cuyos territorios iban a formar parte del futro parque nacional, los que lo aceptaran y apoyaran. Y otra que, con ser importante, el pinsapo no podía ser el motivo único para que la zona fuera declarada parque nacional. Pinsapares, y muy buenos, también existían en Sierra Bermeja y Sierra de Grazalema. Teníamos que poner en valor otros factores como su impresionante riqueza geológica, edafológica, hidrológica, espeleológica, botánica, zoológica, micológica y liquenológica, amén de los también importantes valores paisajísticos, culturales, sociales y sobre todo de sus pueblos y gentes.
Yo me comprometí a ello y lo hice desde tres atalayas distintas. Como responsable del Grupo de Investigación 115 'Recursos Naturales y Medioambiente' de la Junta, como presidente de la Junta Rectora del entonces Parque Natural Sierra de las Nieves y como Experto del Consejo Andaluz de Biodiversidad de la Junta de Andalucía.
Pero esta es otra historia que esbozaré más adelante.
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