«Lo más antiguo que hay en mi pueblo es una cabina de teléfono», me dijo una vez una orgullosa aldeana de un municipio indeterminado ... de Málaga. Cuando pienso en la retirada de las cabinas de las ciudades pienso en esa en concreto, y en la creencia de que era la principal reliquia para esta señora. Este año llega el fin de la obligatoriedad de mantenerlas en todos los municipios de más de 1.000 habitantes. Hasta entonces, estaban consideradas un servicio público esencial.
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Las cabinas se utilizaban para decir cosas importantes o recados cortos, o para redactar crónicas periodísticas. Las conversaciones más largas se nutrían de la ansiedad por la cuenta atrás y por la falta de monedas. Se aprendía, mejor que en ningún sitio, el valor de las palabras, y que el tiempo es uno de los mayores enemigos del hombre. Ahora casi todo el mundo que usa una cabina lo hace porque tiene algo que ocultar o porque se ha quedado sin batería. O por los que se resisten a tener móvil. Conozco a dos personas sin móvil. Una de ellas es Diego Santos, que cuando no haya cabinas quizá tire de la opción de pedirle una llamada a algún transeúnte, un préstamo en el que siempre discurre la fantasía de que el individuo en cuestión salga corriendo con el teléfono.
A fecha de 2020, en la provincia quedaban 500 supervivientes, de las que 179 estaban en la capital. Pongo en Google Maps 'cabinas en Málaga' y aparecen direcciones exactas y fotografías de varias decenas y un sex shop, que también tiene sus cabinas pero no de teléfono. La manera de dotar de una nueva utilidad a estos elementos urbanos ha generado mucha imaginación en los ayuntamientos. En algunas de Málaga, con paciencia, se puede recargar el móvil, o son 'punto de información inteligente' para turistas. En otras ciudades se han convertido en sitio de intercambio de libros y hasta de semillas. En algunas venden café, hay desfibriladores y hay mucha gente creativa repartida por el mundo. Las cabinas que quedan apenas registran una llamada semanal, pero en España se envían unos 125 millones de 'whatsapps' al día y se realizan más de 100 millones de llamadas de móvil. Nos comunicamos más que nunca, multiplicándose las posibilidades de emitir opiniones lamentables.
Con las cabinas se van también los trucos para llamar gratis y el hallazgo de monedas olvidadas. En las cabinas se ha follado y se ha muerto; se ha suicidado un número inquietante de personas. Se han dado avisos de bomba, algunos falsamente dirigidos a colegios, se ha amenazado y se han declarado miles de amores. Ya no recuerdo cuál fue mi última llamada desde una cabina de teléfono.
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