En los medios diplomáticos se suele decir que el armamento químico es la bomba nuclear de algunos países pobres o en desarrollo. Nos encontramos en una situación de 'luz verde' a la proliferación de estas armas
Francisco J. Carrillo
Martes, 16 de abril 2019, 00:59
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Pienso, con derecho al error, que nadie escapa a su propia representación. Quizá los actores de teatro, los cómicos y la expresión corporal de la danza, sobre todo, son aquellos que más dejan entrever sus propios sentimientos personales a pesar del guión. En el cine es más complicado; hay menos margen para salirse de lo previsto en un texto que dicta expresar las emociones de lo narrado. En las representaciones de la política se impone el argumentario que, por no aceptarlo, Sócrates entregó voluntariamente su vida. La representación en las sociedades de la información, la comunicación, las redes sociales y la inteligencia artificial produce los actores para la puesta en escena. Las ciencias jurídicas tampoco escapan a la creación de 'imágenes' del presunto reo e incluso de la misma prueba si el delito no fue in fraganti. Otro caso particular son los relatos de la historia. Para esta modalidad de trabajos de investigación se recurre a las fuentes documentales y se desarrolla un análisis histórico factual. No queda mucho espacio recreativo a los especialistas cuando, a título de ejemplo, se nos narra Pompeya o el ferrocarril real Madrid-Aranjuez. Los hechos, acaecidos en un pasado remoto o próximo, se narran desprovistos de una crónica de los sentimientos reales vividos por los actores. (Cierto es que a ello pueden ayudar las fuentes literarias, como los poemas anónimos pompeyanos, los romances de gesta, el cancionero popular, etc.). A veces he pensado, al visitar Los Dólmenes de Antequera, el románico de Tahull, la ciudad de Carcasona, los templos de Agrigento o los testigos históricos de las culturas fenicias, islámicas, mayas...: ¿cómo vivían, sentían, amaban, convivían o coexistían, cómo pensaban, cuál era el imaginario colectivo de las poblaciones en el contexto de esas culturas y asentamientos humanos?
Lo dicho viene a cuento introductorio de la reciente 'cumbre' (la primera fue en Singapur) entre el presidente Trump (USA) y el presidente Kim (Corea del Norte) en el histórico hotel Monopol de Hanoi (Vietnam). En el Monopol, paradojas de la historia, grabó Joan Baez '¿Dónde estás ahora hijo mío?', al tiempo que su padre Albert, especialista en Física, se dejaba ver por los pasillos de la Unesco en donde en cierta ocasión le encontré. Anécdotas aparte, las 'cumbres' de Singapur y de Vietnam sirvieron para que los dos estadistas 'se conocieran'. Ya es algo. Aunque no hubo en ninguna de las dos reuniones una declaración con compromisos escritos. Dos hombres, de culturas distantes, se encontraron. ¿Hubo empatía más allá del guión? El objetivo de Trump era aparentemente muy concreto: la desnuclearización y desmantelamiento total de las instalaciones nucleares de Corea del Norte. El objetivo de Kim, además del económico, el desmantelamiento del paraguas protector nuclear de Estados Unidos sobre Corea del Sur, además de un definitivo Tratado de Paz entre EE UU y Corea del Norte. Aún sigue vigente el armisticio del fin de la guerra que se firmó el 27 de julio de 1953. Esta guerra se estima causó a Corea del Norte tres millones de víctimas, un 15% de su población. Aún no se firmó la paz, una de las condiciones objetivas para trabajar en la reunificación de las dos Coreas.
En los medios diplomáticos se suele decir que el armamento químico es la bomba nuclear de algunos países pobres o en desarrollo. El presidente de Corea del Norte optó directamente por el arma nuclear en un complejo escenario asiático (en su sentido lato) con China, India y Pakistán detentores de este tipo de armamento. Y si miramos al Oriente Medio, Israel la posee e Irán parece que la está fabricando. Y hay otros países que son candidatos. Nos encontramos en una situación de 'luz verde' a la proliferación de estas armas de destrucción masiva, sobre todo a partir de la denuncia, por parte de Trump, del acuerdo entre la Unión Europea e Irán sobre el armamento nuclear. Y desde la denuncia y salida de Estados Unidos, por decisión del presidente Trump, del Tratado de Control de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF), que fue firmado al final de la Guerra Fría en 1987 por el presidente Ronald Reagan y por el presidente de la todavía (por pocos años) Unión Soviética, Mijail Gorbachov. Este tratado prohibía las armas nucleares de alcance entre 500 y 5.500 kilómetros. La decisión de Trump de denunciar y sacar a Estados Unidos del Tratado INF es el comienzo de la nueva Guerra Fría, con total ausencia de control de la producción y proliferación de armamento nuclear. Se estima, ya que no hay ninguna transparencia en este terreno, que entre Estados Unidos y Rusia pueden tener unas 15.000 cabezas nucleares, que podrían generar una destrucción total. Y ello sin contar con lo que hace Francia, el Reino Unido, China, Pakistán, India e Israel. Y sin saber la situación en que se encuentran Corea del Norte e Irán. El panorama es terrorífico y su incierta evolución lo es aún más a escala mundial. El presidente Putin amenazó directamente con orientar sus misiles a Europa si la OTAN dota de misiles a algunos de sus países vecinos. ¿Qué piensan y sienten en la vida cotidiana las personas con capacidad de apoyar el botón nuclear? Y cabe preguntarse: ¿representación o fatídica realidad?
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