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La semana trágica

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Jueves, 18 de enero 2018, 07:42

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La Semana Trágica de Barcelona se produjo entre el 26 de julio al 2 de agosto de 1909 y culminó su baño de sangre con la ejecución del pedagogo Ferrer Guardia. Por muy distintas razones esta ha sido una semana trágica en que la muerte se ha llevado por delante a dos hombres de la cultura, ustedes ya lo saben, al poeta entre poetas Pablo García Baena, y al brillante y polifacético Antonio Garrido Moraga. Con los dos tuve amistad y a los dos les guardaré en mi memoria. Cuando la parca nos visita se lo lleva todo, su guadaña cercena sin importarle clases ni pobreza ni opulencia, color, sexo, bondad o maldad. La mayoría de las veces se equivoca, sin ir más lejos, estos días aciagos, ha errado de nuevo al llevarse al autor de 'Palacio de Cinematógrafo'; era García Baena un bardo sensual, epicúreo, panteísta, barroco, dulcemente exaltado, veladamente culturalista, poseedor de una lujosa melancolía, quizá la voz más pura del mítico Grupo Cántico que desde Córdoba lideró, en los años cuarenta y cincuenta, una reacción, por un lado, a los imperiales endecasílabos, y por otro, al social-realismo imperante, y lo hizo recuperando al exiliado Luis Cernuda, por ejemplo, en aquella España cerrada y provinciana. Pero el mandato de Pablo, fue mayor, si cabe, al revitalizar el universo sonoro y colorista del también cordobés Luis de Góngora, ave fénix hiperbólico de la literatura española, y sus versos, muchos años leídos por una inmensa minoría, se fueron expandiendo hasta ser recuperado por los poetas novísimos, sobre todo por Guillermo Carnero y Luis Antonio de Villena. Y no quiero sólo homenajear al García Baena de los libros sino también al buen amigo, y mejor persona, cuya conversación era una fuente inagotable de sabiduría, de ingenio, de fino y delicado humor. Pablo y yo, además, compartimos el pecado original de adorar a un mito de la pantalla que reprodujo, durante décadas, los deseos ocultos de la tribu, me refiero a la diosa alemana Marlene Dietrich, doble corona cómplice, Marlene vivía con Pablo y no miento: en su casa de Córdoba le tenía dedicada un pequeño mausoleo con fotos, libros, revistas y catálogos donde se podía recorrer las resurrecciones de la diva. No puedo dejar de mencionar, en esta breve coda final, a Antonio Garrido Moraga, un humanista que fue un auténtico lujo para Málaga, uno de los políticos más cultos y formados que he conocido, uno de los profesores más inquietos; Garrido Moraga hablaba como un ser eterno, su retórica, tan suave como exaltada, podía trasladarte donde quisiera, era hombre de amplios intereses intelectuales de variados registros, agudo crítico literario, persona inquieta cuyas palabras creaban invisibles arabescos bajo el arbolado de las ideas, y sorprendían, y te sorprendía, y no cesaba de acumular conocimientos. A él le debo la lectura de una novela que se convertiría en principal para mí, y que me recomendó una tarde de hace muchos años en un hotel del centro: 'La marcha Radeztky' de Joseph Roth. Nunca lo olvidaré, Antonio.

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