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Si hay un valor en alza en turismo ese es el de la autenticidad. El viajero quiere vivir las experiencias de los destinos elegidos, precisamente por sus singularidades. Pues bien, mal vamos cuando las imágenes que se transmiten al exterior de la Semana Santa de Málaga muestran un escenario impersonal, sin calor humano, sin la pasión de los malagueños viendo en calle Larios a sus tronos. Cuando en las retransmisiones de las distintas cadenas se abre el foco y se contempla la principal arteria de la ciudad, el corazón de la Semana Santa, con unas hileras de sillas a cada lado, muchas de ellas vacías, y unas aceras sin nadie, porque los malagueños tienen que quedarse aferrados a unas lamentables vallas a metros de la calle Larios, por muy bien que vayan las distintas cofradías y muy brillantes que queden los desfiles procesionales, a pocos potenciales viajeros sentados ante sus televisiones se les despierta el interés por querer vivir esa experiencia. Eso, sin olvidar las sensaciones de desconcierto que han experimentado muchos de los turistas que han optado por Málaga este año cuando se quedaban atrapados en la jaula en la que ha quedado convertido el Centro de la ciudad. Y es que nadie debe olvidar que la Semana Santa es de los malagueños, patrimonio de la ciudad. Que debe mantener su esencia de vivirse con pasión, tanto los que quieren llevar los tronos, participar como nazarenos o contemplar y disfrutar los desfiles procesionales. De ninguna otra manera se transmite esa chispa que años atrás ha cautivado a nuevos viajeros ansiosos por contagiarse de ese fervor y esa forma tan singular de vivir la Semana Santa, con sus madrugadas incluidas y ya en proceso de extinción. Otro más hacia la pérdida de autenticidad para encorsetarnos en esa tendencia europeísta en la que a las once de la noche ya no encuentras donde cenar. Si los cambios realizados están centrados en mimar los desfiles procesionales, convendría abrir el foco y pensar más allá de la liturgia de la Semana Santa para considerar que ésta se alimenta también de la pasión de los malagueños, que hace de Málaga un destino deseado.

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