LAS SEIS UVAS DE NOCHEVIEJA
Un viejo refrán de los tiempos de mi abuela y antes, asegura: en martes ni te cases ni embarques, pero esta vez nos toca despedir ... el año en ese día y recibirlo en miércoles, que tiene mejor prensa. Lo de los años es algo parecido a las ferias, que cada cual la cuenta según le ha ido, de forma que dos mil diecinueve habrá sido extraordinario para algunos, ejemplo los que han recibido el gordo de Navidad, y un cúmulo de circunstancias nefastas para otros; los que han perdido el puesto de trabajo o a un familiar o amigo, pongo por caso. Tanto unos como otros, seguramente nos dejaremos llevar por la añeja tradición de la algarabía en la transición de un año a otro. Como siempre ha ocurrido habrá que sucumbir ante los ritos de Nochevieja, para no dar la nota; las únicas notas permitidas en el Año Nuevo son las del tradicional concierto desde Viena. Personalmente considero lo más absurdo (sé que soy la oveja negra) de la noche de San Silvestre, la ingesta, atolondrada muchas veces, de las doce uvas, con el consiguiente peligro de atragantamiento. Puede que la poca querencia por las uvas sea el legado traumático de los tiempos en que, siendo joven, el encargado de preparar las bolsitas quiso experimentar con mis tragaderas, seleccionó doce ejemplares que muy bien podían confundirse con melones y perdóneseme la exageración. El tamaño (que sí importaba y mucho), unido a la perenne confusión del momento en que comienzan las campanadas, convirtió el rito en un descomunal desastre, de forma que no logré pasar de la quinta o sexta. Desde entonces, con frecuencia, he sustituido las doce uvas por seis, pero convertidas en doce al partirla por la mitad para cumplir el mismo cometido temporal. Naturalmente no puede faltar el cava, bebida a la que muchos siguen confundiendo con el champán (champagne) que no es lo mismo, aunque sean primos hermanos. Sea como sea lo cierto es que el paso de un año a otro, marca fin y comienzo de etapa, aunque casi todo siga igual. Parece que las pensiones no cambiarán; prometen que se trata solamente de un aplazamiento y que los pensionistas muy pronto nadarán en la abundancia con una suculenta subida de cero coma nueve por ciento. Se avecinan subidas, sin aplazamiento alguno, de una serie de productos tan básicos como la electricidad. La rueda sigue girando y cada enero, tras la jarana de fin de año, nos enfrentamos con las mismas crudas realidades. En Marbella nos encontramos pendientes en este próximo año de los avances significativos que conduzcan a la redacción del nuevo Plan General de Ordenación Urbana. En la muy interesante entrevista que Héctor Barbotta realizó al redactor del plan, José María Morente, el periodista preguntó sobre asuntos claves como la zona limítrofe con Benahavís, las viviendas ilegales o la llegada del tren. Dice Morente que dibujará el tren porque si no se dibuja es cuando deja de haber alguna posibilidad de hacerse realidad. Me llama la atención que resalte algo elemental y que buena parte de los ciudadanos ya sabemos, pero no es frecuente que lo diga alguien de la administración: en Marbella no todos tenemos un alto poder adquisitivo y también el plan tiene que darles o darnos soluciones, no solamente a los inversores. Nuestras carencias siguen siendo las mismas desde hace décadas y los cambios de año vienen arrastrando las promesas que nunca se cumplen. El mismo plan de ordenación es un ejemplo claro de los esfuerzos titánicos que en Marbella hay que realizar para conseguir cualquier cosa. Dada la cronificada falta de sintonía entre Junta y Ayuntamiento, cabría esperar que algo cambiara cuando el mismo partido gobierna desde Sevilla y desde Marbella. Seguramente ocurrirá en 2020 porque de momento se advierten pocos signos. Llevamos décadas demandando servicios públicos básicos, algunos de ellos generalizados en pueblos y pequeñas ciudades e inexplicablemente inexistentes en Marbella. A fuerza de tanto repetirse la relación de necesidades, se cae en mantras rutinarios que aburren hasta a las ovejas. La sensación de que alguien nos toma el pelo no deja de aflorar con frecuencia y fastidia, la verdad. Pero no se trata de finalizar el año con un arrebato de indignación. En lugar de pensarlo hoy, ya lo haremos mañana. De momento manda cumplir con el rito de las doce uvas, aunque se queden en seis.
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