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isidro prat
Domingo, 19 de noviembre 2017, 09:44
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En la prestigiosa revista médica ‘British Medical Journal’, el cardiólogo John Dean publicó el artículo titulado «Los médicos no deberían tener permitido trabajar en la sanidad pública y en la privada al mismo tiempo». Concluía que, por muy altos que tuviera sus valores morales y éticos, esos médicos estaban metidos en un negocio que alienta decisiones para beneficio de la empresa y no del paciente. Afirmaba que hacer pruebas diagnósticas innecesarias para incrementar la facturación y desacreditar la sanidad pública para aumentar el número de clientes era parte de una estrategia empresarial premeditada. Cuanto peor vaya la pública mejor irá la privada. Denunciaba que algunos compañeros recomendaban a sus pacientes de la pública que fueran a su consulta privada para saltarse su propia lista de espera. «Todo forma parte de una gran estafa para que crean que pagando están recibiendo una medicina de mayor calidad y no es cierto», concluía el doctor John Dean. Ese artículo, tan personal, tan demoledor y con afirmaciones, de tan grueso calibre, lanzadas por este afamado cardiólogo del Royal Devon and Exeter NHS Fundation del Reino Unido sacudió violentamente el estamento médico. La controversia fue mayúscula y, a día de hoy, por ese asunto, muchos siguen tirándose los trastos a la cabeza.
Hay empresas y grupos financieros que ven en la medicina una oportunidad de negocio. Levantar y mantener un hospital, supone un gran desembolso que debe ser rentable para esos inversores que han arriesgado sus euros. Los hospitales privados son capaces de mejorar la gestión y reducir costes, pero podría ser a costa de una prestación sanitaria más deficiente, asegura el premio Nobel de Economía 2016, Oliver Hart. Por eso, los conciertos de la sanidad pública con centros privados siempre tienen resultados inciertos. Ofrecer actos médicos a menor coste que sus competidores, en la puja por quedarse con un concierto de prestaciones sanitarias, siempre es arriesgado, opina Hart.
A muchos médicos no les queda otra que ejercer en la privada o emigrar a otro país. Así se desprende en un estudio presentado en la Organización Médica Colegial. Son cerca de 3.500 médicos los que solicitan anualmente un certificado para ejercer fuera de España. Las plazas para entrar en el Sistema Nacional de Salud son escasas y se consiguen superando un concurso-oposición. Sólo los mejores están capacitados para conseguirlas. Una vez logrado ese puesto, y si así lo desean, podrán compaginar su trabajo con la privada, solicitar permiso sin sueldo o marcharse definitivamente. Fórmulas hay muchas para que cada cual pueda hacer lo que mejor le convenga. En Málaga, un buen número de médicos de la pública buscan en la privada otra salida profesional, complementar el sueldo, tener prestigio o alargar la vida laboral tras su jubilación.
Según datos presentados en el Foro sobre Sanidad Privada del Colegio de Médicos, el 23% de malagueños está afiliado a una aseguradora y la mayoría de pacientes que atienden los hospitales privados pertenecen a compañías sanitarias. Estamos asistiendo a una medicina ‘low cost’ donde los principales perjudicados son los profesionales que han denunciado, en reiteradas ocasiones, las bajas retribuciones que abonan esas compañías para atender a sus pacientes. Toda la información relativa a lo que pagan las aseguradoras por acto médico se puede consultar en diversas publicaciones del diario económico español ‘Cinco Días’.
En Málaga somos cerca de 8.000 médicos colegiados. Tenemos el 40% de las camas hospitalarias privadas de Andalucía. Prácticamente nos conocemos todos los que ejercemos la misma especialidad. La calidad de los profesionales y la atención prestada por unos y otros es buena y está más que contrastada. Los conocimientos y la información clínica fluyen abiertamente. La colaboración entre la inmensa mayoría de profesionales es más que buena, excelente. En mi área de hematología, medicina transfusional, tejidos, células y trasplantes, hemos desarrollado procedimientos consensuados entre todos, y establecido sesiones clínicas periódicas. Las interconsultas están a la orden del día y se buscan las mejores opciones de tratamiento para todos los pacientes, estén donde estén ingresados.
A la medicina pública, que es la nuestra, la de todos, la que pagamos con nuestros impuestos, debemos exigirle que aproveche los recursos, que su nivel de calidad sea alto, que funcionen los servicios y que funcionen bien. Que los conciertos sanitarios garanticen la calidad de la prestación. Es una necedad estigmatizar la sanidad pública o la privada porque las dos están jugando un papel importante en la salud de todos. Compatibilizar la pública y la privada no es falta de ética ni inmoral, es simplemente una opción profesional. No es de extrañar que en el recientemente publicado Top Doctors Awards, donde anualmente se destacan los facultativos de la privada mejor valorados por el propio colectivo médico del país, tengamos al neurocirujano Miguel Ángel Arráez, al cardiólogo Juan José Gómez Doblas, al neumólogo José María Ignacio García y al urólogo Eduardo Sánchez de Badajoz. Cuatro destacados facultativos que ejercen en Málaga y que comparten, con honestidad, su ejercicio profesional en la sanidad pública con la privada. Cuando se trata de confianza en las instituciones y en sus profesionales el usuario tiene la última palabra. En sanidad necesitamos médicos capaces y honestos. Nada más, y nada menos. Lo demás son monsergas.
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