Rerum Novarum, rerum antiquarum
José M. Domínguez Martínez
Catedrático de Hacienda Pública de la Universidad de Málaga
Domingo, 8 de junio 2025, 02:00
Hace 134 años, el Papa León XIII proclamó la encíclica Rerum Novarum, que venía a afrontar el cambio socioeconómico de gran calado que se estaba ... produciendo en los países occidentales al hilo de la transformación de una sociedad tradicional en una sociedad industrial. En ella se trataba de dar una respuesta, desde la óptica cristiana, a los grandes retos que se suscitaban en una economía en la que el capital y el trabajo emergían como fuerzas productivas básicas, dando lugar a papeles diferenciados para empresarios y asalariados. El Sumo Pontífice abordaba expresamente un panorama marcado por nuevas realidades y tendencias, por cosas nuevas.
Hoy son ya cosas antiguas, pero, en buena medida, mantienen su vigencia en el debate político, económico y social. Al releer aquel texto que vio la luz en 1891, con independencia de las convicciones personales, uno no puede sino asombrarse de la capacidad anticipatoria de su autor. Supo predecir el curso de acontecimientos históricos, que, en algunos casos, la realidad se encargó de corroborar con tintes dramáticos.
El ideario económico vaticano ejerce una gran influencia en todo el mundo, mucho más allá del plano puramente confesional. La relevancia alcanzada por los planteamientos -considerablemente dispares- defendidos por los Papas Juan Pablo II y Francisco ha sido especialmente significativa, por lo que no es de extrañar la expectativa despertada por la posición que pueda adoptar León XIV. A la espera de conocer alguna expresión formal de su magisterio, aunque solo sea en una simple aproximación, el contenido de la mencionada encíclica de su antecesor homónimo, artífice de la doctrina social de la Iglesia, podría ser un indicio un tanto revelador.
León XIII muestra, en Rerum Novarum, su preocupación por los contrastes entre los «opulentos y adinerados» y la «muchedumbre infinita de proletarios», aunque reconoce que es difícil realmente determinar los derechos y deberes de quienes aportan el capital y de los que ponen el trabajo. Advierte de que se trata de una «discusión peligrosa», utilizada a veces «para torcer el juicio de la verdad». Incide en que, para solucionar el referido mal, «los socialistas tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes», que pasarían a ser comunes y administrados por los gobernantes.
Pero el derecho a la propiedad es, en su interpretación, un derecho esencial, consustancial a las personas. A su entender, si se suprime la propiedad privada, al eliminarse el estímulo al ingenio y la habilidad de los individuos, «necesariamente vendrían a secarse las mismas fuentes de las riquezas, y esa igualdad con que sueñan no sería ciertamente otra cosa que una general situación, por igual miserable y abyecta, de todos los hombres sin excepción alguna». Esto le induce a rechazar de plano «esa fantasía del socialismo de reducir a común la propiedad privada, pues que daña a esos mismos a quienes se pretende socorrer». Con vistas a mejorar la condición de las clases menos favorecidas, propugna, como principio fundamental e inviolable, la propiedad privada.
Posteriormente, apela al espíritu del Evangelio para resolver los conflictos, y reivindica el derecho a un salario justo y a su libre utilización por su perceptor. Asimismo, deja sentadas pautas sobre cuestiones que hoy día siguen siendo objeto de discusión: la concepción de la familia como una verdadera sociedad titular de derechos, entre estos la patria potestad sobre los hijos; el reconocimiento de las diferentes capacidades de los individuos; la visión del sufrimiento y del padecimiento como aspectos inherentes a la vida humana, que no deben ocultarse; el llamamiento al cumplimiento de los deberes respectivos de empleados y de empleadores; el fomento del ahorro; la limitación de la jornada laboral y la erradicación de prácticas abusivas; los procesos de negociación salarial; la necesidad de restringir el papel recaudatorio del Estado, llamado a ser el garante del bien común y de la justicia distributiva; la trascendencia de las instituciones e iniciativas benéficas; y la catalogación de la caridad como «señora y reina de todas las virtudes».
No, no se ha producido el anunciado «fin de la historia», identificado con la extensión del modelo de democracia liberal y economía mixta de mercado. Sigue abierta la pugna sobre las bases del sistema económico y político más adecuado. Varias son las alternativas, ya todas ellas con suficiente bagaje. Según León XIII, «por los eventos pasados prevemos sin temeridad los futuros». Él, sin embargo, fue capaz de pronosticar situaciones a partir de tendencias que no contaban con registros históricos.
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