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Un proceso político que echa mano, y nunca mejor dicho, a la agresión física y al insulto a periodistas que sólo quieren cumplir libremente su trabajo es un proceso político que se deslegitima a sí mismo. Los CDR (Comités de Defensa de la República) han nacido con un aura de sospecha espeluznante, esto es, todo el rato bordean el abismo terrorista. No es la primera vez ni será la última: en Barcelona han sido clásicos contemporáneos los atentados y las muertes violentas, por cuestiones políticas, ya se sabe que desde el Somatén parapolicial a toda suerte de variantes del paisaje ácrata, el matonismo ha sido el plato fuerte de la escena política catalana. No olvidemos que el golpe del general Primo de Rivera (septiembre 1923) se gestó en la ciudad condal y que, años más tarde, en mayo de 1937 se desató una cruenta guerra civil, dentro de la guerra civil, que enfrentó a la legalidad republicana con los partidarios de la revolución permanente, un eufemismo para denominar al caos. Precisamente en los sucesos del mayo catalán también se constituyó un Comité de Defensa de la República, y la verdad es que tenía su lógica porque la República estaba siendo atacada no sólo por los militares sublevados sino también por las propias facciones republicanas que se exterminaban entre ellos. Pero hoy no es el caso, porque ni hay República ni los militares, menos mal, están sublevados.

Entiendo que el terrorismo no necesita muertos para cumplir su táctica de destrucción, sólo se necesita gente humillada, presionada, extorsionada y maltratada. La versión catalana se hace más viscosa que líquida cuando los que aseguran que son víctimas no son sino verdugos en un espejo que refleja la basura de la intolerancia y que provoca los más bajos instintos. En un artículo contra las mentiras vertidas sobre el capitán judío Alfred Dreyffus, el famoso 'Yo acuso', el escritor Emilio Zola aseguró que prefería morir a ser cómplice de la violencia, la estafa, la corrupción y la mentira. Nadie dramatiza, ni exagera, a la Historia europea de los siglos XIX y XX nos remitimos, que las fórmulas del nacionalismo radical son una vía muerta, acabada, el camino hacia la catástrofe, el principio del fin, una mezcla de Auschwitz-Birkenau; Bosnia-Herzegovina y Sarajevo, la balcanización de Europa. Mantenemos esto sin acritud, de verdad, con las manos abiertas, esperando que la calma se imponga y cese el odio que fomenta el fanatismo y el miedo.

Por ese motivo, causa estupor y vergüenza que el mismísimo Consejo de Europa denuncie el hostigamiento y las agresiones, utilizando piedras, empujones y toda clase de medios, a periodistas que lo único que hacen es informar acerca de lo que está ocurriendo en una república fantasma, con un gobierno que no gobierna sino que sobrevive gracias a la propaganda y a la demagogia, y con otro presidente en el exilio que mantiene que la invención de los CDR forma parte de una narrativa para colgarle el sambenito de terrorista. La verdad es que resulta patético.

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