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ROSA BELMONTE
Jueves, 5 de octubre 2017, 08:04
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Tampoco tenía que venir Alfonso Guerra (un jarrón de los chinos) a afear la pretensión del PSOE de reprobar a Soraya Sáenz de Santamaría. Como si la vicepresidenta no tuviera bastante con Hristo Stoichkov llamando franquista a toda su mata genealógica (hasta a su hijo) en una televisión americana. Pero estamos en tiempos de recordar lo obvio. Si las reprobaciones no son más que una tendencia asentada en la frívola política nacional y municipal, plantearlas estos días de incertidumbre nacional es para poner orejas de burro a sus promotores. Anda, tira para la casa. La reprobación es una forma pública de expresar que no se está de acuerdo con las acciones del reprobado. Claro que todos piensan en la incompetencia del Gobierno, ¿pero por qué mirar el dedazo en lugar de a Puig Dem-un? Las reprobaciones son regañinas. Parlamentarias o papales y digitales (la de Juan Pablo II a Cardenal). El discurso del Rey también lo fue. Pero fue más.
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