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Regeneración
de la política

Regeneración de la política

La palabra regenerar significa restablecer, reconstituir algo degenerado, lo cual exige sólidas convicciones. La astenia, hija de ese desorden, conduce a una situación que comienza a preocupar en el mundo democrático

JOSÉ GARCÍA ROMÁN

Domingo, 13 de enero 2019, 00:47

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Tengo para mí que estamos olvidando el significado de las palabras 'regeneración' y 'política', seguramente porque las aguas del relativismo y la demente prepotencia de una extraña libertad de expresión golpean a diario las estructuras de esos conceptos. Desconciertan la doble vara de medir que se emplea en algunas actuaciones políticas, la grave ausencia de autocrítica, los excesivos anhelos de progreso personal y familiar, y la mutación del medio en fin.

En la crisis democrática que sufrimos hoy se percibe déficit de empatía, falta de sensibilidad con la zona más débil de la población y exhibicionismo provocador acompañado de despilfarro que, aparte del desdoro, ofende a quienes no pueden tirar de su vida. No basta con los requisitos de una jornada electoral limpia y transparente como las urnas, cada cuatro años. Es necesario llevar a cabo correcciones que acerquen la voz de la ciudadanía adonde los representantes debaten y toman decisiones relacionadas con la justicia y el bienestar general. La reforma de la ley de partidos políticos, por ejemplo, tropieza con el muro de quienes se oponen a la modificación de la misma, a pesar de que haya minorías que desfiguren el panorama representativo, pero que conviene mantener tal disposición para posibles pactos, algunos contra natura, conocidos por todos.

La palabra regenerar significa restablecer, reconstituir algo degenerado, lo cual exige sólidas convicciones. La astenia, hija de ese desorden, conduce a una situación que comienza a preocupar en el mundo democrático. En un estudio promovido por el Centro de Investigación Pew sobre la democracia representativa, se ha detectado una «recesión» en beneficio de «opciones autoritarias», ofreciendo el siguiente panorama acerca del grado de compromiso de la ciudadanía con el sistema democrático. En la consulta llevada a cabo en 38 países, el 23% se ha adherido sin rodeos a la democracia; el 42% ha manifestado su opción por «alguna forma de gobierno no democrático (tecnocrático, autoritario o incluso militar)» y un 13% ha expresado ser abiertamente antidemocrático. La llamada «tibieza democrática» se ha reflejado en estos porcentajes: 40% en España, 42% en Alemania, 45% en Francia, 46% en Estados Unidos y 47% en el Reino Unido, entre otros países. Lo cierto es que en los resultados estadísticos ofrecidos está presente el «descontento con el sistema». En otra consulta internacional efectuada a más de una veintena de miles de ciudadanos de 26 países por el instituto Ipsos, de la Fundación para la Innovación Política dirigida por el profesor Reynié, se ha constatado un especial deseo «de autoridad, incluso de autocracia» en Occidente, propiciada por la decepción democrática. Sorprenden estos datos: un 55% de europeos, principalmente en los países mediterráneos (79% en Italia, 60% en España), piensa que la democracia no cumple con su función, por lo que «un tercio se abonaría a un régimen autoritario». Subraya Reynié que «hay una multiplicación de signos inquietantes que indican un debilitamiento de la democracia», y avisa: «Si no se encuentra una solución al actual descrédito de las instituciones y de la clase política, nos enfrentamos al declive de la democracia».

El político acaba naufragando en el mar de la irresponsabilidad o la prevaricación si no se siente cercano a la ley, si demanda explicaciones y él no las da, si desoye los mensajes de la sociedad más íntegra. El presidente Azaña llamó la atención sobre la tiranía del número, el chantaje y la agresión inmoral a los pilares de la democracia. Posiblemente, a la sombra de esta sensación, dijera: «El jefe de Gobierno no tiene amigos ni los quiere».

Convencernos de la necesidad de disentir civilizadamente, con educación sobresaliente -«Los malos modos todo lo corrompen, hasta la justicia y la razón. Los buenos todo lo remedian. En las cosas tiene gran parte el cómo», dijo Gracián-, anhelar armonía en los desacuerdos, rechazar servidumbres y privilegios contrarios a la democracia, como los blindajes 'dignos' para algunos expresidentes políticos, frente a la indigencia en la que viven muchos españoles, evitar desigualdades entre la comunidades autónomas o sembrar coherencias deben ser objetivos de la política, sin palabras carentes de hechos y fidelidades, sin verdades cansadas de reclamar su voz tantas veces silenciada. Vivimos secuestrados por una impresión idílica de los tres poderes -el ejecutivo, el legislativo y el judicial, que dejan mucho que desear por su dudosa separación- y también hastiados de rebajas a cambio de respaldos. Un voto puede ser el punto de apoyo que mueva el mundo del gobierno de turno.

Se lucha contra la violencia que sufren no pocas mujeres, incluida la degradación de convertirlas en objeto, aunque persistan aires de exhibiciones voluntarias opuestas a movimientos feministas que denuncian este tipo de mercados. El ADN humano desdeña la fealdad. Pero hay excepciones relacionadas con la belleza oculta que es fuente de seducción. Del mismo modo que la cirugía estética ofrece su bisturí a quienes desean corregir herencias genéticas, la política debe acudir al quirófano de la regeneración cuando se vuelve fea. Quizás deberíamos preguntarnos si camina decorosamente erguida la democracia española. Sea cual fuere la respuesta, considero oportuno recordar el siguiente consejo de Ortega y Gasset, pues podría venirnos bien: «Hay que organizar la decencia nacional».

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