Una reflexión sobre la muerte
Nunca se separa de ti la elegancia existencial
VIOLETA NIEBLA
Lunes, 19 de mayo 2025, 02:00
Me despedía muy torpemente de mi amigo Paco Cumpián. Lo hacía públicamente y humildemente en una pestaña que ni yo misma era capaz de encontrar ... dentro de este diario. Lo hice de bulla, entre la salida de un taller, la comida y la salida al cementerio. Luego he visto stories mucho más lúcidos, tiernos y bonitos, con citas de sus poemas. Me dio envidia y me digo: todo mal. Pero bueno, aquí tengo más espacio para seguir. Tengo tanto espacio que cada lunes podría dedicarle una columna a Paco Cumpián, hasta armar un columbario. Quería yo haber hablado de cuando comíamos chivo —algo que solo hacía con él, como un guilty pleasure, pero suyo, no mío—,o cuando me enseñó a pedir un «mapa» que era un filete empanao en uno de sus bares favoritos. Lo pedía porque estaba muy blandito y él no tenía dientes. O cuando le decía al camarero que a mí no me cobrara porque yo era más joven y no tenía dinero, y como él tampoco podía invitarme, yo disfrutaba de su privilegio de pasar la vista gorda cuando nos daban la cuenta.
Maribel me dijo en el funeral que, en esta última etapa, se había hecho jardinero, y que estaba cuidando unas plantas preciosas en su terraza de Chauen. Eso me gustó mucho saberlo. Que nos compartiéramos eso también, como la cocina. Su cazuela de papas era uno de los platos más sinceros que me he metido en la boca. Porque la poesía se expande a todos los demás sucesos de la vida. Eso también lo vi en él. La poesía te acompaña a comprar en los puestos del mercado: hay una delicadeza y una dedicación especial en los gestos del poeta. Y esa delicadeza y esa dedicación no te abandonan nunca. Ni cuando estás metido en la cama, moribundo, pero te sigues anudando al cuello un pañuelo de seda precioso. Nunca se separa de ti la elegancia existencial. Se te pega a la piel. No hay mejor tatuaje.
Sentada en una sillita plegable, frente a su último lecho, le escuchaba reflexionar en voz alta. Nos contaba que estaba disfrutando mucho de observar la relación que la gente tiene con la muerte. Que había amigos que no se atrevían a verlo así, que en sus diarios estaba anotando nuestras reacciones. Yo mataría por leer esos diarios. Me veo observada como en una cámara oculta, como si tuviera una puerta directa a mi cerebro y a lo más profundo de mi ser, y fuera capaz de ver lo que siento. Yo soy de las que hacen como si nada: delante mantengo el tipo, perfil alto, y cuando salgo me derrumbo.
Y luego llego a casa y leo sus versos:
Sobrado estoy de mundo
de carne de mundo...
...sobrado estoy de mundo
pero no harto.
Decía al principio que me despedía torpemente de él a través del texto. Me lo sigue pareciendo. Se me dio mejor todo en persona.
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