Rebeldes con causa
Me alegro por la cita multitudinaria de Portugal. Cientos de miles de chavales le han dedicado tiempo a esos mensajes. Allí había alegría, respeto, tolerancia
¿Quiénes son los cientos de miles de jóvenes que han ido a Portugal a las jornadas mundiales de la juventud? ¿Cómo son, de qué ... clases sociales, de qué tipo de familias, en qué creen, qué piensan, le encuentran algo de sentido a la vida? Imaginen por un momento que miles de jóvenes se han dado cita en una ciudad europea, llegados de todo el mundo, convocados por, pongamos, una líder juvenil del tipo de Greta Thunberg, y lloran con ella clamando contra los poderosos del mundo que nos llevan a un infierno climático. ¿Habría sido portada de telediarios y de medios? Imaginen que unos cuantos de los convocados se desmadran al final de la cumbre y, con hormonas y rabia, cargan contra contenedores, rompen escaparates, se cubren la cara con pañuelos y tiran piedras, que no flores, como les ponía el artista callejero Banksy en una de sus pinturas murales. Más portadas, ¿no? Incluso columnas de opinión, tratando de desmenuzar sus razones, analizando el malestar justificado de una juventud sin horizonte, describiendo el mundo injusto en el que les ha tocado vivir, trazando analogías con el 15-m. Ah, el 15-m. Cuántos se concentraron en Sol, cuántos han ido hasta Lisboa llamados por el Papa y su religión católica.
Pero no vende, lo asumimos. ¿Cómo va a vender esos cientos de miles que parecen contentos, alegres, que cantan, que rezan? Y es que nos puede los tics del desprecio a los que se toman en serio la religión, mientras admiramos a los que se movilizan por causas de género y clima con un fervor casi religioso, mucho más beligerante que la actual Iglesia, porque algunos de los activistas no dudan en señalar y mandar a la hoguera de la cancelación a quienes no comparten sus puntos de vista.
Encima se lo están pasando bien. Miles de chavales que van allí, conocen a gente nueva, bailan con ellos, los podemos imaginar ligando, en un entorno que no tiene nada que ver con las borracheras de fin de curso en Magaluf. ¿Multiculturalidad? Pues allí hay de decenas de países, de varios continentes. ¿Distintas clases sociales? Seguro, van de distintos entornos, cientos de parroquias, decenas de órdenes religiosas. Pero tenemos que estar preparados para quitarnos nuestros prejuicios, esos que ven a los chavales de guitarra y canción de gracias a la vida como algo de perdedores, ñoños, ignorantes fanatizados. Que eso es lo que pasa con bastante gente todavía. Los que no se creen, por ejemplo, que haya una juventud que está volviendo a las iglesias. Chavales que, a veces, incluso están tirando de sus padres para que vuelvan a misa.
«Ama a tu prójimo como a ti mismo» es una de esas frases que damos por sentada, sin reflexionar mucho
Nos deberíamos alegrar de las escenas de Portugal. Allí no hay resignación al apocalipsis. Seguro que entre los asistentes los hay contentos de querer formar familias, de tener hijos, de sacrificarse por ellos. Bien está. Necesitamos niños. Por cuentas y por poder leer cuentos, coleccionar risas y dar besos. Ya me he puesto cursi, pero qué quieren. Porque el mundo nos regala alegrías si las sabemos ver y estar en modo pesimista está arrasando la salud mental occidental. Ojalá hubiera estudios sociológicos serios sobre en qué creen los que están más perdidos, qué sentido le encuentran a la vida, qué misión a cada día. Lo pensaba mientras veía una foto llena de confesionarios en un parque en Portugal y leía en una crónica cómo una de las asistentes venció su escepticismo, sus reticencias iniciales y acabó por gustarle derribar los prejuicios. Que de eso se trata, de que seamos capaces de encontrar el gusto en derribar los que tenemos, inevitables, porque somos humanos y funcionamos con ellos. ¿Pueden algunos encontrar en la confesión lo que otros hallan en las terapias con el psicólogo?
Hace unos días, una amiga me contaba su experiencia en unas jornadas muy laicas sobre meditación y compasión. Le ha gustado, como suele pasar cuando nos trabajamos la vida interior. Pero le hizo gracia cuando una de las asistentes se atrevió a preguntar si lo que acababan de escuchar sobre la compasión no era un mensaje muy parecido al del cristianismo. Le dieron la razón. Yo, a la vez, le conté aquella ocasión en la que un jefe me animó a leer un reportaje sobre el llamado gurú del amor, un indio que venía a España a predicar las bondades de querer al prójimo y saber amar. Me salió del tirón decirle que alguna vez descubrirían el mensaje del cristianismo que, por haberlo tenido tan presente, ni apreciábamos. Por poco exótico.
Hace años, le pregunté a una historiadora que si ella creía. Me dijo que lo que ella creyera no importaba pero que a la sociedad le venía bien creer en unos valores, tener claro lo que es el bien y el mal. Siguió explicándome que todavía muchos de los que reniegan de la Iglesia tienen un acervo cultural que ha impregnado a la sociedad del que no son conscientes pero que se estaba perdiendo. Aventuraba un porvenir poco dichoso cuando se olvidara por completo.
«Ama a tu prójimo como a ti mismo» es una de esas frases que damos por sentada, sin reflexionar mucho. Me parece la síntesis más perfecta de una buena vida. Prójimo. No hace distinciones de género, de raza, de clase social, de inteligencia. A todos. Por igual. Anima al respeto. A veces pienso que no hacen falta más cursillos que un rato reflexionando sobre esas ocho palabras. Pero, claro, si lo hiciéramos no estarían las estanterías de los libros de autoayuda tan llenas, no habría tanto taller en instituto sobre respeto a identidades diversas, porque esa frase engloba a todas.
Así que yo sí me alegro por la cita multitudinaria de Portugal. Cientos de miles de chavales le han dedicado tiempo a esos mensajes. Allí había alegría, respeto, tolerancia. Nada, ya sabemos, que se merezca los grandes titulares que consiguen los que odian al otro, los que se sienten amenazados por fantasmas, los que dan rienda suelta a su rabia quemando contenedores, los que anuncian un futuro muy negro.
Por cierto, lo hacían congregados por una empresa, una asamblea, la Iglesia, que es la más antigua del mundo. Con un mensaje de alegría. Son rebeldes con causa. Con una que no abre telediarios.
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