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La realidad bipolar de la Enfermería

La realidad bipolar de la Enfermería

La tribuna ·

El desdén institucional de nuestro país hacia las enfermeras nos viene situando repetidamente en los puestos de cola en recursos enfermeros. Este escenario empeorará por el envejecimiento de las plantillas de forma inminente

JOSÉ MIGUEL MORALES ASENCIO

Viernes, 7 de septiembre 2018, 00:30

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Desde hace una década en España se están graduando las mejores enfermeras que nunca hayamos tenido en términos de capacitación. Nuestros graduados son la profesión universitaria más demandada por países de nuestro entorno, como constata un informe reciente de Adecco. El esfuerzo de las universidades ha sido ímprobo y la UMA ha sido un claro exponente de ello, situando el Grado en Enfermería como uno de los más preferidos a nivel nacional, con los niveles de exigencia más elevados de ingreso, mejores tasas de rendimiento académico y con indicadores de investigación por encima de la media nacional, en consonancia con las cifras de producción científica que sitúan a la Enfermería española en el séptimo puesto mundial. La Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología sitúa a la enfermería andaluza como la disciplina científica con mayor incremento del índice de actividad relativa en el período 2005-2014.

En el posgrado también se ha dado un paso de gigante gracias al desarrollo (aunque a medio gas) de las especialidades de Enfermería, los másteres y el doctorado. Tenemos miles de enfermeras especialistas que superan un durísimo y competitivo examen EIR y realizan su especialidad durante dos años. Otros tantos millares cursan másteres y una cantidad creciente de ellas tienen un doctorado. Igualmente, el desarrollo de servicios de práctica clínica avanzada está abriendo nuevas respuestas a necesidades de la población en procesos crónicos y de gran complejidad.

Todo este desarrollo académico y profesional sin precedentes se topa con un polo opuesto en la realidad de nuestro sistema sanitario, sobre todo por la anemia crónica de enfermeras que padecemos. El desdén institucional de nuestro país hacia las enfermeras nos viene situando repetidamente en los puestos de cola en recursos enfermeros. Según la OCDE, en 2017 España tenía una cifra de 5,3 enfermeras por mil habitantes (ocupa el puesto 28 de 35 países) y de 3,9 médicos por mil habitantes (ocupa el octavo puesto de 35 países). En el caso de Málaga, esta cifra baja aún más, situándose aproximadamente en 3,3, la segunda más baja del país. Serían necesarias en España unas 130.000 enfermeras solo para situarnos en la media europea, de las que unas 13.000 deberían estar en la provincia de Málaga (actualmente hay unas 6.500).

Este escenario empeorará por el envejecimiento de las plantillas de forma inminente. Según la Encuesta de Profesionales Sanitarios Colegiados, en Andalucía el 40% de las enfermeras tiene más de 45 años, con casi un 20% que se jubilará en la próxima década. Los años de crisis no han venido sino a empeorar esta anemia a base de recortes, por un lado, y de emigración de jóvenes egresados, por otro.

La fotografía es preocupante porque todo este talento y potencial que se está generando y en el que invertimos nuestros impuestos apenas impacta en el sistema sanitario. Mientras tanto, las enfermeras en la práctica clínica sufren por agotamiento y envejecimiento, a expensas de mantener durante las 24 horas del día, en estas condiciones, niveles de atención sanitaria incuestionables en hospitales, centros de salud, en la imprescindible atención domiciliaria, emergencias, residencias... Basta una ojeada a los barómetros del CIS para ver cómo las enfermeras son los profesionales mejor valorados por la sociedad.

Puede mirarse para otro lado, pero esto no sale gratis, ni para pacientes, ni para profesionales. Evidencias acumuladas en los últimos 20 años con estudios en miles de pacientes y más de nueve países, entre los que se incluye España, apuntan siempre a un resultado similar: el incremento de la mortalidad en un 7-8% cuando se dispara la cifra de pacientes asignados a cada enfermera. Y no solo en mortalidad, sino también en eventos adversos como infecciones, reingresos, errores de medicación, etc. En el otro lado de la factura, el conocido 'burn-out', que trae el desgaste emocional y físico cada vez más presente en las enfermeras.

Y todo esto ocurre justo cuando el sistema necesita más a las enfermeras, porque son uno de los principales baluartes para hacer frente al reto más importante que tiene actualmente: la cronicidad. Junto con la potenciación de la Atención Primaria (otra cenicienta eterna que merecería otro monográfico) y la reorganización de una atención hospitalocéntrica, las enfermeras están llamadas a ser un pilar de esta transformación.

Recientemente el Consejo Internacional de Enfermería publicaba un posicionamiento sobre la dotación 'segura' de plantillas de enfermeras para garantizar una atención óptima. Esta organización, junto con la OMS han desarrollado una campaña de sensibilización mundial denominada 'Nursing now' ('Ahora, las enfermeras') hasta 2020, encaminada a empoderar a las enfermeras para hacer frente a los retos de salud de nuestro siglo, que apenas está teniendo eco en nuestro país (nada sorprendente). La cuestión es: ¿cuándo va a empezar España a romper esta bipolaridad y alinearse con la lógica que los datos, el conocimiento y la sociedad están reclamando?

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