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Racionalidad económica

ANTONIO PAPELL

Martes, 11 de diciembre 2018, 00:13

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Las protestas de sectores económicos liberales contra la subida excepcional del salario mínimo han sido en esta ocasión inferiores a lo que cabía imaginar, probablemente porque empieza a calar una idea progresista que ha empezado a asomar también en nuestro país. Así, Antón Costas publicaba hace poco un artículo, 'El tercer pilar de la prosperidad', en que reconocía que entre los economistas se ha abierto paso la idea de que, para combatir las corrientes autoritarias y populistas, es preciso situar en el centro de la economía y de la política el bienestar de las comunidades.

Hasta ahora -explica Costas- este proceder no ha sido habitual ya que los economistas del establishment han entendido su profesión como la búsqueda de propuestas racionales que maximicen la productividad de las actividades y logren la mayor eficiencia económica en las relaciones entre los mercados y los Estados. Dicho de otra forma, la economía, entendida como gestión de los procesos económicos, se ha limitado al ámbito macroeconómico, a buscar el crecimiento eficiente en condiciones estables.

Para conseguir estos objetivos durante la última gran crisis económica, los economistas han recomendado a los gobiernos realizar reformas laborales encaminadas a eliminar rozamientos y otorgar plena libertad a la contratación y a la fijación de salarios, sin otras normas que las derivadas de la racionalidad económica, la ley de la oferta y la demanda en primer lugar. Y ni se consiguió eludir la crisis, ni al remontar la situación ha mejorado la posición de los trabajadores, de las sociedades afectadas, de los seres humanos que son al cabo los protagonistas de la historia.

Costas detecta sin embargo -y con él cada vez más economistas- que «lo relevante para muchas personas no es tanto lo que puedan consumir sino el tener buenos empleos, salarios dignos, ser autosuficientes para sostener a sus familias y estar orgullosos de la historia y la cultura de las comunidades en que viven». En definitiva, Costas y sus colegas descubren lo que algunos ya sabíamos: que, para satisfacer a los ciudadanos, la economía debe estar al servicio de la política y no al contrario.

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