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Pero ¿se van o se quedan?

DIEGO CARCEDO

Miércoles, 27 de marzo 2019, 00:06

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La gente de a pie -e incluso algunos de los que todavía andan en coche- se preguntan si al fin los británicos se van de Europa o se quedan en su isla, con su niebla y sus nostalgias de grandeza imperial cada día venidas a menos. ¿Quién te ha visto y quién te ve, el Reino Unido -cada vez más disgregado-, venido a menos, sumido en la confusión, dominado por la inconsciencia social, su flema vencida por el fanatismo de los nacionalistas, exportando imagen de 'desmadre' político como diría un mariachi mexicano.

Aquí, en el continente, donde vivimos muy bien sin sombrero de copa ni paraguas, no se entiende nada de lo que está pasando en la City, donde la ropa no les llega al cuerpo a los banqueros, y sobre todo en sus alrededores donde nadie se aclara. Cosas de República Bananera, de ex colonia descarriada, de vergüenza ajena. Nadie parece entender qué pasa en este Londres mitificado que antes exportaba imágenes de seriedad y endogamia cultural. Todo cambia y en la Gran Bretaña resulta que también. El país más conservador de Europa, qué digo de Europa, ¡del mundo mundial!

Ahora su vida política, tradicionalmente tan ceremoniosa y 'empelucada', es un caos. Todos gritan y nadie tiene razón quizás porque nadie escucha. Westminster es lo más parecido a una olla de grillos, con perdón para el reino de los insectos ruidosos. Nadie se aclara en aquel batiburrillo dentro de la Gran Bretaña con lo que está pasando y visto desde la distancia, los sufridos perjudicados, aún nos aclaramos menos. Menudo desconcierto entre el 'brexit' duro, el 'brexit' blando, un nuevo referéndum y hasta dar marcha atrás. No es de extrañar que a Theresa May la agobie tanto la ronquera.

Muchos nos preguntamos a veces, ¿qué pasaría si este show surrealista se produjese en España? ¿Quién oiría a los británicos reírse flemáticamente de nuestra siesta, a The Times mofándose de nuestra propensión a discutir en voz alta, de nuestro empeño por olvidarnos de Trafalgar y esa obsesión por reivindicar la devolución de Gibraltar? ¿Y quién nos escucharía a nosotros, los españoles, despotricando las veinticuatro horas contra nuestros políticos, contra nuestra propensión a la anarquía, a tirar cada uno por su lado, a hacer el ridículo ante la comunidad internacional?

Ante un espectáculo similar, muchos no nos atreveríamos a cruzar sin sonrojarnos la frontera de Hendaya y menos aún el túnel de Calais. Nadie es más que nadie y los ingleses, aunque se lo tenían creído históricamente, tampoco. Se beneficiaron dos décadas de una Unión Europea paciente, frenaron cuanto pudieron los objetivos comunitarios y ahora nos mantienen en vilo, unas veces diciendo que se van de un portazo, otras que se quedan en el dintel, y otras todo lo contrario. Los británicos siempre ejercieron su orgullo de diferentes conduciendo por la izquierda y ahora descubrimos que son igual que los demás.

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