Principios, y finales
Nadie la ha entendido, pero ella, María Guardiola, es una gran admiradora de Groucho Marx y ha querido rendirle un sentido homenaje a lo largo ... de varias semanas. Ha llevado el asunto hasta el clímax para luego rememorar una de las grandes frases de su ídolo: «Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros». Dicho y hecho. La que fue llamada «la capitana que no se doblega» ha hecho una finta que para sí la quisieran los pupilos del otro Guardiola, el del City. Pero nada de fútbol. Insistimos, lo de la inminente presidenta de Extremadura, es el marxismo, el grouchismo. Exhibir unos fundamentos ideológicos inamovibles para luego argumentar que la solidez de esos principios de pronto pueden adquirir unas repentinas propiedades gaseosas.
El camarote de los líos. Y el encogimiento de hombros de los ciudadanos que pueden caer en la tentación más penosa para la democracia y pensar: Todos son iguales. Lo cual significa que para qué votar, para qué creer en la palabra de ningún político si luego van a cambiar sus principios como un comediante o van a conciliar el sueño en el colchón recambiado de la Moncloa, allí donde prometían que los iba a asaltar un feroz insomnio. Duermevela para los ciudadanos. Somníferos, canción de cuna para adormecer la larga travesía que hay entre unas elecciones y otras. Jugar con el olvido y la desmemoria y barnizar el panorama político con la misma capa de desencanto que equipara a unos y a otros cuando la realidad es muy diferente.
Porque no, no son lo mismo Vox y el PP como tampoco es comparable el conglomerado de partidos de Sumar con el PSOE por mucho que algunos de sus integrantes actúen en determinados casos de forma idéntica a la de sus oponentes. Son los vicios de la política, el camino corto y finalmente esteril que desacredita a quien lanza esa tinta de calamar y también a quienes lo rodean. Por mucho que María Guardiola ahora quiera vender que su palabra no es nada al lado del bienestar de los extremeños, lo que está haciendo finalmente es malbaratar una nueva porción de credibilidad no ya personal, que eso es lo de menos, ni tan siquiera de su partido, sino de toda la clase política y del propio sistema. De abanderada de la progresía -«socialismo azul» llamaron a su postura desde Vox- a comulgar con ruedas de molino y a reivindicar al gran Groucho después de que desde Génova sonara la bocina del mudo de la pandilla llamando al orden. Lo que quedaba, ya era nada, un detalle para repartir el gobierno regional siguiendo aquel guión que decía: «La parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante...»
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