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La política nos salva, la política nos mata

La política nos salva, la política nos mata

La tribuna ·

Con el paso de los años los distintos modelos sanitarios se han ido entremezclando, aunque aún es posible identificar entre ellos las diferencias de origen

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Lunes, 11 de febrero 2019, 00:30

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En el mundo hay tres grandes sistemas sanitarios, el modelo Bismark, el de Bedverige y el de mercado. El primero hunde sus raíces en la Alemania de Bismark quien puso en marcha un sistema de mutuas con objetivo político de frenar las pulsiones revolucionarias del proletariado emergente. Es el modelo sobre el que se desarrollan los modernos sistemas Alemania, Bélgica, Suiza, Austria o Francia, entre otros. Se financia con primas, existen pagos complementarios, entre ellos el hospitalario y el farmacéutico y no ofrece protección universal. El sistema Bedverige implantado en UK tras la Segunda Guerra Mundial. Es el sistema vigente hoy en países como Suecia, Finlandia, Noruega, Dinamarca, Islandia, España, Italia o Portugal, entre otros. Se financia con los impuestos de toda la población, apuesta por una protección sanitaria universal, tiene una amplia red de centros sanitarios propios, no suele tener copago para los servicios sanitarios, excepto el copago farmacéutico y regula el precio de los medicamentos. El tercer modelo es el de mercado en el que la provisión de los servicios sanitarios está dejada en manos del mercado, como es el caso de EE UU. Con el paso de los años los modelos se han ido entremezclando aunque aún es posible identificar entre ellos las diferencias de origen. En algunos países con estados fallidos habría que añadir la inexistencia de sistema alguno de salud, como una cuarta categoría.

Durante la mayor parte de la historia la salud fue una cuestión personal. Cuando las personas enfermaban intentaban curarse con los medios que tenían a su alcance, consultando a curanderos y más tarde, a los médicos. No es hasta el siglo XIX cuando el gran Rudolf Wirchof escribe: «La medicina es una ciencia social y la política no es sino la medicina a gran escala». Se daba así carta de naturaleza a lo que a partir de entonces se llamó medicina social. La Salud y la medicina con ella, dejaban de ser un asunto exclusivamente privado para convertirse en una responsabilidad pública. Una cuestión política. Desde este momento las cosas se complican pues, al igual que no es lo mismo un tratamiento que otro para curar una enfermedad, tampoco lo son las políticas sanitarias. Es por esto que la pregunta, ¿son todas los sistemas iguales a la hora de atender a la salud de la población?, no es en absoluto una 'pregunta retorica'. Pero no es la política una actividad que se preste fácilmente a la evaluación racional.

Hoy comenzamos a saber, por ejemplo, el efecto devastador de las políticas de la señora Thatcher sobre la maduración neurocognitiva de los niños ingleses (de lo que ya hemos hablado aquí en otros momentos) o el impacto de las políticas restrictivas durante la crisis sobre la mortalidad en Grecia (https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC6079016/#!po=35.6383). Un reciente estudio publicado en la prestigiosa revista científica British Medical Journal (https://bmjopen.bmj.com/content/8/10/e020886), ha intentado contestar de manera más general a aquella pregunta, llevando a cabo una revisión sistemática de las investigaciones que se han ocupado de las relaciones entre los modelos políticos y la salud.

La conclusión a la que los autores llegan es que los indicadores de salud son muchos más favorables en aquellos países con estados de bienestar y políticas democráticas de centro izquierda. Por el contrario la desregulación de los mercados de la mano de la globalización se asocian de manera negativa con los marcadores de salud. ¿Hacían falta estas alforjas para este viaje? En mi opinión sí, pues al contrario que en otros ámbitos en el de la política es donde la realidad y el deseo se confunden con más frecuencia: Por supuesto que a los políticos que se sientan concernidos por estas conclusiones los resultados de este estudio no les va a hacer cambiar de opinión. Al fin y al cabo esta obstinación de la política ante los resultados de la investigación sociológica ya lo analizó Max Weber con toda lucidez en los comienzos del siglo XX, en su libro el 'Político y en científico'.

Han pasado los años suficientes como para saber que, si bien no hay una gran diferencia en el nivel de salud de la población de los países con modelos sanitarios tipos Bismark o Bedverige, este último es más eficiente (consigue mejores resultados en marcadores generales de salud (como mortalidad por ejemplo) con menos inversión (entre el 7-9 % del PIB), pero en cambio aquellos con modelos tipo Bismark, consiguen mejores niveles de confort aunque al precio de un mayor gasto (entre el 9-13 % del PIB) (un 2 % del PIB de cualquier estado es mucho dinero que puede ser empleado en otras cuestiones).

También que cuando se desagrega la evaluación, hay diferencias en los resultados de problemas concretos como la mortalidad por determinadas atenciones (por ejemplo, cáncer de mama), que no parece, debidas al modelo sino a la manera concreta de gestionar los  objetivos en particular. Pero hay algo en lo que hay un consenso generalizado, al menos en Europa. Cualquiera menos el modelo norteamericano. Es carísimo (más del 17 % del PIB), es ineficiente (los marcadores de salud publica en toda USA son regulares y para algunos norteamericanos negros, pobres, inmigrantes, sencillamente tercermundista) y, además, es injusto pues es profundamente inequitativo.

Por eso si alguna vez en España un partido político propusiera implantar un modelo como el que intentó en la CC AA de Madrid la señora Aguirre, utilizaremos toda la información científica que desde hace años se viene produciendo sobre la eficacia social de los modelos sanitarios y políticos, para intentar evitarlo. Pero las decisiones políticas, a veces, no parecen de este mundo y si a pesar de todo alguien vuelve a intentarlo, debemos echar mano de la santa indignación e impedirlo, tal como hicieron en Madrid, las diferentes mareas blancas que solo con su reciedumbre consiguieron, no solo parar la iniciativa sino que dimitieran tres consecutivos consejeros de sanidad cuyos intereses y connivencias con las concesiones privadas eran más que manifiestos. Estaremos atentos.

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