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Aunque amenaza con entrometerse otra idea, este artículo quiere versar sobre la belleza de los bloques de pisos de los barrios obreros de Málaga. O ... de los vecindarios de la clase trabajadora de cualquier ciudad del mundo. Pero hay algunos más bonitos que otros. Los de Viena, más que ser inmensos a lo alto, lo son a lo ancho, tienen un diseño con personalidad y lo que aún les hace más hermosos es que los apartamentos son de alquiler asequible y de titularidad municipal. Nada tienen que envidiar a los palacios de Sisí. Más bien al contrario. Hablando de los años de la primera posguerra mundial en que se construyó esa Viena social es inevitable que aparezcan referencias al economista austriaco Karl Polanyi, nombre a retener además del de su tocayo alemán por la gente interesada en una visión crítica del capitalismo, en la explicación de sus crisis y en bosquejos de posibles alternativas municipalistas, colectivistas o cooperativistas. Polanyi, precisamente, pasó su juventud en Budapest, otra ciudad en la que alejándose de sus áreas más monumentales afloran bloques donde desarrollan sus vidas las clases trabajadoras adornados con pinturas murales en colores pastel. En Francia, maravillosa es la idea comunal que representa la Unité d'Habitacion marsellesa de Le Corbusier que mezcla espacios privados con otros compartidos.
Y cómo no referirse a Madrid, donde a pie de M-30 está, por un lado, 'La Colmena', –tan masificada como sugiere su nombre– del Barrio de la Concepción que encandiló a Almodóvar. Y, por otro, 'El Ruedo', un conjunto de viviendas sociales construidas por el arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza en los años ochenta en la entrada del populoso distrito de Moratalaz en las que se realojó a antiguos habitantes de chabolas de la capital. Sus elementos más característicos son sus cientos de ventanucos que suscitan algo de tristeza por la poca luz que sugieren que habrá en el interior de los pisos, pero en realidad ejercen de buen aislante del ruido de la autovía que circunvala el cogollo de la villa y corte. Además, ese exterior oculta un parque interior que aunque destartalado se adivina delicioso en su origen.
Enternece pensar que haya personas dedicadas a la arquitectura, al urbanismo o a la gestión municipal que se preocupen por la belleza de los barrios de las más humildes, que se molesten no sólo en procurar que haya pan, sino también rosas para todos, parafraseando al poeta que proporcionó versos a una huelga feminista. La dignidad no sólo exige sustento material, también diseño bello. ¿Por qué lo que se hace para los pobres, los humildes, tiene que ser feo y responder siempre a una necesidad básica y lo de los ricos es siempre bonito y las más de las veces fútil? Ahí estuvieron la Bauhaus y el constructivismo para dar la lección definitiva de cómo aunar lo práctico y lo agradable a la vista, que parece que no cundió entre los promotores de VPO y viviendas baratas en términos generales en toda España. Qué lástima de bloques de La Palmilla con esas franjas que recuerdan a la rojigualda, por cierto. Las viviendas sociales feas, los barrios obreros diseñados sin gusto estético transmiten a sus habitantes que no merecen otra cosa, contribuyen a minar su ya baja autoestima.
Pero tener menos de un millón de contradicciones supone incurrir en dogmatismo. Y si hay que reconocer la belleza de lo bello, también existe una hermosura, una poesía, particular en los bloques de pisos feos -que son la mayoría- de los barrios obreros en el mundo, en España y de Málaga, del mío de adopción, por ejemplo; es la belleza que se desprende de su ropa de trabajo tendida en sus fachadas, de las vidas que imaginamos de los vecinos que madrugan más que en ninguna otra parte –por lo que sus bares abren más temprano que en cualquier otro sitio– y que después usan más que nadie el transporte público o los patinetes para ir al tajo.
Este artículo ha sido al final un homenaje a los barrios y una invitación a que quien pueda los embellezca: si no hay arquitectos, urbanistas o regidores que lo hagan, seguiremos siendo la gente. La idea intrusa que competía con ésta como hilo conductor de estos párrafos tendrá que esperar quince días.
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