De la plaza de la Merced al Caminito del Rey
Ha sido escuchar lo inevitable -otra obra para reparar la plaza de la Merced- y experimentar la sensación de que ciertas chapuzas buscan el cobijo ... en el 'error involuntario' de la señora Cifuentes. Habrá seguramente comisión municipal de investigación en torno a esa nueva categoría de la conducta que lanza balones fuera y busca explicaciones telúricas a que el pavimento ceda o las baldosas bailen para desgracia de nuestros tobillos. Se nos pone cara de obelisco al pensar que el bello y sólido monumento a Torrijos y los suyos apenas tiene un rasguño por el tremendo terremoto de Alhama de 1884, como esa 'cloaca maxima' de época romana bajo el pavimento y que sigue en forma. El error concienzudo como coste de una obra es muy viejo y de él no se libran tampoco los proyectos que se diseñan y ejecutan bajo una modernidad con grietas. Un buen día te sorprende ver patas arriba como escombros de tercera los adoquines de Ancha del Carmen, una de las últimas calles con viejo sabor. De poco les ha valido ser la mejor foto de un paisaje urbano de gran calidad más de un siglo. Su desaparición por cirugía mayor es todo un síntoma. Se prefiere la tabla rasa antes que repensar ideas, aunque en este caso sólo sean como tributo a lo bien hecho del pasado. El usar y tirar de un nuevo adanismo ingenieril se crece, pero su calidad da pruebas de mengua. Eran piedras firmes de recientes antepasados, pero también podemos irnos a una calzada romana sin baches que era la A-92 de la época, cruzar el puente milenario de Córdoba sobre el río, admirar el acueducto de Segovia o ver cómo la Catedral de Málaga resiste condenada a las palanganas tras cuatro siglos sin tejado. Muchas de las nuevas obras menores -y mayores- en realidad no son más que errores con algún acierto a los que tras el día inaugural seguirán páginas de remodelaciones, ese eufemismo para la chapuza y su padrinazgo político. La buena obra civil no debe ser cosa del acierto aleatorio -la nueva calle Larios envejece con la calidad de un reloj suizo- pero a menudo los conocimientos y destrezas técnicas retuercen el principio general de que lo caro sale muy caro y de que lo muy costoso resulta a la larga un perfecto despilfarro. Una parte de la obra pública vive resignada en su permanente día de la marmota con arreglos sobre lo ya remendado, los sobrecostes inevitables y esa reiteración sin calculadora de molestias a comerciantes, vecinos y turistas durante meses, cuando no años, como con el metro. Por eso, cuando un proyecto 'low cost' trae calidad, buen diseño, felicidad general, imagen y riqueza a una zona su acierto viene con un silencioso aplauso colectivo y el anonimato del autor, aunque obrara el raro empeño de lo excelente. El Caminito del Rey costó 2,7 millones, un presupuesto tan liviano y redondo como el diseño del arquitecto Luis Machuca. La última remodelación de La Merced costó 4,6 millones hace seis años. Hay que hacerle la prueba de paternidad.
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