El pico

Luis Rubiales quiso vendernos algo parecido a lo del granuja de la película

En 'Pulp Fiction' se cuenta que un jefe mafioso la emprendió contra un subalterno porque este le había dado un masaje en los pies a ... su novia. Dos personajes discuten sobre el asunto. Uno de ellos ve lógico que arrojaran al subalterno por la ventana de un segundo o tercer piso. El otro no. Es solo un masaje en los pies, no hay ninguna connotación sexual, afirma. El otro, sencillamente, le pregunta: ¿Tú le darías un masaje en los pies a Robert (o como se llamara uno de los gánsters de la panda)? No, claro que no, dice el otro.

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Luis Rubiales quiso vendernos algo parecido a lo del granuja de la película. Primero, siguiendo su línea de siempre, cargó contra quienes criticaron su gesto. «Tontos del culo. Idiotas que solo dicen gilipolleces.» Luego, viendo que el volumen social aumentaba los decibelios, dijo que lo suyo había sido «un pico de dos amigos celebrando algo». Aquí debería haber aparecido el matón de 'Pulp Fiction' -o en su defecto algún miembro de la pandilla del propio Rubiales- para preguntarle si ese «pico» se lo habría dado a otro amigo. A Piqué, por ejemplo, en el momento de celebrar algo (y han tenido unas cuantas cosas que celebrar). Evidentemente, Rubiales habría respondido de un modo filosófico, casi científico, diciendo que éramos tontos del culo por hacerle esa pregunta.

Él no es tonto. Él es un lince. O un buitre. Un animal de zoológico. Y, lo que es mucho más preocupante, una especie protegida. Muy protegida desde las altas esferas gubernamentales. Hasta ahora. Rubiales puede que haya llevado a la práctica esa frase tan rimbombante y manida que usan los cronistas deportivos. Sí, Rubiales puede haber hecho historia. Historia dentro de los abusos asimilados dentro del reino del fútbol y del deporte en general. Con su gesto, este futbolista mediocre que tan bien supo trepar por los conductos internos del deporte, puede haber hecho un favor a la igualdad. Él, como es natural, no lo entiende. Tampoco parecía entender por qué tenía que pedir excusas y así lo demostró en su lamentable vídeo exculpatorio. «No me queda otra». Y vino a pedir disculpas en nombre de ambos. De la futbolista y de él mismo. Porque no había habido mala intención por parte de ninguno de los dos. O no se entera de nada el avispado trepador o su enorme carga genética de testosterona -la misma que le llevó a agarrarse ostentosamente la entrepierna como señal máxima de victoria o a cargar sobre sus hombros y manosear a otras futbolistas- impide a sus neuronas que establezcan las conexiones necesarias para comprender lo ocurrido. Hoy, en la federación, quizá trate de explicárselo alguno de sus conmilitones.

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