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CHI VA PIANO

NIELSON SÁNCHEZ-STEWART

Miércoles, 29 de noviembre 2017, 10:43

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V a sano e lontano, dice el viejo proverbio. Otro, de mal gusto, dice chi va forte va a la morte. En esto debe haber pensado la Dirección General de Tráfico cuando ha concebido la amenaza de restringir la velocidad máxima en las ciudades a treinta kilómetros por hora. En Marbella, poco nos afectará porque es bien difícil circular a velocidad superior con todas las obras en las que se han empeñado nuestros munícipes. Con el pretexto de embellecer nuestras calles, de momento, cortan los árboles acusándoles de estar enfermos. Esto de matar enfermos me trae a la memoria episodios que ojalá no se repitan nunca. Espero que no se propague esta solución final. Con este verano que no cesa y con todos los desocupados que hay en Europa entre los ninis y los prejubilados estamos hasta la bandera de visitantes y, como el transporte público es manifiestamente mejorable, hasta el más infeliz conduce, automóvil propio o ajeno. La menguada velocidad máxima que ahora se pretende imponer ya la teníamos en la bajada de la circunvalación, cuando vas a llegar al pirulí. Algo emboscada entre los matorrales hay o había, no sé, un indicador que te la exigía, en un sitio donde el coche se va solo por aplicación de la ley de la gravitación universal. No circulo mucho por ese lugar y ahora, menos, pero a María José la pilló la máquina y le endiñaron una multa equivalente a una buena parte de su sueldo. De esas multas que te tientan con la rebaja siempre que pagues y no chistes.

No es malo ir despacio. Vísteme así porque tengo prisa es una frase atribuida a un montón de gente, desde Augusto hasta Napoleón, pasando por Carlos Tercero y más reyes, porque hay que tener categoría para que a uno le vistan. A mí no me ha vestido nadie desde que cumplí los tres añitos, hace un rato. La semana pasada hice la prueba. Decidí en la autopista que no sobrepasaría los cien kilómetros a la hora. No puedo asegurar que algunos automovilistas no hayan recordado a mis progenitores pero yo disfruté del paseo, ida y vuelta a Málaga. Es cierto que tuve que refrenar mi antediluviano coche que se dispara al cruzar el arroyo Cañadón y al bajar la Cuesta que enfrenta al Higuerón pero en el resto de la ruta no observé problema alguno, salvo, por supuesto, la arbitraria distribución de las máximas, totalmente incomprensible para una mente sencilla como la mía. Pude, además, disfrutar de un CD, regalo de un compañero que me ha hecho muy feliz en mis escasos viajes como conductor. Experiencia muy recomendable a fe mía. Es cierto que no he hecho jamás sombra a Lauda o a Alonso pero puedo presumir de tener una multa por exceso de velocidad en un remoto condado de California. No voy mucho por ahí -una vez en mi vida- y tampoco era un peligro para nadie pero creo que confundí las millas con los kilómetros y pasé un año y medio peleándome con las autoridades. Gané y guardo el expediente para demostrar que no soy sólo un coágulo en la circulación vial.

Está demostrado que si atropellas a un semejante conduciendo a la velocidad hoy permitida lo desgracias para siempre por lo que debemos dar la bienvenida a esta nueva restricción en esta época de libertad que ejercemos casi cotidianamente centrada en criticar el régimen anterior donde podías fumar donde te daba la gana, beber y conducir bajo tu responsabilidad, aparcar, circular en ambos sentidos, usar los datos de los demás...

En nuestra ciudad no hay que restringir la velocidad. Lo que hay que prohibir es el aparcamiento junto a los pasos de peatones que impiden la visibilidad. Creo que en la reglamentación que estudiamos hace tiempo para obtener el carnet se prevé que es preciso dejar un espacio para que el conductor sepa quién es el intrépido peatón que exige su derecho de paso. En el colmo de la valentía o de la imprudencia hay madres que, escondidas detrás de un coche aparcado, asoma el carrito de su bebé en el cruce en calidad de proa. He estado más de una vez a punto de transformarme en un Herodes.

En Madrid, donde no saben qué hacer con lo de la boina, se han inventado otra cosa: si entregas tu contaminante coche te regalan tres años de transporte público gratis. Ya sé que hacer con el mío.

Bueno, en cuanto haya transporte público digno de ese nombre.

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