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La percepción táctil de la democracia

La Tribuna ·

Nuestra democracia ha demostrado carecer de tacto en varios de los distintos sentidos de la percepción, tanto en lo referido a la prudencia como en la exploración

José Calvo González

Sábado, 2 de junio 2018, 00:47

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Me he preguntado cómo percibimos la democracia. Porque ésta es, junto a los procedimientos que la reglan, igualmente una perceptiva. No han de faltar –bien lo sé– instructores de análisis científico-político dispuestos a ilustrar la respuesta con ingeniosas teorías siempre muy ponderativas. Sin embargo, más allá de la oportunidad que el interrogante les brinda para la personal delectación academicista, raramente alguna de aquéllas roza la epidermis ciudadana, y aún ni siquiera se le acercan. Unos esgrimen razones, otros pasiones; hablan de racionalidad, o bien de emotividad. Yo quisiera proponer el afecto, y no para refrendar efluvios de patética premoderna, como tampoco para impugnar geodinámicas posmodernas. Remito con él al concepto jurídico-constitucional de affectio. Porque percibo la democracia como, en efecto, expresión jurídico-constitucional de la affectio societatis; en democracia la voluntad de decidir juntos evidencia igualmente la de permanecer vinculados, incluso para resolver la desafección. Una versión no paradójica es remediar el desafecto precisamente por afectividad hacia el otro. Pero, por lo general, se eligen vías diferentes –el cálculo racional, o la intemperancia pasional– y así nos va en lo público, y también en lo privado.

D. H. Lawrence, un poeta británico nacido en las postrimerías del s. XIX y que murió sin rebasar el borde del primer tercio del XX, tuvo una percepción afectiva del futuro de la democracia –y por extensión de la Política– que, infelizmente, todavía no es presente. Por eso, además de por otros motivos, que nunca han de faltar para leer poesía, su perceptiva merece ser rescatada. Entre sus últimos poemas figuran los compuestos en 1929, en verdad premonitorios, reunidos como Last Poems. En ellos se percibe su intensa preocupación hacia el futuro; fueron, así, los titulados 'Future Relationships', 'Future Religion', 'Future States ' y 'Future War'. Miro allí del primero (D. H. Lawrence, The Complete Poems of D. H. Lawrence, Collected and Edited by Vivian De Sola Pinto and F. Warren Roberts, London: Heinemann, 1964, v. 2, p. 611) el verso último, que enuncia su previsión del destino de la democracia en el porvenir. Dice: «But a democracy of men, a democracy of touch» (Será una democracia humana, una democracia del tacto).

Una democracia del tacto era para Lawrence, desde luego, algo del todo diferente a una democracia en el futuro digital, donde nuestras manos fueran un dispositivo periférico más para, en retorno háptico, tocar –tacto electrónico, infotacto, e-tacto, digital touch– algo –la democracia– que sólo existiera en un plano virtual. Yo confío que los desarrollos tecnológicos en auge, capaces ya hoy de modificar virtualmente nuestro sentido del tacto al pulsar en pantallas smart, nunca desemboquen en esa ideología –la tecnología digital la tiene, sería ingenuo no creerlo– de democracia poshumana.

El pronóstico apuntaba en otra dirección; era el suyo un punto de vista poético concreto proyectado hacia perspectivas incluso alejadas de horizontes, por entonces y todavía, demasiado previsibles y siempre deletéreos: es decir, «no una democracia de la idea o del ideal, ni de la propiedad, ni siquiera de la palpitación de la hermandad». Su firmísima convicción –«El mundo se mueve, se mueve con calma, hacia una mayor democracia»– concernía a una democracia humana de la compasión y la cercanía como a democracy of touch. Es decir, democracia compasiva –en la idea de la compassio latina, de lo que nos toca– y de acercamiento. Lawrence, pues, halló y propuso una afortunada metáfora política con ese recurso poético al tacto democrático como modo de presentir, a través del tactus, el future de la democracia. Pero es también lo cierto que tal democracia del tacto no ha llegado, o no todavía. Ese futuro democrático, creo, continúa aún postergado.

Nuestra democracia, por ahora, ha demostrado carecer de tacto en varios de los distintos sentidos de este sentido de la percepción; tacto como prudente proceder en asuntos delicados, y también tacto como exploración, con las yemas de los dedos, de una cavidad accesible. De tacto como prudencia política, tan en falta, tantas veces; e igualmente y a menudo, de tacto en el examen y la investigación de los recovecos de la Política, más cuando ésta no es una superficie plana y meramente orgánica.

En España la democracia ha sido, durante la mayor parte de su existencia, una desviación del tacto en el contacto; una democracia 'pressing catch'. Y, últimamente, visto que el tacto se ha remangado hasta el codo, asimismo una democracia tacto de codo; o sea, de contacto como el de los soldados en formación 'correcta' –memorable doctrina aquella sobre cómo evitar no salir 'en la foto'– al par de contacto como connivencia entre unos cuantos para favorecer algo o favorecerse, las más de las ocasiones en detrimento de muchos, incluso a costa de todos.

Lamentable que la democracia española no tenga poetas como Lawrence, o más simplemente que esta Democracia nuestra no tenga poetas.

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